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CRÓNICAS
Columna
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Tirar de la manta

Juan Cruz

Cuando Rosa Regás leyó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el manifiesto antipiratería con el que creadores e industriales avisan al Gobierno español de las consecuencias del robo que se perpetra impunemente en este país y en el mundo, no estaba pensando sólo en el objeto mismo de su alegato, sino en todos sus amigos del boom latinoamericano de literatura -García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa, Cabrera, Bryce...- que han visto cómo sus libros se duplican y se multiplican sin que ni sus editores, sus agentes o ellos mismos vean no sólo un céntimo, sino una mínima consecuencia, ni la más lejana gratitud. Otros están obteniendo la ganancia que a ellos les niega la industria de la picardía.

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Estaba pensando en eso, seguramente, Rosa Regás, pero todos los que estaban allí -Miguel Ríos, Luis Eduardo Aute, los componentes de Ketama, la gente de las discográficas, los editores de libros, los que vigilan desde Cedro la reprografía ilegal, tanta gente- estaban diciendo que la demagogia mueve montañas, y sobre la base de esa demagogia ha sido percibido ese negocio ingente como un accidente menor, como una broma que en realidad no esquilma sino que arropa. Y es mentira. El negocio de la piratería -en España: de discos, de vídeos, de señales digitales, de libros (fotocopiados)- genera un beneficio y, por tanto, un robo de 140.000 millones de pesetas. No arropa, roba. Miguel Ríos, que habló en nombre de los creadores en la puesta en marcha de este comité antipiratería, lo dejó muy claro: frente a la demagogia que ve a los piratas como seres seráficos que quitan a los ricos para nutrir a los pobres, él los ve como ladrones, de guante más o menos negro, que roban a muchísima gente que aparece en la letra grande o en la letra pequeña de los títulos de crédito de los productos que reproducen ilegalmente o de las señales de las que se apropian sin pagar un duro.

Rosa Regás podía estar pensando en aquellos amigos suyos escritores; éstos han visto a lo largo de los años cómo mafias muy bien organizadas de América Latina -en el caso de Perú, animadas por el poder en los tiempos de Fujimori- reproducían sin vergüenza alguna libros y libros que ellos mismos encontraban en quioscos públicos (y no precisamente debajo de los mostradores) o en los puestos de venta ambulante, en semáforos y playas, a la entrada de los grandes comercios o en las más imprescindibles avenidas de las ciudades de América Latina. Mientras eso sucedió en América Latina parecía parte del folclor del que a veces nos dan noticias los amigos que van y vienen, como si la picaresca no la hubiera inventado (y exportado) España, donde ahora, ay, regresa como en un bumerán activísimo que está (esto lo dijo El Fary) abriendo un boquete cuyo único peligro no es el económico. Este bumerán que ahora nos toca ha golpeado las conciencias (y los intereses, claro está) de muchas entidades, pero sobre todo la sensibilidad de numerosos creadores.

¿Quiénes están detrás de la piratería? En el acto en que esta Mesa Antipiratería se presentó al público se habló con mucho detalle de las mafias que animan el negocio, se enriquecen con él y se sirven de vendedores ambulantes cuyos artilugios de trabajo (en el caso de la venta ilegal de discos) son una silla de tijera (o el suelo) y una manta gris muy oscura sobre la que exhiben su mercancía. En el argot de los músicos, ése es el soporte del top manta. Juan Luis Galiardo describió la situación con una frase que sirve de alerta a los demagogos: 'La piratería no es una chiquillada de tramposos simpáticos o pícaros, sino un delito de mayor cuantía que causa efectos devastadores en la cultura, la economía y el futuro'.

No es una broma, ni un juego: es, efectivamente, un boquete. Y esos boquetes, en una industria cultural que cada vez está más diezmada (crisis de librerías, crisis de las discográficas, crisis del cine), son tan sólo el aviso de un desconcierto mayor, de un malestar más hondo. Que tiren de la manta, para que sobrevivan todos.

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