El palacete de Muñoz Ramonet llego a albergar más de 500 pinturas
El empresario se vendió a sí mismo la colección al menos dos veces
Julio Muñoz Ramonet no se anduvo con chiquitas a la hora de decorar el palacete ubicado en la calle de Muntaner donde tenía fijada su residencia: más de 500 pinturas, sin contar las murales, pendían de sus paredes. Existen documentos, con descripciones minuciosas, que detallan la situación de cada óleo, tabla o acuarela. Las había por todas partes: en el vestíbulo (46), el despacho (21), los pasillos (50 en el del segundo piso) y hasta en el salón de cine (15). Con todo, no será fácil determinar el paradero de cada una de las obras que el Ayuntamiento de Barcelona reclama judicialmente a las hijas del empresario, que se niegan a entregar el legado que su padre hizo a la ciudad.
La dificultad viene dada por la forma en que Muñoz Ramonet conducía sus asuntos. Un complejo entramado de sociedades, que manejaba presuntamente con testaferros, velaba por sus intereses, entre los que la colección de arte no era, desde luego, un interés menor. Desde que la adquirió, en 1950, hasta su muerte, ocurrida en Suiza en 1991, el renombrado fondo artístico tuvo formalmente diversos propietarios, aunque fuentes que conocen la forma de actuar del polémico empresario sostienen que siempre fue él el auténtico propietario.
Un primer traspaso, documentado por una escritura de compraventa autorizada por el notario Francisco Siso Cavero en septiembre de 1968, situó la colección en poder de Inmobiliaria Alós, representada en aquel acto por Manuel de Solo Paredes. El documento precisa que todas las obras objeto de la venta se encontraban entonces en el palacete de Muntaner. La descripción del fondo anexa a la escritura, de 26 folios, incluye, si no todas, la inmensa mayoría de las 225 piezas que Muñoz Ramonet había adquirido en 1950, en pleno franquismo, cuando en su condición de nuevo hombre fuerte de la Unió Industrial Cotonera recuperó parte de la colección depositada 16 años antes en el Museo de Arte de Cataluña como garantía de un crédito obtenido por los antiguos propietarios de este grupo empresarial.
La procedencia de las piezas queda acreditada en la escritura por la leyenda 'B y C' (sin duda Bosch i Catarineu) situada junto al título y autor de cada una de ellas. Ròmul Bosch i Catarineu, ya se sabe, es el nombre del empresario, también del sector textil, que formó la colección y que, en momentos de crisis, la entregó a la mencionada Unió Industrial Cotonera para revalorizar el patrimonio del grupo. La relación de obras objeto de la venta se completaba con una serie de piezas más decorativas que propiamente artísticas, tales como jarrones, lámparas y muebles de procedencia 'P', seguramente particular.
Tres años después, en noviembre de 1971, la colección cambió nuevamente de manos: el notario Jorge Roura Rossich escrituraba la venta de Inmobiliaria Alós, representada por el ya mencionado Manuel de Solo Paredes, a Culturarte, empresa por la que estampó su firma Fernando Muñoz Carrasco, todavía hoy apoderado de la sociedad, según consta en el Registro Mercantil. La colección, en la fecha de esta segunda venta, seguía depositada en el palacete de Muntaner y en el edificio anexo de la calle del Avenir, que también forma parte del legado a la ciudad de Barcelona y en la que en aquellos días tenía su sede Culturarte, ahora domiciliada en Madrid.
La colección consta también profusamente documentada y situada en Muntaner en múltiples documentos: al menos en un par de ocasiones, por ejemplo, fue objeto de valoración para la contratación de un seguro, y existen también un par de documentos, supuestamente para el control privado de los fondos, que acreditan la permanencia de la colección en el suntuoso palacete.
De no existir acuerdo entre las partes, la reclamación del Ayuntamiento de Barcelona sólo puede alcanzar, de acuerdo con el testamento, a las piezas que se encontraban en los edificios de Muntaner y de Avenir en el instante de la muerte de Muñoz Ramonet. Y nadie puede asegurar que el inventario, de haberse efectuado en 1991, hubiese sido idéntico al que finalmente pudo hacerse años después, en 1995, cuando el Ayuntamiento fue informado de la herencia. De este último inventario, el Ayuntamiento se niega a revelar cualquier dato; y hasta el momento, la familia ha dado la callada por respuesta a las llamadas de este diario.
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