Paseo interminable de alga y sal
Mis primeros recuerdos de la playa de Ayamonte se remontan a los inicios de la década de los cincuenta. Entonces se llamaba playa de San Bruno. Era algo lejano, casi inaccesible; sólo la transitaban los mariscadores en busca de sus coquinas y algunos excursionistas ávidos de aventuras. No existía el puente que une el Salón de Santa Gadea con la barriada de Canela y un brazo del Guadiana, que nace a la altura de estos caseríos, extendía su curso hasta encontrarse con el río Carrera, que separa las puntas del Caimán y del Moral, convirtiendo todo el territorio en una inmensa isla.
En alguna ocasión recuerdo haber llegado hasta ella con mi padre y con su amigo Rafael. Parte del camino se hacía andando y parte atravesando los esteros en bote o en patera. Al final se hallaba la playa, desierta y silenciosa; kilómetros y más kilómetros de arena y mar desde la desembocadura del Guadiana hasta la Punta del Moral; un paseo interminable, en el que uno percibía el olor a alga y sal mezclado con la brisa del viento foreño.
Después vendría la década de los sesenta con su fiebre turística. A finales de esta década se cambió el antiguo nombre de San Bruno por el de Isla Canela; toda la isla se enajenó pasando a la propiedad de Pistas y Obras, una empresa privada madrileña, con lo que Ayamonte perdió su mejor patrimonio; se construyó el puente que da acceso a la barriada de Canela, se trazó la carretera que llega hasta la playa y los ayamontinos iniciamos una relación más frecuente con la playa.
Para mí ha sido motivo de inspiración continua contemplar la belleza de aquel paisaje con su horizonte interminable, sus luces, sus olores. El mar y la playa siempre han estado presentes en mi obra. Cruzaba el estero de la Ribera en la barca de Paco El Lanchero, luego atravesaba el estero de Canela y después, cargando al hombro con los bártulos de pintar y la comida en el macuto, caminaba varias horas para disfrutar del espectáculo que me ofrecía la mar y plasmarlo en los lienzos. Volvía 'ensambrunao', vocablo que se acuñó en Ayamonte para expresar que regresaba rojo como un tomate por el camino y la permanencia en la playa. Cuando se hizo la carretera que une a Ayamonte con la Punta del Moral descubrí un poblado marinero en toda su salsa. Hoy todo ha cambiado, todo se ha masificado y superpoblado; resulta difícil encontrar una cala solitaria. Pero aún existen al otro lado del Guadiana.
Florencio Aguilera es pintor y nació en Ayamonte en 1947
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