Risa, llanto
'Yo no leo periódicos', dice mucha gente. Otros: 'No tengo televisor'. Me parecen raros, aunque algunos sean de talento. Se pierden la risa de la realidad. Las noticias son una fuente de comicidad. Éste es un país que aprecia mucho lo cómico: el que más en Europa (no sé si Italia va antes). Empecé el jueves leyendo (aquí) la magnífica información de Boni de la Cuadra: la junta de fiscales con Cardenal. Vi a Simeón de Bulgaria, ex rey y posible presidente de la República de Bulgaria, elegido por los búlgaros que no le habían visto nunca. Un equipo de médicos, alborotados por un feto perdido que era sólo un muñeco de silicona. Le sacaron materia para averiguar el ADN. No tenía. La vida es inverosímil. Sharon, en Israel, pide ayuda al mundo contra el terrorismo y lleva toda su vida ejerciéndolo. El plan económico para salvar a Argentina produce pánico en el país. El presidente de Kenia pide al pueblo dos años de abstinencia sexual para que se salve del sida; se niega a la importación de preservativos por motivos religiosos. Celia Villalobos es inverosímil pero existe; es más gracioso que le declaren la guerra porque advierte de unos peligros alimentarios reales. Señalad una víctima y acudirán todos a burlarse de ella; y uno puede burlarse de los que se burlan, si tiene el suficiente distanciamiento.
Teatro del absurdo. En España lo trabajaron los humoristas -Tono, Jardiel, Mihura- porque es un país ridículo en sus clases dirigentes. Entonces no dejaban hablar de ellas, y los absurdos hablaban de la vida. La Codorniz era el Boletín Oficial de la Vida Estúpida. Finalizó el día con el desatino de Iberia suspendiendo todos sus vuelos. Y la comicidad en torno: un gubernamental decía que 'después de todo, es una compañía privada', había noticias de que el Gobierno estaba dividido a favor y contra. Una empresa entraba en el día del absurdo ridículo, del terrorismo imbécil. Ayudada por sus empleados básicos: los pilotos.
(Detrás de esos comediantes están muertes, enfermedades, víctimas. La máscara que ríe y la que llora van juntas. Qué bien lo sabía Gila, uno de los nuestros. Qué bien, cuando esta víctima de la crueldad de Franco -digo Franco: quiero decir todos ellos, y muchos de éstos- se reía de él, de toda esa vida creada por el mediocre fascistilla del Rif).