Muere Gila, el humorista que combatió la sordidez del franquismo con un teléfono
El actor, escritor y dibujante, que tenía 82 años, falleció anoche en Barcelona
"Creo -es decir, estoy seguro- que mi identidad política terminó en diciembre del año 1938, en el frente de Extremadura, cuando, unos instantes antes de caer prisionero en manos de los moros de la 13ª División del general Yagüe, tuve que romper mi carné de las Juventudes Socialistas; pero la ideología que mamé en mi niñez, en mi casa de gente humilde y en las fábricas o talleres donde trabajé, sigue latente en mí. Lo que van a leer es el testimonio de un hombre que fue joven en una generación en la que el hambre, las humillaciones y los miedos eran los alimentos que nos nutrían"
Ese dramático relato de Miguel Gila pertenece a su libro de memorias. Soldado republicano en su juventud, exiliado latinoamericano años después y referencia histórica de las barbaridades y sufrimientos de la guerra civil española, Gila fue el humorista que dinamitó la paletería y la negrura del franquismo y el que mejor denunció la barbarie de la guerra, de todas las guerras.
Miguel Gila Cuesta nació en Madrid un 12 de marzo de 1919. Fue hijo póstumo. Su madre era asistenta. A los 13 años, comenzó a trabajar en un taller de chapa y pintura. Al llegar la guerra, se alistó en las filas republicanas, pero fue capturado en diciembre de 1938. Decidieron fusilarlo. Así contó esa fallida ejecución en sus memorias: "Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el cuello de las gallinas robadas con el ya mencionado Ábrete Sésamo de los vencedores de batallas. El frío y la lluvia calaba los huesos. Y allí mismo, delante de un pequeño terraplén y sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: "¡Apunten!, ¡fuego!", apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de diciembre. Las gallinas tuvieron poco tiempo para respirar, el que emplearon los del piquete de ejecución en apretar sus gatillos. Y sobre la tierra empapada por la lluvia, nuestros cuerpos agotados de luchar día a día".
Luego, Gila se escapó, fue apresado por la Guardia Civil e internado en un campo de prisioneros. Después, encarcelado, la primera vez de una larga sucesión, y más tarde obligado a incorporarse a las filas franquistas.
Mientras estaba en la cárcel, empezó a mandar dibujos a "La Codorniz" y así comenzó, en 1941, su carrera de humorista.
Tenía el desamparo de Chaplin, y sus monólogos bebían la herencia de Wenceslao Fernández Flórez, Jardiel Poncela, Miguel Mihura.
La empezó a desplegar en los escenarios en 1951. Luego se exilió a Argentina y volvió con la democracia. Sólo para irse otra vez. En 1986, diciendo: "Dejo España por las barreras que hay en este país para el afecto, pues no se encuentra la amistad y se vive para el consumo, y porque el español actual no practica el diálogo, sino el monólogo, mientras en Argentina tengo muchos amigos con los que poder charlar".
Otra de las razones que alegó es que allí tenía muchas proposiciones para hacer televisión, "un medio imprescindible para nuestra profesión". Gila abandonó España un tanto dolido: "En el Ente Público español las cosas no han cambiado. Está manejado por las mismas personas", dijo.
Así era él. Un maestro del humor surrealista y absurdo, aparentemente sencillo pero lleno de complejidades. Un hombre sin trampa ni cartón que logró expresar la verdad de un país enloquecedor y de un mundo desvencijado, hecho añicos. Todo, con un simple telefonazo.
Babelia
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