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Crítica:ESTRENOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mejor el ruido que las nueces

No se estrujaron mucho el cerebro quienes urdieron una estrategia narrativa destinada a sostener el alarde del espectacular tinglado visual de la batalla, o ratonera, de Pearl Harbor, aquella gigantesca emboscada de la aviación japonesa que, el 7 de diciembre de 1941, arrastró a los Estados Unidos a la II Guerra Mundial. Como de costumbre en las películas ideadas con mentalidad de despacho ejecutivo, que buscan el dinero veloz y eluden sutilezas y complejidades, los diseñadores del filme buscaron una línea fácil, de las de menor resistencia, y eligieron, para sostener el gran baño de bombas japonesas, un trenzado argumental compensatorio de grueso azúcar californiano.

El largo, moroso, angulado y accidentado triángulo sentimental de los dos amigos, casi hermanos, que fatalmente se enamoran de la misma chica y esto les arrastra a un estallido de enemistad que, obviamente, después de unas cuantas idas y venidas, o vuelcos, emocionales, conduce al baño de almíbar de la reconciliación, es cosa tan eficaz y tan sabida, que aquí recuerda -y lo malo es que a ratos recuerda demasiado- a antiguos melodramas que, con este mismo juego u otro parecido, arrancaron muchas y buenas lágrimas teñidas de blanco y negro, precisamente en la época del cine a la que puso fin el bombardeo de Pearl Harbor.

PEARL HARBOR

Director: Michael Bay. Intérpretes: Ben Affleck, Josh Hartnett, Kate Beckinsale, Cuba Gooding, John Voight, Tom Sizemore, Alec Baldwin, Mako, Dan Aykroyd. Guión: R. Wallace. Género: bélico. Estados Unidos, 2001. Duración: 183 minutos.

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Todo el juego dramático está enteramente ideado y milimétricamente calculado para servir de marco al lienzo del alarde técnico de los efectos visuales digitales que despliega la larga (43 minutos), minuciosa y convincente reconstrucción, planificada y graduada con nervio y sentido de la gradualidad, del bombardeo que casi destruyó a la flota estadounidense del Pacífico. El alarde técnico es funcional, tiene consistencia formal interior y propone un curso de buen y eficaz montaje. Es este gigantesco numerito de circo visual lo mejor de Pearl Harbor, que como película hace agua por las grietas del premioso y azucarado artificio narrativo sentimental, un tanto ortopédico, que sostiene la reconstrucción en laboratorio informático del documento histórico vertebral.

Ben Affleck, John Hartnett y la actriz británica Kate Beckinsale son gente lista y guapa, que se sabe bien el abecedario de su oficio y que logra triangular con solvencia un embolado cursilón y previsible, al que se le ve venir desde que es enunciado en una pantalla brillantona, de papel cuché, algo llorona, cuadriculada y epidérmica, que disfraza con efectos de bonita cosmética la vaciedad de las composiciones de estos tres personajes, además de los que les flanquean, que no sobrepasan la condición de sombras de sombras, ecos huecos procedentes de músicas visuales de otras películas mejores que esta. Sólo John Voight -en un personaje tan amenazado por el tópico como el del presidente Franklin Delano Roosevelt-, Tom Sizemore y Cuba Gooding salen a flote y arrancan del cálculo de un guión plano y pobre, mal dirigido por Michael Bay (más productor que verdadero director), una presencia viva, creíble. Pero es la irrupción del estruendo colectivo del suceso de Pearl Harbor lo mejor del reparto de esta historia hueca y paradójicamente silenciosa, hecha con silencios pobres y a veces ajenos.

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