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Columna
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Eclipse militar

Fernando Vallespín

Como estamos viendo, la eliminación del servicio militar obligatorio fue una decisión insuficientemente meditada. La tentación de la propuesta electoralista fácil y exitosa prevaleció sobre el debate sereno y responsable. Emprendimos un importante cambio en la organización de las fuerzas armadas sin haber hecho previamente un adecuado balance de cuáles podían ser sus consecuencias. Desde luego, España no podía quedarse al margen de unas pautas de organización del Ejército que ya estaban comenzando a generalizarse en casi todos los países de nuestro entorno. Tanto nuestra adscripción a la OTAN, con su necesario impulso modernizador, como el propio clamor popular, convirtieron la abolición del servicio militar obligatorio en una mera cuestión de tiempo. No fue, por tanto, una decisión equivocada; pero es muy probable que fuera imprudente en su aplicación. Sobre todo porque, como suele ocurrir tan a menudo en la política democrática, se hurtaron gran parte de sus consecuencias a la opinión pública. Esa conocida frase periodística, 'no dejes que la realidad te estropee un buen reportaje', tiene también su correspondiente traducción en el mundo de la política: 'no dejes que sus costes ocultos te empañen una magnífica propuesta electoral'.

España pudo haber optado por mantenerse fuera de la OTAN e incluso abolir el Ejército. No hubiera sido lo sensato, pero pudo haberlo hecho. Sin embargo, se inclinó por asumir todo un conjunto de compromisos de defensa en dicha organización, que son los que a grandes rasgos se corresponden a un país de su tamaño e importancia estratégica. Y esto significa aceptar todo un conjunto de responsabilidades con sus correspondientes costes. Costes que necesariamente se han visto aumentados al decidirnos, además, por una plena profesionalización de la función de defensa. Y ya vemos muchas de las consecuencias de no hacerlos frente: insuficiente demanda de profesionales, que quizá haya que paliar, en efecto, con inmigrantes de algunos países; el recurso a medidas de ingeniería y picaresca presupuestaria para financiar las costosas compras de material; por no hablar de curiosas y patéticas medidas como la reducción del cociente intelectual mínimo para poder ingresar en el Ejército. ¿A quién puede extrañar así la frustración de los diversos sectores militares? Cuando al fin parecía que se habían liberado de la hipoteca que el franquismo había levantado sobre su reputación, tienen que hacer frente ahora a todo este conjunto de problemas. Una nueva vuelta de tuerca en la disminución de su autoestima, que no creo que sea bueno para nadie.

Según cifras del año 1999, España dedica a defensa el 1,3% del PIB, un punto por debajo de la media de los países de la OTAN, o sea, casi la mitad, y lejos de los 2,6% y 2,7% del Reino Unido y Francia. No hay nada que objetar a este dato, producto de claras opciones de decisión pública. Pero no debemos olvidar tampoco que la defensa es uno de esos sectores o 'pedazos' de la soberanía que hemos 'puesto en común' con nuestros aliados y, en consecuencia, nos obliga a asumir los compromisos adquiridos. De forma más o menos silenciosa se han venido produciendo importantes transformaciones en la función militar. Seguramente estemos ante el final de la defensa nacional tal y como la veníamos conociendo. No sólo por esta nueva imbricación continental y transcontinental de las políticas de defensa. También por el abandono del modelo republicano de compromiso ciudadano con la defensa de la nación. Recordemos que ésta fue siempre la posición 'progresista' frente al modelo de los ejércitos mercenarios. Éstos ya parecen casi inevitables en esta época del Estado posmoderno, e incluso, como en su origen, muy probablemente acaben siendo 'multinacionales' -ecuatorianos en el ejército español; rumanos en el alemán, etcétera-. Lo que no ha cambiado, sin embargo, es la capacidad política e intimidatoria del potencial militar en la esfera internacional. No deja de ser contradictorio, por lo tanto, que nos quejemos de la dependencia militar europea de los Estados Unidos y seamos reacios a la vez a un incremento de los presupuestos militares continentales.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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