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Columna
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Himno

Soy un señor mayor, la verdad. A pesar de ello, la Constitución me ampara para expresar sin tapujos mis soliloquios, aunque esté a punto de cumplir 93 años, y al margen de que me llame Secundino (el nombre es una de las pocas cosas serias que no se puede elegir en este mundo). Señoras y señores, a mí los himnos me provocan, me soliviantan la épica, me alborotan las partes pudendas. Lo mismo me da que se ensalce al balompié que a los antiguos alumnos de los Sagrados Corazones. Un no sé qué inmaterial se me encabrita a la altura del ombligo cuando escucho esos exabruptos guerreros, de igual modo que acontece con todo lo que te da miedo o te hace gracia. Sea lo que fuere, los himnos me ponen, me ponen en situaciones impredecibles. Ayer llegó a mi domicilio un compacto del artista Galín de Galicia, conocido por el fisco como Juan Mari Solera, un gallego de ésos a los que hay que echar de comer aparte. El disco lleva por título Himno de Madrid y Nueve Canciones Gallegas. La producción es escueta, sí, pero minimalista: sólo interviene la voz del citado gallego, pura y dura, sin necesidad de apoyos orquestales o corales que podrían restar perplejidad a los contenidos, con un par de morros. Los contenidos intrínsecos del himno podrían ser definidos con una palabra de cuyo nombre no logro acordarme. Apunten, si es que por ventura las desconocen, algunas aseveraciones contenidas en el himno de marras: '¡Madrid, uno, libre, redondo, autónomo, entero!... Y ése es mi anhelo, que por eso se dice de Madrid al cielo'. Un servidor alucina, por muy mayor que uno sea.

Madrid tiene que cambiar de himno. El ejemplo es Asturias, patria querida. En el que no se invita a partir piernas, sino a subir al árbol, coger la flor, dársela a una morena o incluso rubia, y que la ponga en el balcón o que la deje de poner. Y así, hacer el oso subiéndonos al madroño.

En todo caso, siempre tendremos aquí el himno de la Universidad Complutense, Gaudeaumus igitur, que incita a participar del gozo de la vida, pero todo ello en latín, como Dios manda. Y, hablando de Dios: bueno, adiós.

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