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Columna
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No habrá Séptima Vuelta

Durante la reunión mantenida hace ocho días por la Comisión Nacional de Convèrgencia Democràtica de Catalunya (CDC), Jordi Pujol anunció que no será candidato presidencial en las elecciones autonómicas: para utilizar su propia metáfora, el veterano corredor ha renunciado, tras seis mandatos consecutivos al frente de la Generalitat, a ganar la séptima vuelta ciclista a Francia. Pese a que los pronosticadores habían dado por descontado ese desenlace tras el nombramiento el pasado enero de Artur Mas como conseller en cap (jefe del Ejecutivo catalán), la noticia dada por el propio interesado ha sacudido no sólo a la sociedad catalana, sino también al resto de España. Juanto a Fraga (resuelto a conseguir su cuarto mandato como presidente de Galicia), Pujol es el único protagonista destacado de la transición que sigue ocupando un cargo público relevante: el resto se ha recluido en los cuarteles de invierno (Suárez, Carrillo y González) o se ha refugiado (Arzalluz) en la jefatura de su partido.

Personaje crucial a lo largo de todo el proceso constituyente, Pujol no sólo ha presidido la Generalitat sin solución de continuidad desde 1980, sino que también ha ejercido una gran influencia sobre la política española cuando el Gobierno central (UCD en 1977 y 1979, el PSOE en 1993 y el PP en 1996) ha carecido de mayoría parlamentaria. Convencido tal vez del inevitable triunfo de Maragall en la convocatoria de 2003, la hipotética renuncia de Pujol a la blanca mano de Doña Leonor para no recibir calabazas en las urnas no implica, sin embargo, el abandono de la vida pública. CDC y Unió Democràtica de Catalunya (UDC) acaban de acordar, tras una negociación a cara de perro, convertir su asimétrica coalición electoral (CiU) en una federación más equilibrada, de la que Pujol será presidente, y el democristiano Duran Lleida, secretario general. Aunque Artur Mas encabezará la lista de CiU en la siguiente convocatoria autonómica, la presidencia de la nueva federación le permitirá a Pujol controlar la organización, orientar sus estrategias desde la oposición y tutelar -eventualmente-el comportamiento del presidente de la Generalitat si su candidato para 2003 lograse contra pronóstico ganar las elecciones.

No hay pruebas concluyentes sobre la viabilidad de las bicefalias diseñadas para que el presidente o el secretario general de una formación política ganadora de los comicios dirija desde fuera al presidente del Gobierno. La fórmula fracasó estrepitosamente en UCD: Rodríguez Sahagún, presidente del partido como vicario de Suárez, no consiguió disciplinar a Calvo Sotelo y acabó dimitiendo. El pregonado éxito de la bicefalia del PNV es menos claro de lo que aparenta. Aun siendo cierto que Arzalluz ha dictado la línea de actuación y la política de alianzas a los tres lehendakaris (Garaikoetxea, Ardanza e Ibarretxe) que se han sucedido al frente del Gobierno de Vitoria desde 1980, ese diseño de poder provocó la dimisión de Garaikoetxea y la escisión del PNV a mediados de los ochenta y tal vez explique la retirada de Ardanza en 1998.

La tormentosa bicefalia de Almunia y Borrel dentro del PSOE mostró las dificultades de coexistencia del secretario general de un partido con el candidato a la presidencia del Gobierno. En el PP, Fraga devoró a Hernández Mancha antes de nombrar en 1989 candidato presidencial a Aznar, que se apresuró pocos meses después a asumir la presidencia del partido y a suprimir la bicefalia. Los intentos de Carrillo para imponer su autoridad de veterano dirigente por encima del poder de Gerardo Iglesias como secretario general terminó con su expulsión del PCE.

Las hipótesis sobre los futuros conflictos atribuibles al diseño de la nueva federación no se agotan con las eventuales tensiones de la bicefalia formada por Pujol y Artur Mas. El nuevo reparto de los naipes del poder dentro de CiU ha creado la posibilidad de una tricefalia animada por Duran Lleida, presidente de UDC y secretario general de la incoada federación. El líder democristano dimitió el pasado febrero como consejero de la Gobernación en protesta por el ascenso de Artus Mas a conseller en cap y amenazó con romper CiU si UDC seguía marginada de la toma de decisiones y no mejoraba su cuota de altos cargos y de candidatos. Si bien la transformación de la coalición en federación ha solucionado por el momento ese desencuentro, Duran Lleida nunca ha ocultado que se propone alcanzar las más altas cotas en la política catalana y española; su presencia en esa tricefalia eventualmente conflictiva reverdece el viejo chiste italiano según el cual las fieras devoraban a los cristianos en el circo romano, pero los democristianos se comían, en cambio, a los leones.

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