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Reportaje:SALTOS DE TRAMPOLÍN CON ESQUÍS

La guerra de las nubes

El 'resucitado' polaco Malysz destrona al alemán Schmitt con su calidad y una innovación en sus tablas

Son los pájaros del deporte. Vuelan a veces durante 10 segundos y más de 200 metros en condiciones casi siempre difíciles. Con frío, naturalmente, y al borde de que el viento o la visibilidad se lo impidan. Lo toman como algo normal, pues se han entrenado desde niños. Pero quien se haya impresionado con un descenso sobre esquís lo hará mucho más con la salida desde un trampolín a más de 100 kilómetros por hora para volar con unas tablas como tren de aterrizaje y como alas abiertas, ya siempre en V para ofrecer mayor superficie al aire y planear más.

Cada temporada suele surgir el asombro y en la actual lo ha hecho con la variedad de que, en contra de la tradición, no sea nórdico o germano el dominador. Un polaco de cuerpo frágil es la variante nunca vista en un país con escaso nivel en los deportes invernales y en el que nunca un saltador había volado tan alto, tan lejos y con tanta perfección. Se llama Adam Malysz y le ha birlado inesperadamente el protagonismo a la última gran estrella, al alemán Martin Schmitt. Malysz ha ganado la última guerra de las nubes con su calidad y con una curiosa innovación técnica en los esquís.

En el pasado reciente fueron finlandesas las máximas figuras, con Matti Nykaenen a la cabeza, un tremendo juguete roto al final de su carrera por el alcohol y su carácter. Después llegó el alemán de la antigua RDA y de los pocos reconvertidos Jens Weissflog y le siguieron el austriaco Andreas Goldberger y otro germano, Schmitt. Este último, en dos temporadas fantásticas, oscureció a Goldberger, que parecía tener más recorrido en la cumbre.

Sin embargo, como en las propias bandadas de pájaros, con la ligereza de sus propias estructuras, todo cambia muy rápidamente en los saltos. Schmitt empezó ganando en diciembre tres de las cuatro primeras pruebas de la Copa del Mundo de esta temporada, incluida la de Oberstdorf (Alemania), la primera del famoso torneo de los Cuatro Trampolines, que aún no estaba en su palmarés. Y sigue sin estar.

De repente, surgió un polaco menudo, aún más ligero que él (1,69 metros y 60 kilos frente a 1,81 y 65) y comenzó a ganarlo casi todo. Malysz, una curiosa copia de Weissflog (1,70 y 55) había resucitado a los 23 años, cuatro después de haber nacido y muerto casi inmediatamente para la élite. Con 19 ganó la prueba final de la Copa de 1996 y venció en dos más en 1997. Pero se casó, tuvo a su hija Karolina y desapareció. Sólo la intervención paternalista de su entrenador, Apoloniusz Tajner, y de un equipo de psicólogos de la Universidad de Cracovia han propiciado su redención.

Malysz, en rápida y sorprendente contestación a Schmitt, ganó en enero los dos últimos concursos del Cuatro Trampolines, se llevó el torneo y sumó tres victorias más, dos en Harrachov (República Checa) y otra, sintomática, en Salt Lake City, (Estados Unidos) el trampolín que será olímpico en 2002. Así, con cinco triunfos seguidos, igualó el récord de Goldberger en 1995.

Schmitt no fue a Estados Unidos. Se quedó en la Selva Negra cambiando de táctica. Sorprendido por los éxitos de Malysz, regresó a sus bases para contrarrestar el último grito técnico de los esquís Elan del polaco: una punta más ligera le permite penetrar mejor en el viento. Schmitt cambió los suyos, Rossignol, por unos dos centímetros más largos (2,66 metros por 2,64) y algún otro toque mágico le permitió en los entrenamientos saltar hasta 10 metros más. El experimento pareció dar resultado y Schmitt ganó en Hakuba (Japón) el 24 de enero.

Pero el antídoto duró poco. La calidad, el estilo y el cuerpo de Malysz también cuentan. El polaco venció en los dos concursos siguientes, el de Sapporo (Japón), eincluso el de Willlingen, la ciudad natal de Schmitt.

Tras repartirse ambos las medallas en los Mundiales de Lahti, Schmitt volvió a ganar en Oberstdorf. Pero era la temporada de Malysz. Sumó tres victorias más en Falun (Suecia) y Trondheim y Oslo (Noruega). Schmitt se consoló con la última prueba en el mayor trampolín, el de Planica (Eslovenia), pero fue una triste revancha. Había perdido la guerra.

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