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Hermanos, gemelos, amigos...

Javier Otxoa renunció a un contrato sustancioso con otro equipo para seguir junto a Ricardo

Fernando, un ciclista de 12 años, hunde sus manos en los bolsillos y, con toda la seriedad que le concede su edad, asegura que, pese al frío, se vestirá de ciclista para despedir esta tarde a Ricardo Otxoa. A su lado, Polentxi, Juanjo y Fernando, todos integrantes de la Peña Otxoa, realizan un recuento aproximado de los inscritos en la escuela ciclista de Berango, la localidad natal de los hermanos Otxoa. Concluyen que son una decena y que, sumados a la docena larga del club vecino, el Punta Galea, de Algorta, darían para formar un pasillo de honor que acompañase al féretro con los restos de Ricardo.

La deliberación ha resultado breve e improvisada en el diminuto despacho de un carrocero, Enrique, presidente de la escuela ciclista de Berango, que ahora sacude la cabeza, anonadado. Mientras los mayores discuten cómo despedir de forma adecuada a su vecino, Fernando pasea su mirada por las tres únicas fotos que adornan la oficina. 'Aquí está Ricardo, con el maillot del equipo ONCE', indica Enrique, que conoce a los hermanos Otxoa desde hace 15 años, cuando corrían con su hijo los fines de semana en diferentes pruebas vizcaínas. De una bolsa de plástico extrae una gorra del ONCE y se la entrega sin ceremonias a Fernando, que la mira y la remira sin atreverse a probársela.

'Lo compartían todo: confidencias, casa, coche, la moto que se habían comprado...; todo', afirma su hermano Andoni
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La calle de Sabino Arana, artería principal de Berango, divide el pueblo en dos. En el número 19 vivió la familia Otxoa antes de trasladarse al barrio bilbaíno de Zorroza hace tres años. En el número 4 residen Ángel y Mari Carmen, tíos de los Otxoa, seguidores entusiastas de éstos y padres de Igor, un prometedor ciclista de 12 años envenenado con este deporte casi por herencia. La calle que separa ambos portales ha visto desfilar a los Otxoa como simples entusiastas del ciclismo, como jóvenes competidores y también como profesionales, una transformación a la vista del vecindario. '¿Los Otxoa? Si, claro. Siempre en bici, siempre juntos calle arriba, calle abajo', resume una vecina.

Ángel y Mari Carmen guardan encerrada en varios álbumes de fotos la trayectoria de Ricardo y Javier, que en las categorías inferiores tenían una curiosa costumbre: escaparse del pelotón al alimón. 'Lo compartían absolutamente todo: entrenamientos, confidencias, casa, coche, la moto que se habían comprado recientemente...; todo', confirma Andoni, el mayor de los tres hermanos Otxoa, que ayer concedió una entrevista al canal autonómico vasco de televisión a cambio de una breve petición formulada en directo: 'Los conductores tienen que valorar el daño que puede causar un simple descuido que tengan al volante'.

'Estaban felices porque todo les iba bien y, sobre todo, porque por fin corrían en el mismo equipo. Me resulta imposible imaginarlos separados porque no sólo eran gemelos, hermanos...; eran amigos', se lamenta Andoni, que apoya sus afirmaciones con un dato: 'Para seguir juntos, mi hermano Javier dejó de ganar 70 millones de pesetas al rechazar un contrato suculento con otro equipo'.

En Berango siempre ha habido ciclistas, pero ninguno llegó tan lejos en un deporte exageradamente selectivo. La escuela local de ciclismo nació y se desarrolló cuando éstos abrazaron el profesionalismo; la Bira, una de las pruebas para aficionados más representativas del calendario nacional, tiene ahora un final de etapa en sus calles, algo 'impensable cuando los Otxoa todavía no habían ganado sus campeonatos de España', puntualiza Juanjo, de la Peña Otxoa. En Berango se organizan carreras ciclistas para las categorías inferiores, el Ayuntamiento ha concedido locales para el club ciclista y para la Peña Otxoa y en la población no hay persona que no reconozca en los hermanos Otxoa un motivo de orgullo.

Fernando, a sus 12 años, monta una bicicleta Colnago, casi tan cara como la Look que el Kelme entrega a sus corredores.Las fotos del álbum familiar de los Otxoa enseñan, sin embargo, máquinas mucho más modestas, instantáneas movidas tomadas a pie de cuneta, en un puerto o junto a una línea de llegada pintada a brochazo limpio. El álbum señala, entre líneas, el significado íntimo del ciclismo: 'Tener un ciclista en la familia es algo especial, un orgullo. Si son dos, ni te cuento. Es difícil explicar qué pierde una familia cuando ya no tiene a quién esperar en una subida, en la meta', termina Andoni.

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