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Columna
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La escalera

Confieso que no tengo muy claro este asunto del segundo escalón. Cambiar a directores generales sin tocar para nada los peldaños que están por encima o por debajo, es una estrategia rara del caminante político, una complicación más para los que hacen senderismo administrativo y un estímulo añadido para la indiferencia del ciudadano. Cuando subo o bajo escaleras nunca consigo adivinar en cuál voy a tropezar, y por eso me admira más la intuición de nuestro presidente al apuntalar las partes supuestamente débiles del equipo de gobierno. Claro que si esto sigue así, retocando por pasos el conjunto, alguien terminará describiendo este período político valenciano como la otra historia de una escalera.

No seré yo, en estos momentos, el que le ponga pegas a los que entran, salen o a los que logran continuar. Pero es que nunca fui partidario de esta moda actual de cambiar cada temporada el cuarto de baño, la cocina o blindar la puerta para evitar el efecto llamada. Lo único que se consigue es hacer ruido, molestar al vecindario y seguir igual de incómodo que antes. Cuando la casa no es adecuada, lo mejor es cambiar de casa o adaptarse a lo que hay.

Puede que me equivoque, pero presiento que legionellas, priones y extranjerías, por mencionar lo más conocido y no entrar en menudencias, continuarán tropezándose por el Consell a pesar de la reforma de este escalón. Y lo peor no son los problemas, que siempre se pueden generalizar para comprometer a otros, lo peor son los errores, que esos nunca se pueden quitar de en-cima. Un ejemplo. Dentro de pocos días, el presidente realiza en Madrid la presentación de su libro El acierto de España, con la aparente tranquilidad de la reforma bien hecha. Pues nada, ya tenemos problemas porque en la base oficial de datos, el ISBN de ese libro está a nombre de Fernando Zaplana Her-nández. Por cierto, autor también de Espigas de mi cosecha, un título sugerente sin lugar a dudas.

Se puede pasar por alto que en otras bases de datos, pertenecientes a librerías de grandes almacenes, aparezca Eduardo Zaplana como autor de un libro sobre Amadeo Roca, editado por la Generalitat. Junto a Francisco Camps, por supuesto; un político que últimamente me produce siempre un reflejo condicionado: veo al presidente y automáticamente busco dónde está Camps. Pues bueno, pasemos por alto la autoría del Amadeo Roca, que al fin y al cabo todo queda en casa. Pero qué hacemos con el otro, a quién le atribuimos El acierto de España.

Aquí hay que reformar más escalones. No me negarán que desluciría mucho el acto si el presentador, en este caso Adolfo Suárez, se pone formalista y habla de Fernando en lugar de Eduardo. O hasta llega a ensalzar, por amabilidad y corrección, las Espigas de mi cosecha como poesía de Zaplana. ¡Qué bochorno! ¡Qué titulares al día siguiente!

Está claro que algo falla en toda la escalera, que no sólo es un problema del segundo escalón. Es necesario remodelar el conjunto o más de uno dará un tropezón, caerá rodando por ella y se dará de bruces con la dura realidad. Porque vamos a ver, ¿ahora qué hacemos con Fernando?

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