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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El generalísimo, bajo arresto

La resolución del juez chileno Juan Guzmán de procesar y someter a arresto domiciliario al ex dictador Augusto Pinochet supone un hito más hacia el fin de la impunidad de los crímenes cometidos por el máximo representante y símbolo viviente de la dictadura chilena. Los familiares de los desaparecidos consideran el de ayer como un día histórico. Se cumplió algo que no hace mucho casi todos, dentro y fuera de Chile, consideraban imposible.

Queda todavía por recorrer un largo camino a través de la jungla de los procedimientos judiciales. Es posible que no llegue a producirse nunca la condena definitiva del dictador. En su afán por escapar al peso de la ley, el general no tuvo empacho en quebrantar las normas más elementales de los códigos no escritos del honor militar. Trató de exculparse trasladando la culpa a sus subordinados. Más de un militar chileno pensará sin duda hoy día que su generalísimo ha perdido de forma definitiva el juicio o que su cobardía no merece ya más la solidaridad corporativa.

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Con su conducta, Pinochet se muestra a la altura de otros criminales de escritorio que a la hora de la verdad han tratado de escurrir el bulto. Las recientes declaraciones de un compañero de armas, casi coetáneo suyo, el general Joaquín Lagos, jefe militar de Antofagasta en los días de la caravana de la muerte, han puesto de manifiesto de forma palpable hasta qué punto Pinochet se involucró personalmente en los crímenes que ahora han provocado su procesamiento y arresto.

Quizá sus abogados imaginen algún truco legal para librarle del proceso. Tal vez un nuevo quebrantamiento de su salud o una enfermedad, táctica o real, le evite tener que apurar hasta el fin el cáliz de su condena por los delitos cometidos por la caravana de la muerte. No obstante, el dictador ha sufrido ya en propia carne y en su mismo país, donde gobernó de forma despótica durante 17 años y pudo mandar matar a su antojo, el baldón de ser considerado reo de varias decenas de homicidios y secuestros. Para Pinochet puede afirmarse con propiedad que todo se ha perdido ya, incluso el honor. El mismo que el juez Guzmán ha devuelto a Chile con su resolución.

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