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Columna
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Risas

No deja de admirarme que un país cuyo primer libro es el Quijote tenga tantos prejuicios contra la risa. No hablo de la fina ironía, que tanto hace disfrutar a los intelectuales, sino de la risa franca, de la carcajada diáfana y clara que despereza nuestro cuerpo y lo sacude en saludables espasmos. Es inexplicable que la misma cultura que ha engendrado el Libro de buen amor, La Celestina o el Lazarillo, haya engendrado también a Umbral, que no sonríe jamás en la fotos ni en la literatura, y que ha dicho muchas veces que la risa, y en general toda clase de humor, es de derechas. Yo siempre he pensado lo contrario, que la risa desenmascara imposturas y disuelve falsas solemnidades; que la risa es subversiva y que está más cerca del anarquismo que de la militancia en el PP. Sin embargo, estoy por darle la razón al reciente Premio Cervantes, y comerme mis palabras, porque en el último mes nos hemos reído con este gobierno como nunca.

La cosa comenzó, si no recuerdo mal, con un hilarante monólogo del Ministro de Justicia en el que relacionaba con extraordinaria gracia una serie de elementos dispares como son el Papa, Liaño, el cambio de milenio y Tani. Recuerdo momentos insuperables de aquella soberbia rueda de prensa, que debería emitirse en diferido para toda España. Aunque para monólogos, el de Celia Villalobos, que consiguió provocar una crisis de gobierno sin hablar de política, ciñiéndose exclusivamente a un tema en principio tan poco polémico y tan alejado de Aznar como el caldo de cocido. Qué otra cosa es el talento.

A partir de aquí no sólo han mantenido el nivel, sino que han alcanzado momentos sublimes. ¿Acaso no es un hallazgo que entronca con el dadaísmo de principios del siglo XX ese episodio en el que Mayor Oreja expulsa a los inmigrantes del Foro de Inmigración? Por favor, eso es genial. Es obvio que están en racha, y con muy buen criterio han decidido ponerse de gira. En Almería, por ejemplo, hacía tiempo que no teníamos un diputado tan gracioso como Rafael Hernando. La prensa local ha ganado mucho con él. Cuando el otro día los agricultores almerienses le hicieron ver la conveniencia de luchar por una línea ferroviaria que favoreciese la exportación de las hortalizas, dijo: el tren es para las personas, no para los pimientos. ¿Es o no es esta frase la quintaesencia del humor? Pero a quien esperamos en Almería un día de estos es al Delegado del Gobierno para la Inmigración, a Enrique Fernández Miranda, el Buster Keaton del PP, salvando las distancias. Yo le he visto en un sketch que pasaron por televisión pedir impasible a unos esclavos ecuatorianos sin permiso de trabajo que volvieran a Ecuador a rellenar un papel que se les había olvidado. Lo dijo así, sin reírse, asegurándoles que él les pagaba el viaje y que les guardaba el puesto de trabajo. Lo tengo en vídeo.

Como digo, a la luz de estas ocurrencias y de otras, que no por conocidas producen menos hilaridad, como ésa de Fraga presentándose otra vez a la Xunta, o los retruécanos involuntarios de Aznar, estoy por darle parcialmente la razón al columnista arriba mencionado y concluir que la risa es, como el miedo, un estremecimiento provocado, al menos, por esta derecha.

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