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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Sáhara en el corazón

Cuando el verano de 2000 me puse en contacto con la Dirección de Cooperación del Ayuntamiento de San Sebastián a fin de ver la posibilidad de acoger en mi casa un niño saharaui, apenas sabía qué había pasado en el Sáhara en los últimos 25 años. Recordaba veladamente que el Sáhara fue una provincia española y la Marcha Verde, allá por el 75, cuando yo era estudiante, poco más. Ahora, unos pocos meses después, conozco la realidad terrible y sufrida de un pueblo que no nos queda más lejos que Canarias y cuya verdad se abre camino, a pesar del olvido de la mayor parte de la comunidad internacional, cuando no la traición de varios de nuestros gobiernos.

Mulay Laulad Boussed pasó julio y agosto en nuestra casa. Tenía 14 años; no hablaba castellano. Con ayuda de un diccionario de árabe, y sobre todo con el lenguaje universal de la mímica, establecimos los primeros contactos. Un mapa también fue de ayuda: '¿Dónde estás?, ¿de dónde vienes? 'En el desierto argelino, en uno de los cuatro campamentos de refugiados saharauis, se llama Smara. Smara como la ciudad que abandonaron mis padres, mis abuelos, y mis tíos, ante la invasión marroquí'.

Mulay se fue, pero la semilla quedó prendida y la necesidad de volverlo a ver, junto con la de romper el aislamiento al que están sometidos, se fue haciendo grande, grande.

Smara, Smara, ¡qué impacto amanecer en Smara! La noche cuando no hay luz es demasiado oscura... Aterrizamos a los dos de la madrugada en tierra argelina en el aeropuerto militar de Tinduf provenientes de Bilbao, 150 personas, en un vuelo charter concertado con la fuerza y la ilusión que da el cariño y la fraternidad entre las familias, capaz de traspasar fronteras.

En camiones y autobuses destartalados, guiados en aquella tremenda oscuridad por el Frente Polisario, nos internamos en el desierto. Sus anagramas -Diputación Foral de Guipúzcoa, Diputación Foral de Vizcaya, Eusko Tren-, muestra de la ayuda humanitaria de las instituciones vascas, me provocó una inesperada y grata sorpresa.

En un silencio nervioso me preguntaba con qué nos encontraríamos. Sólo sabía que Mulay tenía padres, cinco hermanos, siendo él el segundo, un tío llamado Bachir que hablaba castellano,... ¿Sabrían que llegábamos? Era la pregunta que más me inquietaba (en los campamentos, además de no haber agua ni luz eléctrica, tampoco hay correo ni teléfono). Eran las cuatro de la madrugada cuando nos indicaron los enturbantados que guiaban nuestra camioneta que bajáramos, que alguien vendría a buscarnos sin pasar mucho tiempo. Nos bajamos escépticos, pensando que iba a ser una oscura y larga noche, pero no fue así. En 10 minutos, apareció otro enturbantado conduciendo un Land Rover. Resultó ser el padre de Mulay Laulad Boussed.

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A partir de ahí, gaupasa. En la jaima se esperaba nuestra llegada, se levantó la familia... saludos y abrazos. Complicado entender quién es tío-tía, quién es hijo-hija de quién. Preparación de comida... y ver amanecer.

Con la luz, llegó el impacto, con la luz se acabó el enigma, ¿dónde estoy?, ¿cómo es este lugar? Una extensión infinita de tiendas de campaña y casetitas de barro se perdía en el horizonte a ambos lados. ¡Una multitud de 30.000 personas viviendo así!,. sobreviviendo 25 años con agua que llevan los camiones dos veces por semana, con la comida que envía la ONU y la ayuda humanitaria.

A lo largo de los demás días comprendí que sobreviven porque son austeros hasta no poder creer, porque están organizados, porque tienen fe, una gran fuerza moral que me ha impresionado profundamente.

También rompí muchos de mis erróneos prejuicios: el padre de Mulay recogía los platos, me echaba colonia, las niñas y niños compartían pupitre en la escuela de Smara, había tantas mujeres como hombres en el Consejo de la Daira, Lama hablaba buen inglés, había estudiado en Libia, las primas mayores de Mulay buen francés, habían estudiado en Argelia, todas escribían y leían bien.

Ya han pasado cinco días sin apenas darnos cuenta. Quisiera que se multiplicaran por cinco. Antes de venir me preguntaba: ¿qué vamos a hacer cinco largos días en el desierto entre unos desconocidos y sin hablar yo árabe?

Quisiera que se multiplicaran para que Mohamed me cuente más despacio su odisea de cómo recorrió cientos de kilómetros huyendo de los territorios ocupados con sólo seis litros de agua y una bolsa de dátiles, enterrándose durante el día y caminando por la noche. Para que A'Hasi me haga llorar otra vez contando por qué no funcionan sus pulmones, que tragaron demasiado fósforo cuando los aviones bombardeaban a las filas de civiles desesperados que abandonaban Smara adentrándose en el desierto, y lo hacían tan bajo que veían las cabezas de los pilotos que les echaban las propias bombas. Para que Fadli me estremezca otra vez mostrándome su cuerpo perforado por la guerra, mientras que me dice que no teme morir, que yo también moriré, que todos hemos de morir, y que sólo Ala sabe cuando, que a ellos siempre les toman el pelo, que estos 10 años de paciente espera del referéndum sólo han servido para que el mundo se olvide un poco más de ellos...

Demasiadas cosas que yo no sabía y que aquí nadie nos ha contado.

Llega la hora de la despedida, la más amarga de las despedidas de mi vida, cinco días como cinco años, para tender lazos, y ahora ¡hasta cuando! No les puedo escribir, no hay vuelos regulares, la llamada a la guerra amenaza de nuevo.

Sólo su dignidad me alienta, dignidad en la miseria, dignidad en la pobreza. También su compromiso paciente. No puedo ser ya más indiferente a la causa de esta gente. Trabajaré con los escasos medios de un ciudadano de a pie, pero con la convicción de que la justicia y la verdad se abren al fin camino.-

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