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Columna
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Porto Alegre: otro mundo es posible

Joaquín Estefanía

El estrépito mediático con el que se está celebrando la conferencia de Davos contrasta con el silencio, o todo lo más el sonido tenue, con el que hasta ahora se ha recibido la cumbre de Porto Alegre (Brasil), que tiene lugar durante los mismos días y con los mismos temas de discusión, bajo el lema de Otro mundo es posible. Las mismas fechas y el mismo programa, pero casi nada más de idéntico.

La historia es la siguiente: hartos de la crítica de que su única acción es la protesta, los críticos a una forma de entender la globalización y el neoliberalismo decidieron llevar a efecto, a partir de este año, una reunión que les convocase para analizar, debatir y proponer alternativas al pensamiento económico dominante. Y entendieron que debían hacerlo al mismo tiempo que sus antagonistas ideológicos para que los contrastes fueran explícitos, netos, y tener la oportunidad de compararse.

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Así, si la reunión de Davos la convoca el Foro Económico Mundial, la de Brasil lo hace el Foro Social Mundial; si la primera se celebra en Suiza, el norte geopolítico, la segunda se convoca en Porto Alegre, capital del Estado de Río Grande do Sul, el más meridional de Brasil, junto a la frontera de Argentina y Uruguay. Porto Alegre recibe a los conferenciantes desde una alcaldía gobernada por una coalición de izquierdas, al frente de la cual está el Partido de los Trabajadores en la persona de Marta Suplicy, una figura de la nueva izquierda brasileña de gran carisma. Si a los Alpes suizos asiste una combinación de líderes de opinión, empresarios, jefes de Estado, ministros de Hacienda, intelectuales, etcétera, no menos heterogénea y abigarrada es la que ha llegado a Porto Alegre: sindicalistas, ecologistas, intelectuales, partidarios de la tasa Tobin, movimientos sociales, ONG... Entre las paradojas más curiosas está la que compete al Gobierno francés, que ha dividido sus delegaciones: Fabius y Moscovici, ministros de Economía y de Asuntos Europeos, a Davos; y Huwart y Guy Hascoët, ministros de Comercio Exterior y de Economía Solidaria, a Porto Alegre. Kofi Annan, secretario general de la ONU, asistirá a Davos no sin antes haber enviado un mensaje de adhesión al Foro Social.

Sería maniqueo entender que todos los asistentes a Davos son neoliberales irredentos, y los de Porto Alegre nostálgicos de la autarquía y antisistema. En uno y otro lugar hay posturas matizadas aunque, como ha dicho alguien, a Suiza van los satisfechos y a Brasil los que no lo están. En el Foro Económico Mundial se discute este año cómo sostener el crecimiento y disminuir las desigualdades, mientras que en Porto Alegre las ponencias tratan de construir un sistema de producción de bienes y servicios para todos, traducir el desarrollo científico en desarrollo humano, los fundamentos de la democracia y de un nuevo poder, o cómo asegurar el derecho a la información y la democratización de los medios de comunicación. En un lugar se hablará más de la nueva economía, aunque habrán de tener en cuenta la realidad de que apenas un 6% de la población mundial (unos 360 millones de personas sobre 6.000 millones) tiene en la actualidad acceso a Internet, representación concreta de la revolución tecnológica, según los datos proporcionados la semana pasada por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

En el otro extremo del mundo pesarán más las desigualdades: el número de pobres se ha duplicado en el planeta desde 1974; la mitad de la población mundial, unos 3.000 millones de personas, tiene que sobrevivir con menos de 500 pesetas al día; y uno de cada dos de esos pobres no llega a ganar ni un dólar diario. Junto a esas cifras se da un constante descenso de la ayuda al desarrollo, que ha retrocedido al nivel más bajo de los últimos 50 años.

¿Por qué hablar de Davos y no de Porto Alegre?

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