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Reportaje:

Gánsteres en los Campos Elíseos

Una nueva generación de delincuentes actúa con extrema violencia en el centro de París

Todo sucede de manera muy sencilla. Un día, en la discoteca, estalla una pelea. Se rompen algunos vasos, puede que un espejo o mueble, hay dos o tres heridos superficiales y nadie sabe el porqué de esa explosión de violencia. Al día siguiente, el propietario recibe la visita de dos o tres personas. Fornidas, serias, bien vestidas. Le dicen que su disco necesita de seguridad suplementaria y que ellos, a cambio de una módica suma, pueden proporcionarla. Si la oferta es rechazada, los incidentes se repetirán, cada vez más graves, poniendo en peligro el negocio.

La fórmula es clásica: a menudo aparece implicado en su aplicación incluso algún comisario de policía. Los barrios lujosos de París acostumbraban a saber de todo eso sólo a través de ecos lejanos. Desde el pasado 27 de septiembre, el crepitar de las balas resuena mucho más cerca, en los Campos Elíseos -'la avenida más bella del mundo', dicen las oficinas de turismo- o en alguna de las calles que la atraviesan.

Ese día 27, Francis Vanverberghe, más conocido como Francis el Belga, un marsellés que había controlado los bajos fondos de su ciudad natal durante 20 años, tomaba una cerveza a media mañana, tranquilamente instalado en una mesa vecina a la terraza. Tuvo tiempo de ver cómo llegaba, a toda velocidad, una moto cabalgada por dos hombres con casco integral. La máquina frenó junto al bar, sus ocupantes entraron en el bar simulando sacarse el casco, pero, en realidad, desenfundaron dos pistolas. Nueve balas alcanzaron a Francis, un tipo que había comenzado de manera oficial su carrera de delincuente a los 19 años, cuando fue detenido por primera vez como proxeneta.

Un año antes, Farid Sanaa, al parecer, un rival de la banda de Francis, fue cazado por 11 balas de fusil a apenas 200 metros de la plaza de la Étoile. Antonio Lagès, su supuesto asesino, no pudo disfrutar mucho tiempo del dinero percibido por el contrato, pues seis meses después alguien acabó con él cuando salía de un bar de George V, la calle con los hoteles más caros de la capital francesa.

Cuando la policía llegó a la cervecería de la que Francis Vanverberghe era cliente habitual, ya no quedaban testigos. Todo el mundo se había ido y desde el otro lado de la barra, como desde el foso de los entrenadores de fútbol, parece que no se ve nada. Eso sí, en los bolsillos de Francis encontraron 200.000 francos en efectivo, el equivalente de cinco millones de pesetas. La policía no tuvo el menor problema en explicar por qué el muerto llevaba tanto dinero encima. 'Oficialmente vivía de lo que ganaba apostando a las carreras de caballos. En la práctica se limitaba a comprar los boletos ganadores para blanquear el dinero que sacaba del proxenetismo, la extorsión y las máquinas tragaperras clandestinas', explica un inspector de la brigada de represión del bandidaje.

La esposa de El Belga es la propietaria del First, un bar de alterne situado cerca de los Campos Elíseos. En esa zona hay otros locales de la misma índole, discretos y elegantes, que ocupan los bajos que dejan libres las tiendas de moda, los restaurantes para gastrónomos exigentes o algunas discos para la juventud dorada. Los nuevos gánsteres, los que acabaron con Francis Vanverberghe, también son gente joven, violenta, a la que no les basta con la amenaza, sino que necesitan pasar al acto enseguida. Las porras o las viejas pistolas de seis balas no son para ellos, que prefieren no dejar ninguna oportunidad a sus rivales, y por eso depositan su confianza en los fusiles de asalto de 27 cartuchos.

El prestigio del barrio atrae a unos delincuentes que desean salir a la luz, abandonar el suburbio de origen y mostrar sus coches 4 - 4, el abrigo de marca o su capacidad para quemar muchos billetes en poco tiempo. Boualem Talata, uno de ellos, murió el pasado 19 de noviembre. A tiros también. Decían que él era uno de los motoristas de los que no sospechó el difunto Francis. Talata era muy amigo y guardaespaldas de Djamel Dabouze, un insólito animador televisivo que se presenta como un ejemplo de la capacidad de integración de la sociedad francesa. Dabouze es magrebí, manco y habla con la tchatche, la logorrea del suburbio de emigrados. Dabouze, con su Ferrari -que no puede conducir-, con sus fiestas para 300 personas en un teatro alquilado para la ocasión, es el modelo a imitar. Él tiene labia y talento; sus amigos, pistolas y ganas de comerse el mundo. Y los Campos Elíseos acaban de descubrir hasta qué punto su apetito es sangriento e insaciable.

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