_
_
_
_
_
LA LIDIA

Julio Robles muere a los 49 años a causa de una perforación de colon

El torero será enterrado hoy en la localidad de Ahigal de los Aceiteros

La noticia del fallecimiento de Julio Robles llenó de estupor al mundo taurino de Salamanca, que poco a poco iba congregándose en el hospital de la Santísima Trinidad. El torero fue ingresado el sábado con abdomen agudo y shock séptico y en la madrugada del domingo fue intervenido quirúrgicamente. Hubo momentos de mucha inquietud porque el diestro tenía la tensión arterial muy baja y el anestesista temía lo peor. Por fin fue sometido a la operación, que se desarrolló con normalidad, aunque ayer, a las cinco de la tarde, moría víctima de una perforación de colon con peritonitis aguda y difusa.

Julio Avelino Robles Hernández, nacido en Fontiveros (Ávila, 1951), fue considerado siempre como un torero salmantino y él mismo sintió hacia esa tierra un especial afecto y honda vinculación. Pasó su infancia en La Fuente de San Esteban, un pueblo charro, torero por los cuatro costados, y allí nació su afición. Se vistió de luces por primera vez en Villavieja de Yeltes, otra localidad salmantina de claras raíces ganaderas, el 28 de agosto de 1968, y actuó sin caballos en torno a 40 tardes. Su presentación con caballos fue en Lleida el 10 de mayo de 1970 con reses de María Lourdes Martín de Pérez Tabernero y toreó por primera vez en Madrid el 10 de junio de 1972, con novillos de Juan Pedro Domecq, alternando con Ángel Rodríguez Angelete y Niño de la Capea.

La alternativa se la concedió Diego Puerta en Barcelona, el 9 de julio de 1972, con Paco Camino como testigo, matando un toro de Juan Mari Pérez Tabernero de nombre Clarinero. La confirmación tuvo lugar el 22 de mayo de 1973, apadrinado por Antonio Bienvenida, con el acompañamiento de Palomo Linares. El 13 de agosto de 1990 en Béziers (Francia), un toro le volteó trágicamente cortando su carrera profesional.

Todas estas cosas se recordaban desordenadamente en los pasillos del hospital ayer tarde en Salamanca. Poco a poco iban acudiendo miembros del mundo del toro salmantino. El Viti y Niño de la Capea, con sus respectivas esposas, se saludaban y hablaban en voz queda mientras brillaban los destellos de las cámaras fotográficas, echando de menos al tercero de una terna que fue cartel de lujo en muchas ferias de La Glorieta. Los picadores Juan Mari y Aurelio García, los ganaderos Alipio y Javier Pérez Tabernero, así como María Lourdes Martín...

'Espejo de toreros'

Ortega Cano, compañero de cartel muchas tardes durante la etapa en activo de Julio Robles, calificó al torero fallecido como 'espejo de toreros y espejo también en la vida por la lección de fortaleza que ha demostrado en los últimos años en silla de ruedas'. Ortega Cano recibió la noticia con gran consternación mientras participaba en un tentadero en la finca de Torrealta. El diestro declaró a Efe: 'Como torero guardo muchos y grandes recuerdos, y, entre todos, uno inolvidable, la famosa tarde del mano a mano, la de los quites en Madrid. Julio tenia mucha facilidad para torear de capote y de muleta, pero el capote lo manejaba con mucha variedad y personalidad. Eso me motivaba muchísimo y siempre lo recordaré'.

Seguían llegando visitantes al hospital: el ex alcalde de la ciudad, Jesús Málaga Guerrero, con su esposa; la ganadera Carolina Fraile; los toreros Leandro Marcos, Julio Norte, Javier Valverde, Paco Pallarés y su esposa... Juan Diego, apoyado en la pared, pensaba en silencio y saludaba a los que llegaban.

Hablaban de vestirlo de torero, cumpliendo un deseo al parecer expresado por Robles en alguna ocasión. Se hablaba de que su cuerpo sería trasladado al Ayuntamiento, en su calidad de hijo adoptivo de la ciudad, como finalmente se hizo. Allí fue instalada la capilla ardiente. El consistorio decretó dos días de luto por la muerte del diestro.

Todo eran idas y venidas y, del mismo modo, rumores que al poco tiempo se desmentían con otros. Realmente, el hospital tuvo ayer el clima nervioso y confuso de los patios de cuadrillas en las plazas de toros, cuando en la enfermería está pasando algo muy serio.

Llegaba el vestido a las siete y diez minutos y a las siete y cuarto, volvían a sacarlo. Sin duda, llegó demasiado tarde. Era blanco y oro, con remates negros. Llegó Miguel González, capellán de la plaza de toros, a orar ante los restos del torero.

Cerezo, el propietario del bar Nachi, y Pacheco, dueño del mesón de Vecinos, que fue como la segunda casa de Robles. Todos veían cómo Limo, el fiel acompañante de Robles, se llevaba lloroso el vestido de torear. Entonces sí que aquello tuvo el perfume dolorido de un patio de cuadrillas.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_