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Reportaje:

Picasso y Gris iluminan el metro

Diana. Múltiple. Los responsables del Gobierno regional y los del metro decidieron ayer iluminar los subterráneos de la ciudad. Para lograrlo, no aumentaron el número de lámparas; ni el de tubos de neón; tampoco alzaron el gálibo de los túneles. Se limitaron a instalar en los vestíbulos de tres estaciones del ferrocarril metropolitano, Canal, Gregorio Marañón y Avenida de América, sobre la línea 7, una treintena de obras de arte para la libre contemplación del público. Consiguieron iluminar el metro.Así, por la bonita suma de 135 pesetas, precio del billete, cada usuario madrileño puede convertirse en gozador de creaciones artísticas deslumbrantes, de esas que sólo cabe ver en modernísimos museos de Barcelona o del extranjero remoto y que algunos marchantes valorarían, a bote pronto, en unos trescientos millones de pesetas. Todas las obras pertenecen a la Comunidad de Madrid y muchas proceden de donaciones del Salón Estampa, la feria de Grabado que singulariza Madrid.

En la muestra se exhiben señaladamente grabados y litografías de un puñado de autores españoles y extranjeros que han signado el siglo ahora morente con la impronta de su mirada y el trazo surgido de sus manos. A la cabeza de todos, Pablo Picasso, quien no sólo da nombre a la torre más alta de la ciudad y cuenta con placa propia en el cruce de las calles de Zurbano y Zurbarán donde residiera en 1901, sino que también desde ayer mismo despliega su destellante presencia bajo el suelo prieto de Madrid.

La pupila del malagueño, herida por el fogonazo de la luz, concibió para la escena bíblica David y Betsabé cinco figuras de mujeres ataviadas a la usanza del siglo XVI. Manguitas de farol, guardainfantes, escotes abalconados... Una de ellas, inclinada, deja asomar de su pechera busto recio, mientras con una jofaina lava los pies de Betsabé, que ocupa el centro del grabado. Asomado al ático de un edificio cercano, un rey David retador contempla la escena asido a un arpa, con descentrados y lujuriosos ojos.

No es, ni más ni menos, que eso, un picasso. Pero saberlo ahí colgado, irradiando su ironía, latiendo su trazo vivo a unos doce metros de profundidad y bajo tierra, entre el fragor trepidante de los vagones R257 que resoplan al detener su marcha al llegar a Avenida de América, produce en el usuario del metro una emoción de libertad desconocida, una rara ilusión de posesión.

Por si alguien intentara transformar la posesión que la contemplación de la obra de Picasso procura en apropiación o tenencia directa, guardias de seguridad vigilan noche y día junto a las obras, exhibidas en sencillos pabellones cúbicos de cuyas paredes cuelgan. Las piezas han sido protegidas con láminas transparentes de metacrilato o materiales similares y cuentan con un sistema de atornillamiento a la pared discreto pero eficaz, aseguran los montadores de la muestra, que permanecerá abierta al público hasta el 8 de noviembre. Los pabellones están dispuestos de forma natural al sentido de la marcha de los usuarios del metro, de manera que no interrumpe el trasiego diario.

Los contenidos de las obras, por consiguiente sus formas, se dividen en tres categorías. La primera es la denominada Referencia internacional, en la estación de Gregorio Marañón. Muestra obras de cinco autores de la talla de Óscar Kokoschka, autor de un Port of London II, de horizonte levemente combado, con trazo maestro en rasgos azules sobre fondo blanco; Richard Estes brinda una escena urbana de neones de teatro y anuncios, mientras Sonia Delaunay llena de azules, rojos, verdes y negros una caprichosa madeja. La hegemonía en esta sala la ostenta Imi Knoebel, con cinco piezas de paleta de pastel, que permiten al visitante ensimismarse por un avanzante universo de colores suaves, rosa, limón y turquesa.

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La segunda, en la estación de Canal, ha sido dedicada a las Nuevas tendencias surgidas a partir de los años ochenta, de la que sorprende el destello color sangre de toro de una fotografía de Ouka Lele, mientras una espiral crema de Sicilia hipnotiza desde un esquinado punto negro, y Rivero escribe a una madre dos holandesas, con el lema No me da la gana, festonadas de puntillas.

En Figuras clave del arte contemporáneo español, a quienes se consagra la exposición de la estación de Avenida de América, junto a Picasso forman el catalán Miró, el madrileño Juan Gris, el vasco Chillida, con un Euskadi I al modo de un macizo puzzle negro y blanco que data de 1975; Juan Genovés, con una hilera de sombras movientes que huyen de derecha a izquierda: 1971; la esencialidad de Lucio Muñoz, otro madrileño familiarizado con el universo... El broche lo pone Mompó, con trazos de un cuento donde se lee: Escapar a la luz. La luz desciende al metro de Madrid. Diana.

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