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Said y el horror liberal

Las grietas del intervencionismo plantearon a la derecha y la izquierda la urgencia de renovarse. Pero, para el profesor Edward W. Said (EL PAÍS, 3 de octubre), el verdadero problema reside en el liberalismo. Vaya por Dios.Según Said, el Welfare State representó "una nueva situación de igualdad democrática", con políticas "auténticamente progresistas", que daban a los ciudadanos cosas que no podían pagar ellos solos. Es una engañifa; lo que sucede es que el intervencionismo enseña sus beneficios primero y sus costes después. Al principio, entre otras razones por el ciclo alcista que marcó la posguerra, no hubo conciencia de las dificultades: por ejemplo, la Seguridad Social ingresaba más de lo que pagaba.

Con el tiempo se descubrió el pastel. El intervencionismo no era el paradigma de la justicia, sino al revés: cobró crecientes impuestos, en especial a los trabajadores asalariados de clase media; financió despilfarros y corrupciones, y castigó a la clase obrera con más paro. Nada de esto merece un comentario de Said, para quien lo malo es el liberalismo.

Así, cree que cuando los Gobiernos dejaron de controlar los precios y pasó a establecerlos el mercado se produjo "un considerable perjuicio económico para el consumidor". Esto de que la interferencia política en los mercados favorezca a los consumidores más que la competencia es, por decirlo suavemente, dudoso.

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Tras lamentar que la liberalización haya reducido la potestad de los sindicatos o estrechado las hipertrofiadas plantillas de las universidades (en España aún no, para desgracia de los buenos alumnos y profesores), llega Said a una asombrosa solución para la izquierda, que no es su actual proceso de aproximación al liberalismo, sino volver al antiguo intervencionismo, pero con más eficacia, meta que no aclara cómo alcanzar, porque le interesa más denunciar que las liberalizaciones han significado pérdidas para la democracia. Es sugestiva la reiterada equiparación de los intervencionistas entre democracia y poder político, que lleva a que piensen que cuando este último está limitado, cuando las personas conservan un poco más del fruto de su trabajo y se expande su capacidad de decisión, ¡ello es nocivo para la democracia!

Otra identificación desatinada es la que solapa Estado y poder económico; habla Said de "un país gobernado por el mercado", donde las empresas dominan y el ciudadano no "participa". Pero el mercado no gobierna como la política. Dicen que el dueño de esta casa, Jesús de Polanco, es muy poderoso; sin embargo, no es capaz de obligarme a que me suscriba a Canal Plus o a Canal Satélite: debe convencerme, porque la clave del mercado es que la gente participa si quiere. José María Aznar, en cambio, sí puede obligarme a "participar" en su televisión, es decir, a pagar RTVE, que de hecho sufragamos todos los españoles, lo queramos o no. Y a pesar de esto, Said arguye que con más libertad económica el individuo "se siente dejado de lado, sin poder, y apartado por un mercado regido por la avaricia". Es la vieja patraña de que el sector privado es mezquino, mientras que el público es pura generosidad.

Su lenguaje resulta extraño cuando alude a los derechos garantizados por el gasto público, porque en caso contrario los seres humanos "se convierten en presa del mercado globalizado". O sea, cuando podemos elegir, en el mercado, somos "presas". Cuando no podemos elegir, cuando el Estado nos quita el dinero, entonces tenemos "derechos". Curioso.

Para justificar esta forzada transacción, Said reseña las calamidades que, según él, provoca el mercado: las consabidas "desigualdades" (como si el inconveniente estribara no en la indigencia, sino en la opulencia), la miseria y la degradación del medio ambiente. Pero cuanto más mercado hay, también hay menos pobreza y más protección ecológica. No obstante, insiste Said en que el Estado ampara a débiles y ancianos. No sé muy bien qué tiene que ver la dilapidación pública con la protección de los desfavorecidos; no sé qué tiene que ver un sistema de pensiones que reparte magras prestaciones e impide a los trabajadores escoger dónde invertir sus ahorros con la defensa de los ancianos.

Al final, Said sintetiza su preocupación: "La falta de poder del sistema político". La libertad, vamos.

Carlos Rodríguez Braun es catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense.

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