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La derecha y la izquierda

El fantasma que según Marx y Engels recorría Europa ha muerto; un fantasma que dejó prole, pero también ésta ha pasado a mejor vida y su descendencia ni pincha ni corta. En realidad, todas las ideologías han fallecido, de acuerdo con los informes y la información de la extrema derecha; cuya ventaja suprema consiste en no reconocerse a sí misma porque si no se conoce, ¿cómo se va a reconocer? Uno compra a dos, vende a cuatro y con ese 2% se arregla. Y luego dicen.De modo que adiós a las tesis, a las antítesis y a las síntesis. Matizo: la síntesis existe, pero es para siempre y no es parte de una trinidad, pues sobran las tesis y las antítesis. Hay que ir al grano cuando todos los campos son del mismo señor. Después de todo , no nos estamos apartando tanto de Marx ¿No decía éste que la historia se explica por la lucha de clases por la desaparición de las clases, al Estado superfluo, se caería a pedazos. Entonces empezaría la verdadera historia y el verdadero progreso humano. Sin manipulaciones genéticas, la inteligencia media no sería inferior a la de Aristóteles, cuerpos bellos y atléticos, voces musicales, vidas longevas, tal vez inmortales. (Esto lo dijo Trotsky, plagiando acaso a Condorcet). Sin lucha de clases y sin Estado, ¿qué sentido tienen las ideologías?

Vamos derechos a otra utopía con grandes puntos de contacto con la marxista; o así lo prevé el neoliberalismo. El Estado será un ente residual y eso porque es necesario para mantener la paz interna y externa. Las "multi" no quieren tener sus propios ejércitos y encima pagados con los impuestos de todos. Es de una absoluta imposibilidad. Pero con los medios técnicos de un mundo globalizado la superestructura estatal ya sólo servirá para estampar la firma. En tiempos de Marx, aún tenía que contar con su interacción con la infraestructura. Y, ¿no van a vivir las gentes el tiempo que quieran? ¿Y a tener hijos a cuyo lado Aristóteles era un subnormal? Cierto que no se llegará a eso sin conflictos, pero si a sangre derramada vamos, la que previeron Marx y Engels. Caray, quieren que nos coja el toro.

Pero nos ha tocado el honor o lo que sea de asistir al fallecimiento de las ideologías. O eso dicen los interesados en que así sea por los siglos de los siglos amén. Ahora sólo falta que el ideario triunfante impregne profundamente hasta el último poro social, de manera que los tanques y hasta los guardias de la porra resulten superfluos. La derecha y la izquierda, qué anacronismo. Incluso la denominación "pensamiento único" quedará pronto anticuada, de puro obvia. El pensamiento (político), hará redundante el adjetivo "único". Y sin embargo... Un pensamiento único no es único porque o haya otro, sino porque es el que se ha hecho el dueño de la escena. Y para que un pensamiento se adueñe de la escena o es imprescindible siquiera que sea mayoritario.

En gran parte del mundo niños y adultos se mueren a chorros de la mano del hambre, de la malaria, del sida, de la violencia. Y en nuestro mismo entorno los hay muy pobres y los hay muy ricos; y entre ambos extremos, una gradación heterogénea. Y si esto es así y se nota con sólo dar unos pasos e incluso sin salir de casa , es obvio que en torno a ese fenómeno seguirá habiendo dialécticas distintas: ideologías agrupadas en los términos amplios de derecha e izquierda. Que Gran Hermano vence muchas resistencias, pero no puede con la falta de pan. El mito de la muerte de las ideologías no resiste un análisis de dos minutos.

Concedemos que hoy, en los países ricos o medianamente ricos como el nuestro, las ideologías están más camufladas que hace cuestión de un siglo. Las razones son muchas y bien conocidas. La justicia es más igualitaria, aunque en parte, sólo teóricamente. (¿Cuántos poderosos de los de a sangre y fuego se pudren en la cárcel si es que llegan a verla por dentro?). El coche y el teléfono están al alcance de casi todos, con lo que -dicho sea de paso- el "casi" desaparece de la sensibilidad general. El voto es universal, aunque preciso es matizar que esto es lo más válido que tiene el voto: el reconocimiento del derecho generalizado al mismo. Que refleje la voluntad general es pedir gollerías. En fin, y sobre todo, la creciente complejidad social y su concomitante inestabilidad y confusión del sistema de valores, hacen más borrosas las fronteras ideológicas. Hace pocos años se debatió el aborto en Portugal y encontró defensores en los partidos de derecha y detractores en los de izquierda. Hay quien defiende las parejas de hecho y el despido libre de una sola tacada. Mi abuelo hubiera muerto de incredulidad mucho antes de que lo matara una hernia. En su juventud bastaba un dato para, por ese hilo, sacar ovillo. ¿Señor o señora de misa y novena? No hay que decir más: muerte a la adúltera, horror al republicano y a la jornada de ocho horas, etcétera. La posibilidad de equivocarse era más bien remota. Hoy no es así porque la complejidad conlleva desorientación, porque la carrera ha sustituido a paso y el individuo al grupo. El individuo, ya se sabe, sin más referencia que la de su propio caletre, se acuesta en Pinto y se levanta en Valdemoro. Con todo, no valen confusiones en lo que atañe al pan nuestro de cada día: o lo hay o no lo hay. Y si lo hay, no se piensa igual que ni no lo hay. Sólo este hecho es suficiente para mantener vivas las ideologías.

Concedo también que ni la derecha (la auténtica, sin remoquetes) es intrínsecamente perversa ni la izquierda (también la auténtica y a secas) es trasunto de los cielos. Ambas -e insisto, cuando por honestas y fieles a un ideario- persiguen la felicidad del mayor número (por seguir el lenguaje del utilitarismo y de la Constitución norteamericana) y la justicia para todos. A veces incluso se ponen poéticos y hablan más de amor que de justicia y a menudo lo contrario, mientras que de la justicia sí surge con cierta frecuencia el amor. No era un monstruo Adam Smith, padre y casi madre del neoliberalismo económico. Propugnó y cantó las excelencias de la división del trabajo -que no inventó, pues ya la practicaban los egipcios- pero al mismo tiempo reconocía que los obreros destinados a repetir unos cuantos movimientos, siempre los mismos durante toda la jornada laboral, terminaban idiotizados por falta de ejercicio mental. Esto no le parecía bien al señor Smith, quien recomendaba la educación de los obreros como remedio. En cuanto a los resultados de su doctrina de la "mano invisible" son siniestros, pero él creía sinceramente en este método como el más adecuado para el avance económico y general de la sociedad. Me gustaría poder decir lo mismo de doña Margaret Thatcher.

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Dejemos a las ideologías vivir en paz, o sea, machacándose mutuamente, pero sin defunciones en bloque, pues el remedio sería peor que la enfermedad.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras

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