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El Día sin Coches

CARMELO ENCINASGobierno y oposición andan a la gresca en el Ayuntamiento de Madrid por lo del Día sin Coches. Esa jornada convocada para el 22 de septiembre, y que responde a una iniciativa de la Unión Europea, encontrará respuesta en numerosas ciudades del continente. Lo que se pretende con ella es mostrar a los ciudadanos la mejora que supondría en la calidad de vida el que todos dejaran el coche en casa y optaran por la utilización del transporte público. Se cuentan, como digo, por cientos las ciudades que van a responder a la iniciativa, aunque no todos los regidores que las gobiernan lo hacen con la misma convicción.

En el caso de Madrid, el equipo que encabeza José María Álvarez del Manzano transmite la sensación de responder a ella casi a regañadientes para que no le tachen de insensibilidad medioambiental. Por eso, el de Madrid será un día sin coches muy ligth y se reducirá tan sólo a unos cortes de tráfico en el centro de la ciudad durante cuatro horas.

Eso este año, porque en la pasada edición ni siquiera hubo tales restricciones, con lo cual, en aquella jornada circularon para los efectos los mismos coches que un día cualquiera. El argumento del alcalde fue que así defendía la libertad, la democracia y la libre opción, es decir, que instaba a los ciudadanos a que dejaran el coche, pero no les obligaba.

Un año después, esa línea argumental se vuelve contra él al imponer esas limitaciones por mínimas que sean. Y lo hace no tanto por la presión de la oposición, que mantiene su desacuerdo, como por el punto que algunos consideraron se anotó el Gobierno socialista de Barcelona al lograr una reducción del tráfico rodado en un 15%. Álvarez del Manzano no se cortó y llegó a calificar de tramposo al alcalde de la Ciudad Condal por haber prohibido la circulación en las calles más transitadas; "así cualquiera", dijo por aquel entonces nuestro edil. Ahora es él quien aplica la misma metodología al cerrar a la circulación en las horas punta los ejes de Gran Vía-Alcalá-Mayor y el entorno comercial de las calles Goya y Serrano, además del casco histórico de Villaverde y la Casa de Campo. Lo hará durante cuatro horas y no las ocho que reclama la oposición, pero serán suficientes para que los sensores que registran la intensidad circulatoria reflejen un descenso "tramposo" como el que se anotaron en Barcelona. La experiencia, en consecuencia, no tendrá mayor utilidad y quedará difuminada y olvidada en poco tiempo. El equipo que gobierna el Ayuntamiento de Madrid no cree ni ha creído nunca en las restricciones radicales al tráfico privado y la política de obras llevada a cabo en los últimos años deja clara constancia de ello. Su filosofía ha sido la de mejorar en lo posible la movilidad de los coches por la ciudad y que la propia congestión autolimite su utilización. Es una técnica que se aplica abiertamente en otras muchas ciudades sin ningún tipo de complejos, porque impedir la circulación a los particulares no es medida que cuente con demasiados adeptos ni que se pueda tomar de la noche a la mañana sin causar estragos. De lo que sí tendría que acomplejarse el Ayuntamiento de Madrid es de no haber puesto en marcha un buen proyecto de mejora de los transportes públicos capaz de disuadir a los conductores para que dejen su coche en casa y empleen los medios colectivos. No hay que ponérselo difícil al automóvil, sino ponérselo fácil al metro, al autobús y a cualquier otra forma de transporte comunitario. Personalmente, tampoco creo en las jornadas sin coches, ni en los días de la bicicleta que tanto ha apoyado este equipo de gobierno mientras era incapaz de dotar a la ciudad de carriles bici. Esas jornadas puntuales no pasan de ser puramente folclóricas. Lo importante no es "el día" sino "el día a día". Las calles no pueden ensancharse, ni las aceras estrecharse robando espacio a los peatones.

En teoría, y si nos atenemos al espectacular y progresivo incremento que viene registrando en los últimos años el parque automovilístico, Madrid dentro de poco alcanzará el punto de movilidad cero. Sin embargo, nadie es tan estúpido como para pasar su vida atrapado dentro de un coche y el instinto de supervivencia le rescatará de tan kafkiano futuro guiándolo hacia otras formas de transporte más racionales. De los gobiernos municipales es obligación el que nunca nos aproximemos a tal situación disponiendo cuanto antes de alternativas que disuadan por comodidad y economía a los más recalcitrantes afectos al vehículo privado. Es lo mejor que podrían hacer quienes gobiernan por esta ciudad. Y, además, para eso les pagan.

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