No fui yo
No fui yo (43 años, cinco hijos, funcionario comunitario residente en Bruselas desde 1987) quien el pasado 23 de mayo gritó más de lo debido según el Real Madrid iba haciéndose con su octava Copa de Europa, hasta el punto de que al día siguiente pedí disculpas, por si acaso, a mis vecinos.No fui yo quien a la mañana siguiente, y durante dos días, colocó en el balcón más visible de su casa, en tierras flamencas, una bandera del Real Madrid con su escudo y una simple leyenda: "Campeones".
No fui yo tampoco el que, en plena vorágine merengue, tuvo la osadía (que me está costando ahora cara, evidentemente) de decirle a su mujer y a sus cuatro hijas (el varón, con dos años y medio, pasa por el momento): "Pedidme lo que queráis".
No; el que reaccionaba así, cuarenta años más tarde, era el niño, aún con chupe, al que su padre, poco antes de morir, había hecho socio del Real Madrid. El que, casi inconscientemente, se dejaba llevar por la irracionalidad que subyace en todo estado eufórico la noche del pasado 24 de mayo era el joven que, treinta años atrás, pese a pasar gran parte de su vida escolar interno en un colegio de curas sin posibilidad de asistir a los partidos del Madrid, siguió siendo socio por deseo expreso de su madre, que de esta manera quiso, sin confesarlo ni a su propio hijo, mantener la ficción de una relación paternofilial.
Han pasado ya suficientes días desde la consecución de la octava Copa de Europa como para que hoy concluya que quien aquella bendita noche mostraba un entusiasmo y unas reacciones desconocidas para su atónita familia era un crío que por unos instantes creyó tener a su padre a su lado celebrando la victoria del equipo de ambos.- Cecilio Madero Villarejo. Bruselas.
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