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La retórica de las reformas

Joaquín Estefanía

Acaba de celebrarse la asamblea de primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) con un mensaje doble: enorme complacencia ante las perspectivas de la economía mundial en el año en curso, y ausencia de reformas en su funcionamiento y en el de ambas instituciones multilaterales. Las dos consecuencias son complementarias: si todo va tan bien, ¿para qué cambiar?Sin embargo, en economía, las cosas muchas veces no son como parecen. Es cierto que si se comparan las profecías de ahora con las del pasado mes de octubre la coyuntura ha mejorado mucho. Pero una norma del economista prudente, olvidada en estos tiempos de globalización, es que mientras uno espera lo mejor ha de prepararse para lo peor. Y los mandatarios del Fondo y del BM la están olvidando de modo recurrente. Las predicciones de un futuro sin problemas dan lugar a conclusiones erróneas porque no se tienen en cuenta los riesgos. La historia nos proporciona una lección: no habrá reformas estructurales en la economía (una nueva arquitectura financiera mundial con más transparencia, la armonización fiscal en los países de la Unión Europea, etcétera), ni tampoco en los organismos de intervención como aquellos de los que estamos hablando, mientras los problemas no aprieten la horma del zapato de los países ricos. Mientras ello no ocurra, la dialéctica de las reformas sólo pertenecerá al terreno de la retórica.

Las instituciones de Bretton Woods se enfrentan, cada vez con más virulencia, a dos fuerzas contrarias que, sin embargo, podrían empujarlas en la misma dirección: la de la autodestrucción o la inoperancia de sus funciones. Son la acción de los globofóbicos y el lobby de los aislacionistas. Ambos quieren acabar con el FMI y con el BM por motivos opuestos: los globofóbicos porque entienden que únicamente defienden los intereses de los países ricos; los aislacionistas, instalados en las dos Cámaras del Congreso de Estados Unidos, porque opinan que malgastan el dinero de los contribuyentes, fundamentalmente los norteamericanos, con actuaciones que apuntalan la corrupción y la heterodoxia económica.

Los globofóbicos han conseguido importantes victorias propagandísticas en Seattle, Bangkok y Washington, hasta el punto de que se ha dicho que en el único lugar donde no se han enterado de la virulencia de las protestas -porque son insensibles a las mismas- ha sido en las sedes de ambas instituciones. Los aislacionistas, amparados en los ambientes más ultraliberales, han llevado la voz cantante en el descrédito de los organismos: por sus intervenciones tardías en algunas crisis financieras (fundamentalmente en el sureste asiático, olvidando la rápida salida a dicha crisis que han tenido esos países), por su inflexibilidad en las recetas aplicadas (políticas de talla única, sea cual sea la coyuntura de los países en los que actúan), y por las corruptelas ante las que se ha hecho la vista gorda (cuyo ejemplo más explícito han sido los créditos aportados en Rusia, muchos de los cuales han vuelto a Occidente como evasión de capitales).

Seguramente, la fortaleza de los segundos más que las acciones de los primeros (que consiguieron incrustarle una tarta en la cara en la reunión de la UNCTAD en Bangkok) son las que lograron la dimisión del francés Michel Camdessus y su accidentada sustitución por el alemán Horst Köhler al frente del FMI. Mientras el primero publica sus memorias -que serían de un gran interés- Köhler y Wolfensohn, el presidente del Banco Mundial, han de hacer frente a la reforma de sus instituciones, si no quieren que éstas caigan en el descrédito total.

El primer tanto se lo ha apuntado el Congreso de EEUU, que ha financiado el estudio de una reforma (el llamado informe Meltzer, elaborado por Allan Meltzer y otros siete profesores universitarios), con dos pilares: el FMI como prestamista de última instancia para los países emergentes, dando créditos a un tipo de interés variable y elevado a los países en crisis con políticas económicas ortodoxas y sólo en casos excepcionales a países con riesgos sistémicos; y el BM ejerciendo como el abad Pierre, según descripción de Le Monde, concentrando sus esfuerzos en los países más pobres. Una nueva división del trabajo que, en cualquier caso, sólo será realidad cuando los principales financieros del Fondo y del BM tengan a bien concederla. Mientras tanto, buenas perspectivas y retórica.

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