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Tribuna
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Chantaje

El chantaje es la manera más innoble de sobrevivir; los que le enviaron a Carlos Herrera la caja de puros son los chantajistas de la violencia, los peores del mundo; usan el correo para llevar de espaldas la muerte; huyen luego, como el valor de los sellos. Hay, además, chantajistas morales, los que minan el prestigio y la vida de los demás para prosperar, para ahuyentar su propia mediocridad; ponen sobre la mesa sus condiciones inmorales, tuercen el gesto con la boca, se anudan la corbata, y luego se van con el guante blanco; han dejado atrás, para que se sepa, el baldón que hace odiosa toda relación humana. Es el peor, pero no es el único chantaje. Nuestra profesión practica también la tentación del chantaje, y la ejecuta con profusión: hay, entre nosotros, innobles extorsionadores, personajes que han hecho de la denuncia falsa y de la mentira su método de conocimiento de la realidad. Como también se llaman a sí mismos periodistas van por el mundo dando para recibir, y disfrazan tras sus grititos de personajes encelados su propio desamor por la esencia de este trabajo, que consiste en decirle a la gente lo que le pasa a la gente. Se pueden rastrear cada día entre la maraña de sinvergonzonería que por fortuna el libro de estilo de los lectores ayuda a distinguir. Desde sus diversos púlpitos lanzan espuma de calamar, dibujan rostros a los que escupir, y luego se quedan con la mueca satisfecha del que arrojó la bilis en el sitio exacto, para decretar la muerte civil de los enemigos. El chantaje que ha sufrido Herrera tiene otro origen, claro está, ataca a lo más profundo de lo que es la libertad de informar y de expresar la opinión de los ciudadanos, y se encuentra con el rechazo natural de los que contemplamos con horror que la violencia es la espiral viscosa que no se para en nada. Es el chantaje máximo; luego están los chantajes blancos. Ésos están en la declaración de Otegi sobre el carácter no neutral que tiene nuestro trabajo: ojo con lo que decimos, nos puede costar la vida; periodistas, hay alguien vigilando. Antes, cuando la larga guerra del 36, sonaba la puerta y no era el lechero; ahora abres la puerta y el terrorista, animado por los que lo sustentan, te envía un chantaje. Huyamos de ese chantaje, acabemos con él; pero vigilemos también el chantaje que hoy anida en cuarteles de nuestra propia profesión.

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