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En el centenario de Vicent Cañada Blanch

Se cumple en este 29 de marzo el centenario del nacimiento de Vicent Cañada Blanch. Pocos valencianos no han oído hablar de la fundación, de las fundaciones, que llevan su nombre, y tanto en Gran Bretaña como en España los apellidos de este singular personaje burrianense van unidos al mecenazgo cultural y educativo.Nacido en el seno de una humilde familia muy religiosa, dejó a los 11 años la escuela para ir directamente a trabajar la tierra, pero el boom naranjero forjó su destino. Aprendiz de contable, empezó a estudiar alemán, pero el previsto destino alemán cambió por el inglés, saliendo de Borriana precipitadamente con apenas 21 años con destino a Londres. Conectó pronto con el complejo mundo de la importación. Entre esa época y el comienzo de la guerra civil española, alternó la estancia en Londres con la propia actividad de exportador naranjero desde Borriana, donde constituyó con sus hermanos una empresa exportadora. Pero la Segunda Guerra Mundial y una corta espera en Borriana, al menos hasta el año 1942, le mantuvieron alejado de su pasión profesional y de la Inglaterra que tanto le enseñó. Cuando pudo volver a Londres, con la ayuda de personajes ligados al mundo financiero y comercial londinense y la colaboración de su sobrino, Miguel Dols Piquer, a quien se llevó con él a principios de los años cincuenta, actual vicepresidente de la fundación valenciana, y miembro de la Anglo Spanish Cultural Foundation (Founder VCB), la fundación gemela londinense, el despegue económico de sus actividades y la creación de solventes empresas comerciales despertaron lo que iba a ser definitivamente la pasión de su vida: invertir su dinero en ayudar a los hijos de los emigrantes españoles en Londres -el Colegio Cañada-Blanch del popular barrio de Portobello-, a los escolares destacados de dos colegios burrianenses, y a los investigadores universitarios en matemáticas, física y química, creando una fundación en Londres (la Anglo Spanish Cultural Foundation), que acabó dotando una cátedra en la London School of Economics and Political Science, con el nombre de Príncipe de España y que, en la actualidad, ocupa el profesor Paul Preston; otra fundación en Borriana, con el nombre de sus padres, otras intervenciones en universidades británicas, una serie de ofertas al Ministerio de Asuntos Exteriores y a los Servicios Ministeriales de Emigración para financiar colegios para hijos de emigrantes en diferentes países europeos...

Su obra cobró consistencia cuando de vuelta en Valencia, a principios de los años sesenta, donde vivía de manera muy modesta, primero en el ya desaparecido Hotel Alambra, después en el Hotel Inglés, y, en sus últimos años, en un también discreto apartamento cerca del mar valenciano, consiguió que la Universidad Literaria y algunos ilustres valencianos propiciasen la creación de una nueva fundación que, de la mano de representantes de la burguesía comercial valenciana, iba a convertirse en el verdadero núcleo impulsor del mecenazgo educativo y cultural de Cañada Blanch.

En los años setenta formó parte del Patronato de la Literaria, fue vicepresidente del Ateneo Mercantil, y recibió distinciones, medallas y títulos que premiaban su generosa aportación económica a la educación de los hijos de los emigrantes. Durante más de 20 años, desde primeros de los setenta hasta su muerte, acaecida en el 93, mantuvo una actividad inusual para una persona de su edad, dirigiéndose a sus antiguos colaboradores, a las nuevas autoridades democráticas, a los ayuntamientos valencianos, a los ministerios, a la Universidad de Valencia interesándoles en nuevos proyectos, en nuevas fundaciones, que no llegaron a fructificar, unas veces por la exigente puesta en escena de sus condiciones, otra por el desinterés, a la postre, de algunas de las instituciones a las que se dirigió. Pero la fundación de Valencia arrancó al fin, bajo la presidencia primero de José Coll Comín, que fuera consejero de Agricultura con el presidente Lerma y, después, al fallecimiento de éste, con la de Carlos Pascual, notario y actual presidente del Consejo Social de la Universidad de Valencia, ambos hijos respectivos de sus antiguos amigos, Onofre Coll, y Julio Pascual; el primero, destacado exportador naranjero, y, el segundo, su notario.

La herencia de aquellos años en que en el Covent Garden la segunda lengua era el valenciano se concreta en el legado que Cañada Blanch consignó para sus fundaciones. Fue una rara avis entre los hombres del comercio naranjero, porque en lugar de invertir en tierras, guardar el dinero a buen recaudo o, simplemente, gastarlo suntuariamente en un alarde de lo que el cardenal de Borriana, Vicent Enrique i Tarancón, llamaba un poco irónicamente la "bendita fanfarronería", prefirió ser inusualmente magnánimo con su destino: la cultura y la educación.

Ante un hombre de negocios y autodidacta que cenaba cada día unas galletas y una manzana, y que no tenía más gastos que los estrictamente necesarios para una manutención espartana, y que todo el lujo que se permitió fue un automóvil Seat 600, que ni siquiera conducía él (y de esa frugalidad da buena cuenta la excelente crónica oral que me ha transmitido Manuel Costa, su colaborador en Valencia, desde muy joven, hasta la muerte de Vicent Cañada) celebrar el centenario de su nacimiento es sobre todo ponderar con justicia que fue un forjador, un auténtico founder father, pues la construcción de un país, sin estos héroes no acaba de ser comprensible. Cañada Blanch, pues, pertenece a la leyenda de ese siglo XX naranjero y europeísta que los valencianos estamos acabando de transitar.

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