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La lección

Fernando Savater

Al día siguiente de las elecciones, editorialistas y tertulianos oficiosamente bienintencionados se han apresurado a recordar al partido vencedor que van a gobernar en un país plurinacional, por lo que harán bien en conservar sus alianzas con las fuerzas periféricas y centrífugas..., aunque no les sea en puridad necesario dada su mayoría absoluta de escaños. Al gran general que volvía triunfador o al emperador en plena gloria los sabios romanos le imponían la compañía de un amonestador encargado de reiterarle: "¡Recuerda que eres mortal!"; al victorioso PP y al arrollador José María Aznar les han salido enseguida celosos amonestadores que insisten: "¡Recuerda que eres plural!". No es que me parezca mal, porque los políticos endiosados por los votos suelen confundir la mayoría absoluta parlamentaria con el absolutismo en la mayoría de los temas parlamentarios, como ya alguna que otra vez hemos visto. Pero echo en falta predicadores complementarios que repitan a los antedichos partidos periférico-centrífugos: "¡Recordad que este estado es plural porque es uno, no a pesar de ser uno! ¡No olvidéis que la mayoría abrumadora de los españoles ha vuelto a votar -y con todo derecho, por cierto, en su ámbito válido de decisión democrática- tanto por la unidad plural como por la pluralidad unida!". Porque mala es sin duda la arrogancia del que no quiere ver más que a España en todas partes, pero no es mejor la de quien se niega a verla ni poco ni mucho aunque se lo reclame más de la mitad de su propio vecindario: no desde Madrid, como suele decirse, sino desde el piso de al lado...En la estrepitosa derrota del PSOE, que sobran razones para lamentar, han influido sin duda múltiples causas. Me parece evidente que una de las más decisivas ha sido su incapacidad para presentarse ante todos los votantes como un partido tan comprometido en la defensa de la unidad del país como claramente lo está en la de su pluralismo. Por el contrario, en demasiadas ocasiones dio la impresión de creer que el uno era más importante que la otra o, aún peor, que reivindicar la pluralidad (aunque fuese desde planteamientos nacionalistas que la exigen a escala de Estado para mejor excluirla en casa) era siempre progresista, mientras que cualquier reclamación explícita de unidad estatal y simbólica era propia de émulos de Queipo de Llano a Ramiro de Maeztu.

Hasta el último día hemos visto a genios de la estrategia electoral intentando convencer al votante de que ellos venían a purgar a este país de ese azote atroz de pluralistas que es Mayor Oreja. Grave error. Cuando el progresista dotado de sentido común -que abunda bastante más de lo que creen los políticos- oye decir cosas por el estilo a una nulidad irrecuperable como Javier Madrazo o a un bocazas pirotécnico como Beiras, se limita a reírse. Pero si tales opiniones vienen de la izquierda en la que uno trata de confiar, el enfado es mucho mayor y bien puede volverse deserción ante las urnas. Y no olvidemos que son tales desertores los que han hundido al PSOE, no única ni principalmente los votantes del PP.

En España sólo el facherío anhela salir diariamente a la calle envuelto en la bandera rojigualda; pero, en cambio, hay mucha gente que quiere que no la obliguen a esconderse ante ella so pretexto de no parecer reaccionaria. Es la misma gente -progresista, de izquierda, con todos los papeles antifranquistas en regla y los deberes anti-GAL aprobados con notable alto- que considera que, en tanto inventamos alguna entidad supranacional mejor, el estado existente ofrece más refugio al ciudadano agobiado por las megafusiones globalizadoras que el permanente tira-y-afloja disgregador rentabilizado por ciertos nacionalistas. Y si eso lo piensan los veteranos del antifranquismo, imagínense los más jóvenes, que, además, forman la mayoría.

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Éstos quieren tener un país como los demás europeos, todo lo plural que sea debido, pero inequívocamente afirmado por encima de particularismos históricamente tramposos y políticamente chantajistas, sin necesidad de avergonzarse por ello ni de afiliarse a la extrema derecha. A todos éstos, el PSOE -y no por culpa de Almunia, justo es decirlo- les ha resultado demasiado vacilante, confuso y acomodaticio. El Partido Socialista francés gobierna Francia porque es razonablemente socialista, pero también inequívocamente francés: si se hubiera presentado a las elecciones como una federación de los socialistas bretones, limosinos, normandos, provenzales, etcétera, hubiera obtenido probablemente menos votos que Le Pen.

Yo no sé si mañana a José María Aznar le saldrá de dentro el castellano viejo y se pasará al nacionalismo excluyente (las vociferaciones aberrantes en la calle de Génova durante la noche triunfal no fueron suyas, sino de los ultrasur pijos del PP, que obviamente tampoco faltan); lo único que puedo decir es que, hoy por hoy, no es cierto que sostenga un españolismo esencialista en el sentido en que lo es por ejemplo el documento programático aprobado en enero por la asamblea general del PNV. He leído atentamente su discurso sobre el País Vasco pronunciado en la sociedad El Sitio de Bilbao y lo suscribo de la cruz a la fecha. Si no lo pone en práctica podremos demandárselo, pero es ridículo que por retórica electoral algunos líderes socialistas lo hayan considerado una posición "extremista", como si fuese comparable al nacionalismo étnico o como si ellos pudieran presentar un programa alternativo mejor.

Lo que ha sido fatal para el PSOE no es el "seguidismo" al PP en aquello que el PP plantea bien, sino la falta de iniciativas estimulantes para corregir las muchas otras cosas en las que el partido gubernamental mantiene posiciones netamente retrógadas. Cuando intenté decir esto mismo hace unas semanas en un artículo titulado La izquierda cuca, alguien me reprochó coincidir en algunas de mis apreciaciones con lo que decía Abc. Es una refutación tan convincente como la de quien se niega a comprar un reloj puntual alegando que también los relojes parados señalan dos veces al día la hora exacta...

La lección de estas elecciones es importante para la izquierda no porque la decrete innecesaria y superflua, sino precisamente porque revela con claridad lo que le falta y le sobra para volver a ser aceptada mayoritariamente como preferible a la derecha. Y yo creo que lo es, en cuestiones de cohesión social, de educación pública, de inmigración, de sanidad, de solidaridad internacional contra la miseria y contra las dictaduras, de respeto al pluralismo informativo, de protección de los derechos individuales en materia de costumbres, del resguardo de una sociedad laica. Por eso creo que debe llegar a serlo también sin equívocos en la propuesta de un modelo de Estado constitucional tan escrupuloso en el mantenimiento de la convivencia unitaria como en el rechazo de cualquier uniformidad injusta y estéril.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.

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