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ELECCIONES 2000 ANDALUCÍA

PALABRAS TALISMÁN: Revolución en Andalucía

Agustín Ruiz Robledo

"Revolución" es una de esas palabras que Thorstein Veblen denominó "palabras honoríficas" y Ortega -si no me falla la memoria- "palabras talismán", palabras que expresan conceptos que compartimos la inmensa mayoría de la sociedad: democracia, justicia, libertad, igualdad, etcétera.Como nadie tiene la exclusiva de su uso, todo el mundo las emplea cada dos por tres, incluso sus adversarios se las apropian con la mayor desenvoltura, no pocas veces pretendiendo ser sus más puros representantes (así la "democracia socialista" o la "democracia orgánica", inventada por el franquismo). Por eso, estas palabras honoríficas sufren una devaluación continua, de tal manera que se acaban usando para las situaciones más pintorescas, sin que los ciudadanos les prestemos la menor atención. ¿Quién no ha pasado de largo ante una "Revolución de precios" anunciada por cualquier pequeño comercio?

Precisamente, en España llevamos un tiempo saturados de revoluciones.

Suelen ser revoluciones sociales o culturales (échese un vistazo a las páginas especializadas de cualquier periódico, donde se podrán encontrar dos o tres libros y otras tantas películas que, al decir de sus comentaristas, revolucionan lo que, hasta ese momento, venía siendo una repetición de ideas gastadas) o, sobre todo, económicas, con privatizaciones, alianzas, fusiones y meteóricas salidas a bolsa que revolucionan varias veces al día nuestra infraestructura económica. Sin embargo, y hasta hace muy pocas fechas, la palabra "revolución" estaba poco menos que proscrita del vocabulario de los grandes partidos españoles. Fue empleadísima al principio de la década de los setenta (cuando hasta el régimen tenía su "revolución pendiente"), pero a partir de 1977, con las primeras elecciones democráticas, perdió su escaño en el Parnaso político de las palabras honorables.

No tengo muy claro el porqué de ese abandono. Quizás no era muy lógico esforzarse por lograr una Constitución pluralista, aceptada por el mayor número de partidos y grupos sociales posibles y seguir hablando de "revolución". Por eso, las palabras de moda eran "consenso", "diálogo", "pacto" y expresiones similares. No cabe descartar que también pesara en contra de tal término la lucha electoral por la gran masa de votantes moderados o centristas, reacios tanto al inmovilismo como al radicalismo. Por último, el desprestigio social en España de las "revoluciones" de Thatcher y Reagan debieron acabar por desalentar a tirios y troyanos, que a lo más que se atrevieron fue al empleo del original "cambio" y al menos afortunado "recambio".

Pero si no estoy muy seguro de las razones para el olvido de una palabra antaño prestigiosa, lo que no puedo explicar de ninguna manera es el porqué de su reciente vuelta al ruedo político, nada más y nada menos que de la mano de los dos primeros espadas andaluces. Hace unos meses, Teófila Martínez anunció su voluntad de realizar una revolución en la política andaluza y, la semana pasada, Manuel Chaves habló también de la necesidad de realizar una revolución. No me ha parecido que ambas afirmaciones hayan levantado especial preocupación entre los votantes moderados, ni pasión entre los más radicales, de donde deduzco que los ciudadanos han entendido que ambos políticos usaban la palabra en lo que llamaremos su sentido "débil", de pequeño cambio en la élite política, muy lejos de su sentido fuerte, de gran transformación del modelo social.

El nuevo apego de los políticos al término lo que sí ha confirmado es que se trata de un concepto que estaba absolutamente abandonado por la clase política española, tanto que Teófila Martínez, sin tener en cuenta que la acepción política del término "revolución" tiene más de doscientos años de antigüedad, ha acusado a Manuel Chaves de copiarle la idea. Sólo bajo el prisma del olvido de esta palabra talismán pueden entenderse las declaraciones de la candidata popular; de lo contrario, podrían tomarse con el mismo humor con el que se tomó aquella famosa metedura de pata de Al Gore cuando se atribuyó la invención de Internet.

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