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Tribuna:
Tribuna
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Nacionalismo, fratricidio y memoria

Cuando Xabier Arzalluz culpa al Cesid y a oscuras tramas supuestamente urdidas desde el Ministerio del Interior de los eslóganes que se corearon en el funeral de Buesa, ¡cuánto nos recuerda a Franco! Cuando el general en grado sumo atribuía a conspiraciones judeomasónicas y al comunismo internacional las campañas de protesta que surgían en Europa contra, por ejemplo, la ejecución de Grimau, utilizaba la misma lógica. De forma parecida explicaron el dictador y sus secuaces sucesos como el que vinieron a denominar "contubernio" de Múnich y muchos otros. Arzalluz y Otegi también nos recuerdan a Fidel Castro cuando éste alude a las conspiraciones de los "gusanos" y del "imperialismo yanki" como toda explicación de la situación crítica por la que atraviesa Cuba. Esta actitud refleja el talante autoritario de quienes se empeñan en no reconocer los errores propios y en contraponer a las críticas que reciben una visión conspirativa y paranoica de la realidad. Con este paralelismo no se pretende "demonizar" a Arzalluz. A estas alturas debería resultar obvio que Arzalluz se demoniza solo.Tres gritos se profirieron el jueves con especial intensidad. Uno de ellos era "Ibarretxe dimisión", y hemos sabido, por EL PAÍS del día 25 (página 25), que fue coreado (e impreso en carteles y distribuido en fotocopias), entre otros, por vascos de ideología izquierdista y otrora nacionalista. Las segundas voces que se oyeron con extrema claridad se preguntaban, retóricamente, "Arzalluz, ¿dónde estás?", y lo cierto es que Arzalluz no estaba. No hace falta ninguna conspiración orquestada por nadie para que su ausencia, en un acto de duelo de tal envergadura, suscitara la airada protesta de los allí reunidos. Esa misma mañana, en la capilla ardiente, Arzalluz había mostrado la más insultante de las indiferencias a los dolidos compañeros de partido de Buesa. ¡Ay, si hubieran sido éstos los que, en un improbable funeral de un parlamentario nacionalista, víctima de un atentado terrorista, se hubieran conducido de igual forma!

El tercer grito, el más abundantemente escuchado y, sorprendentemente, el menos comentado, era el de "Libertad, libertad, libertad". Para muchos de nosotros, sin embargo, resultó ser el más escalofriante, pues nos devolvía a tiempos que creíamos superados. Cuando menos, a la transición, en la que tantas veces se coreó el lema "Libertad, amnistía y estatuto de autonomía". Esta demanda triple tuvo la extraña virtud de hacerse realidad: hubo amnistía (hasta el punto de que llegó a no haber ni un solo preso de ETA en la cárcel), hubo estatutos de autonomía (más de los previstos y mucho más generosos de lo que lo habían sido en los años treinta) y hubo, o al menos eso creíamos, libertad.

Hace poco, no obstante, tuve la ocasión de hacer una investigación con varias encuestas del CIS y uno de los datos que más perplejidad me suscitó fue el siguiente: los ciudadanos de la Comunidad Autónoma Vasca son los que menos libres se sienten para expresar sus ideas en público. La pregunta en cuestión rezaba: "Hoy, en España, ¿puede la gente expresar libremente sus opiniones políticas o es mejor andarse con cuidado?": aproximadamente un 65% del conjunto consideraba que la libertad de expresión era posible, pero en el País Vasco sólo un 40% pensaba así, y un 45% sostenía que "era mejor andarse con cuidado". Algo muy importante nos están diciendo estos datos, y más aún si los ponemos en el contexto de una sociedad que ahora grita en las manifestaciones a favor de la libertad.

El 6 de enero, Sol Alameda hacía una entrevista, publicada en el suplemento dominical de EL PAÍS, al cocinero donostiarra Martín Berasategui. En un momento de la entrevista, alguno de cuyos fragmentos me van a permitir que reproduzca, se le preguntaba por la cocina vasca no estrictamente guipuzcoana, y, en concreto, por la alavesa, a lo que el entrevistado respondía diciendo que era: "Distinta, con otros productos. Es una gran cocina de productos y con una personalidad que han cogido de la elegancia guipuzcoana y el sabor algo más fuerte de lo que está pegado a Álava"; ante lo que preguntaba la entrevistadora, algo sorprendida: "¿Se refiere a Castilla?", y él respondía: "Pues sí, es una mezcla. Pero eso no lo pongas"; y ella preguntaba, cada vez más perpleja: "¿El qué?"; y él respondía: "Diría que es una cocina elegante y con sabores más pronunciados"; y ella: "Por qué no quiere decir que está influida por sus vecinos"; y él: "Es que no me gusta que nadie se sienta mal por lo que yo pueda decir"; y ella, sensatísima: "¿Y decir eso es como para que alguien se sienta mal? Ha dicho que la cocina alavesa tiene influencias castellanas, una cosa normal entre vecinos. Supongo que la guipuzcoana tiene influencia francesa"; y él, lacónico: "Sí".

El nivel de paranoia, de demonización de lo castellano y de temor a llamar a las cosas por su nombre es evidente en esta reacción espontánea. Lo que el cocinero teme no es reconocer una influencia gastronómica castellana en la cocina alavesa, pues sobre eso no tiene ninguna duda, sino que dicho reconocimiento pueda ofender a otras personas (!). Es un ejemplo del componente de purismo racial e intolerancia presente todavía en el discurso nacionalista vasco actual. En un mundo que hoy predica la mezcla, la fusión y la diversidad, parte del relato nacionalista vasco sigue anclado en clichés anacrónicos, exaltadores de lo homogéneo, lo igual y lo no contaminado que tanto deben a su padre fundador. La página web oficial del PNV contiene algunos ejemplos: "El Pueblo Vasco, conformado como tal desde entonces , con su propia cultura e idioma (...), ha logrado sobrevivir manteniendo su propia identidad. Viendo a lo largo de milenios aparecer y desaparecer otras culturas, reinos e imperios que la pusieron en peligro. Celtas, iberos, romanos, bárbaros, árabes, fueron escribiendo sus líneas en las páginas de una historia que raramente se ocupaba de los 'persistentes' vascos".

Mientras que las derechas e izquierdas españolas parecían haberse puesto de acuerdo, a la muerte de Franco, en que la reconciliación nacional era la meta política por excelencia, parte del discurso nacionalista vasco no sólo no reconocía dicha culpabilidad, sino que consideraba que eran el resto de las fuerzas políticas quienes estaban en deuda con los vascos por haber sido éstos quienes más habían sufrido tanto durante la guerra como durante la dictadura.

¿Cómo y cuándo se construye este argumento? Tras los titubeos iniciales ante el estallido de la guerra civil, en el PNV triunfó la corriente posibilista que veía en la alianza con el bando republicano una oportunidad para conseguir el Estatuto. El aspecto más problemático de esta alianza era que, por motivos religiosos y psicológicos, muchos nacionalistas tenían más en común con el requeté carlista -que contribuyó al bando franquista con 40.000 voluntarios procedentes de Navarra y el País Vasco- que con los socialistas, comunistas y anarquistas de las filas republicanas. El sector más integrista del nacionalismo, personificado por el propio hermano de Sabino Arana, Luis, y por Elías Gallastegui (alias Gudari), recomendaba a los nacionalistas mantenerse al margen de la "guerra de los españoles".

La propia marcha de la guerra permitió que los recelos fueran instrumentalizados por algunos sectores del nacionalismo que nunca habían visto con buenos ojos la alianza con los republicanos. Así es como un sector del PNV llegó a negociar con los fascistas italianos una rendición particular, a cambio de conseguir un trato más benévolo que el resto de los vencidos, en lo que vino a conocerse como el Pacto o Rendición de Santoña. Dicho acuerdo se firmó a espaldas del Gobierno republicano (e incluso del propio Gobierno vasco), pero también se hizo al margen del mando franquista, de tal forma que cuando éste llegó a Santoña, una vez rendidos los batallones nacionalistas, se negó a respetar los compromisos adquiridos secretamente por los italianos.

Este oscuro episodio no ha podido ser explicado con facilidad por el PNV. Al principio, intentó soslayarlo y, cuando esto ya no fue posible, acabó reinterpretando la guerra en los términos siguientes: no sólo habían sido los vascos los perdedores absolutos de la contienda, sino que ésta había brotado al margen de su voluntad y sólo obligados por las circunstancias bélicas habían aceptado participar en una lucha que nada tenía que ver con ellos. Hace poco tuve la oportunidad de ver en Vitoria una exposición itinerante en la que se proyectaba un vídeo realizado por la Fundación Sabino Arana. La llegada del bando franquista a Santoña, con el trasfondo de una música dramática, se despachaba mediante la frase: "Y entonces llegaron los españoles..." (con una imagen de la bandera española ondeando al viento). Esta afirmación, hecha desde los años noventa, constituye una clara deformación de la memoria de dicho acontecimiento, pues es sumamente improbable que los nacionalistas vascos del 37 hubieran verbalizado así la llegada de las tropas franquistas.

Negándose a reconocer la entidad fratricida que había tenido la guerra civil también y, muy especialmente, entre los vascos, se conseguía un doble objetivo. Por un lado, se reinterpretaba la traición de Santoña en términos nacionalistas para que dejara de serlo, pues ahora el PNV se jactaba de haber hecho primar el "interés de los vascos" (el respeto a su vida y posesiones) sobre cualquier otro objetivo político de fuerzas "no vascas" (lo contrario habría sido traicionar a los suyos). Por otro lado, es obvio que cuando un discurso se basa en la existencia de una supuesta "comunidad" natural de personas, no puede reconocer con facilidad que ésta sólo haya existido en su imaginación, a juzgar por los últimos 150 años de enfrentamientos civiles en las provincias vasco-navarras.

La parte más visible del nacionalismo vasco actual tiene aún que reconocer que la sociedad vasca es profundamente plural y que todo intento de homogeneización sólo conduce a la polarización y alimenta la violencia. En estos momentos, la pelota está en el tejado del partido que ha venido siendo el principal eje vertebrador del Gobierno vasco desde la transición. El lehendakari no se cansa de repetir últimamente que gobierna para "todos los vascos". La necesidad de insistir sobre este punto, tras 20 años de autogobierno, resulta algo escamante, y es que el discurso nacionalista ha sido sumamente errático en la definición de quiénes eran "los vascos" y quiénes "los españoles". Quizá sería el momento de soslayar las cuestiones identitarias y de dar paso de nuevo a los posibilistas, que ahora son la cara oculta del PNV, haciendo pasar a un segundo plano a los esencialistas, cuyo fracaso político se está poniendo en evidencia.

"Libertad" es lo que el jueves pedía una parte nada desdeñable de la sociedad vasca. Cada vez son más numerosas y más intensas las voces que nos advierten con alarma de que la saturación provocada por el clima de presión, miedo y violencia, podría hacer irreversible una situación de abierto enfrentamiento social. El fratricidio vasco es el espectro que se alza tras los últimos acontecimientos; y no olvidemos que ha estado demasiado presente en la historia reciente del País Vasco como para que lo consideremos una quimera.

Paloma Aguilar Fernández es profesora de Ciencia Política de la UNED y autora de Memoria y olvido de la guerra civil española.

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