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Una Comunidad maravillosa

El pasado mes de noviembre EL PAÍS publicó, en estas mismas páginas, sendos artículos de José Antonio Martínez Serrano (2/11/99), catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia, y de Joan Sifre (20/11/99), secretario general de CC OO-PV. Ambos efectuaban una lectura de la economía valenciana a la luz de hechos objetivos. El primero profundizaba en las macromagnitudes que perfilan la situación económica regional, que en ningún caso permite celebrar como un éxito el nivel de vida alcanzado por los valencianos, que se encuentra todavía alejado de la situación obtenida por otras comunidades autonómas más prósperas. Mientras que el segundo analizaba los presupuestos de la Generalitat para el 2000, constatando que olvidan las principales carencias sociales, pese a continuar la fuerte inversión en esos "grandes" proyectos de ocio, que se defienden como causa política principal, cuando los beneficiarios directos son, hoy por hoy, los que son: propietarios de terrenos, constructores y similares.Por consiguiente, de ambos artículos, se deduce que la Comunidad Valenciana no es el país que imaginara Lewis Carroll en su inmortal cuento, a pesar de que en el estado de permanente campaña electoral en que se encuentra esta Comunidad, los datos económicos se lean con lentes de aumento, despreciando las cifras de los organismos más prestigiosos, y las iniciativas se canalicen exclusivamente merced a las mayorías políticas, imputando de desarraigados antigubernamentales a quienes osen dudar de la eficacia y oportunidad de los proyectos "bandera" sobre los que se ha decidido hacer planear el futuro económico regional. Todo ello transcurre en una etapa donde demasiados políticos zanjan cualquier controversia con un socorrido y desesperado "y tú más"; manida alocución que, a modo de bula papal, libera de toda cortapisa a los responsables políticos, por más estridente que sea su despropósito. Pretendida "patente de corso", al fin y al cabo, desde la esfera política.

Más allá de otras valoraciones de distinto calado, no cabe duda de que quien gobierna representa a una mayoría que, actualmente en la Comunidad Valenciana, parece estar más a favor de los complejos de ocio que de la universalización de la sanidad o de la educación, por ejemplo. Sin embargo, la lógica de la gestión pública, tal como se entiende todavía en la inmensa mayoría de los estados modernos, expresa con contundencia que la iniciativa privada tiene su razón de ser, sin ninguna ambigüedad, en cualquier ámbito donde, aparte de satisfacer una demanda social, encuentre un beneficio. Y que la iniciativa pública, con independencia del grado de liberalismo que trate de imprimir a su posición de gobierno, debe siempre reservarse parcelas de interés común, haciendo hincapié en atender necesidades sociales que pese a no reportar beneficio económico, contribuyen vivamente al avance en la calidad de vida de la sociedad en su conjunto.

Aunque no es nuestro objetivo aquí poner en duda el acierto o equívoco del conjunto de los "grandes" proyectos de ocio -si bien difícilmente todos van a responder a las expectativas depositadas en los mismos, pero eso ya se verá en su momento, cada vez más próximo-, sí es nuestra intención sugerir que las necesidades sociales vinculadas a la mejora en las condiciones de vida de la ciudadanía, y muy especialmente de los más débiles, no se pongan en cuestión por las inversiones turísticas de carácter empresarial que compete afrontarlas, en puridad, a la iniciativa privada; y si ésta ha hecho dejación de su compromiso en la esfera del ocio, estúdiense las causas. No es frecuente ver a los empresarios dejando escapar mirlos blancos.

Ante tal panorama, es difícil aceptar que puedan reducirse aún más las ayudas sociales, algunas tan básicas como las becas escolares de comedor, o las destinadas a la adquisición de libros. Pues bien, la concesión de estas ayudas ha disminuido en tanto que crece al gasto faraónico en esos "grandes" proyectos dirigidos a incidir, fundamentalmente, en el perfil turístico de la Comunidad Valenciana. Peculiar colusión entre lo público y lo privado, cuando esta Comunidad continúa siendo Objetivo 1 dentro de la Unión Europea y no por casualidad.

Todo lo cual debería conllevar una enorme pulcritud en los gastos públicos, acompasados a los niveles reales de la economía valenciana, huyendo del estrafalario despilfarro público propio de la inexperiencia o la novedad, que debe desaparecer con la madurez en las tareas de gobierno. El hecho de que esto ocurra podría, no obstante, verse corregido con el concurso de aquéllos que tienen fuerza para modificar tal situación, pero que desdichadamente son los que menos confianza tienen en los partidos políticos; es decir los que ni si quiera ya acuden a las citas electorales, dando por perdidas parcelas de bienestar que serían alcanzables con su contribución.

Frente a esa esclerosis del electorado, todos los partidos políticos tienen un enorme reto, pues son agentes sociales con eventual capacidad reconocida de convertirse en candidatos a ejercer el poder, y además de sus funciones como oposición ante al gobierno legalmente establecido, deben renovar sus propuestas, al menos por conciencia de clase para con la ciudadanía, adquiriendo así el cariz de alternativa, sobre todo de ideas y de modelo de sociedad. A tal fin se esperan sus proposiciones y su competencia con objeto de ilusionar a la población.

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Empero, resulta esperpéntico contemplar el panorama desde fuera de los partidos políticos y constatar los enfrentamientos que se producen en el seno de los mismos ante la simple, aunque intuyo que no tanto, confección de unas listas para concurrir a unas elecciones. Ingenuamente cabe pensar que en las listas estarán los más capaces y comprometidos con la ideología y planteamientos que impregna ese partido, o quienes desde posiciones de independencia política mejor puedan representar el mensaje que un partido pretende hacer llegar a la sociedad. Si no es de ese modo, y las decisiones obedecen a intereses y compromisos de guisa diversa, compleja y pervertidamente interesada, se siembra la simiente del fracaso y del distanciamiento entre el potencial elector que no se ve representado por quien nunca comparece con una propuesta identificable, o que tan sólo entiende la disciplina de partido como interpretación de su responsabilidad y compromiso social con el ciudadano. En suma, políticos a la postre desconocidos y con un grado de intervención y eficacia pública sumamente discreta, causantes directos de las frustraciones en las expectativas que cristalizan en las más sonoras derrotas electorales.

Bajo ese prisma los partidos hoy en la oposición no pueden permitirse ni un instante más dedicadarse a cuestiones ajenas a los intereses estrictamente vinculados con el progreso social, recordando de una vez por todas que en la construcción de la sociedad del próximo siglo su voz también vale, pero ello exige el concurso de los más dispuestos, militantes o simpatizantes, que no de los más necesitados de la política para sobrevivir .

Vicente M. Monfort es profesor asociado de la Universidad Jaume I de Castellón

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