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Reportaje:

Una juerga de campeonato

"Tonight, drinking", bromearon los remeros del equipo ligero de la Universidad de Oxford a uno de los entrenadores del Club Náutico de Amposta, Tarragona. El entrenador les notó alegres. El intenso entrenamiento que los jóvenes habían realizado cerca de la desembocadura del Ebro, donde el río alcanza su máxima amplitud, para preparar la célebre regata que les debe enfrentar a sus contrincantes de Cambridge llegaba el pasado miércoles a su fin y esa noche cabía una merecida celebración.Las tres sesiones diarias de entrenamiento a las que se sometieron los remeros durante los últimos 10 días les habían dejado exhaustos, hambrientos y sedientos. Demasiado sedientos. Y la sangría que les sirvieron en la pizzería Moré para acompañar la última cena en la pequeña ciudad tarraconense les calmó la sed tan rápidamente como les atizó la euforia.

Las copas de Melody, el espeso licor de crema catalana que cerró el ágape, hicieron el resto. Pronto se oyeron los primeros cánticos y los gritos y los golpes que dejaron hundido parte del techo de los lavabos del establecimiento. Luego, ya en la calle, siguieron algunos zarandeos a los vehículos que encontraban a su paso y arrastre de contenedores. Desperfectos de importancia inversamente proporcional a la monumental borrachera que llevaban encima, a precio de pizza, algunos de los componentes del elitista equipo británico de remo. Suficiente alboroto, no obstante, como para levantar las iras de los vecinos, que avisaron a los cuerpos policiales de la tranquila población. "Estaban tirándose encima de los vehículos aparcados que encontraban a su paso, arrancaban los retrovisores, lanzaban los contendores en medio de la calle y gritaban como si nos estuvieran despreciando", explicó ayer un testigo de la actuación de los jóvenes británicos.

Con la Guardia Civil, los Mossos d"Esquadra y la Policía Municipal presentes, la cosa no podía quedar en menos que una visita al cuartelillo. Tomada nota de los datos personales, quedaron en libertad pasadas las tres de la madrugada y pudieron acabar de pasar la noche en la residencia del Club Náutico a condición de que por la mañana se presentaran de nuevo ante la Guardia Civil.

Ayer, a las nueve en punto, estaban todos como clavos en las dependencias policiales, incluido el que se descubrió durmiendo bajo la cama. No sin enviar antes, eso sí, dos enormes cajas de bombones, a modo de disculpa, a la dueña de la pizzería, que valoró en unas 100.000 pesetas los daños ocasionados en su local. Abiertas las diligencias, el titular del Juzgado de Instrucción número 2 de Amposta, Alberto Blanco, actuó de oficio para conocer la versión de los hechos de boca de los detenidos.

El juez se tomó el caso tan a pecho que, mediante traductor, tomó declaración a los 18 remeros, 2 timoneles y 4 técnicos hasta entrada la noche. El avión que debía devolverles ayer a Inglaterra partió sin ellos.

El cónsul británico contactó en diversas ocasiones con los responsables del equipo para conocer su suerte, al tiempo que la responsable de la agencia de viajes contratada iniciaba los trámites para intercambiar los pasajes. Mientras tanto, la paella que componía el menú que debía despedirles de Amposta empezaba a pasarse de cocción. "No se puede hablar de hooligans, son personas muy educadas que, cuando beben, pierden un poco el control, pero ello no debe ensombrecer los diez días de comportamiento ejemplar y el trato exquisito que han tenido", se lamentaba el presidente del Club Náutico de Amposta, Cipriano Forcada.

Una y otra vez, durante todo el día, Forcada excusaba a los que habían sido inquilinos de la entidad, 24 jóvenes de entre 18 y 27 años procedentes de Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y la India.

En el juzgado se les veía abatidos, hundidos en el asiento de la sala de audiencias, blancos y asustados. Mientras esperaban su turno para ser interrogados por el juez, asomaban de vez en cuando sus cabezas hacia los pasillos del juzgado, que por momentos se iban llenando de periodistas. El interrogatorio duró casi siete horas. Faltaban pocos minutos para las ocho de la tarde cuando salieron del juzgado, todos juntos y sin hacer declaraciones a los periodistas. El juez les había dejado en libertad.

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