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Compás de espera

El 21 de diciembre -o sea, hoy- supone un compás de espera. Así manda la costumbre que vivamos el 21 de diciembre los españoles. No por nada, sino porque mañana es la lotería y en ella pueden pasar muchas cosas. Una, que nos toque el gordo; otra, que le toque al vecino. Y si ni a uno ni a otro, no habrá por qué sentirse frustrado, pues se producirá la exaltación nacional de la salud. España entera proclamando que la salud es lo fundamental en la vida. Hay frase acuñada para la ocasión con un prosaico aditamento que redondea el pareado: "Salud y economía son la mejor lotería". Y, dicha, cada cual volverá a lo suyo.El compás de espera trae actitudes llenas de expectativas y de cautelas. Eso de compás de espera cree uno que viene de la esgrima, donde entre los reglamentarios compases de ataque y defensa, D'Artagnan y los de su escuela introducían un fingido recaudo para confiar al enemigo, que se empleara a fondo y pegarle entonces la estocada, mejor en todo lo alto. Los eruditos, en cambio, sostienen con superior criterio (por algo son eruditos) que el compás de espera propio de las vísperas es el de la música, el silencio que guarda la melodía entre dos compases.

No es muy propio, de cualquier modo: el compás de espera previo al sorteo de Navidad no suele ser silencioso. Antes al contrario, aquellos que se vituperaban en cada encuentro hoy se saludan con acentuada cortesía, por si acaso. Los hijos se muestran cariñosos con los padres, los padres con los cuñados, los yernos y las nueras con los suegros; incluso los jefes con los subordinados, no vaya a ser que en sólo horas 24 a éstos les toque el gordo y vayan y les hagan la peseta.

Compás de espera que viene también de esperanza. Esperar a compás (o sin él) es aguardar novedades. Quien ya no espera se desespera, y en eso desembocaría la esperanza de los jugadores tras el sorteo de la Lotería Nacional, si no fuera por las albricias que acompañan a la exaltación de salud. Qué mal debe sentar -piensa el pueblo- si te toca la lotería estando en las últimas.

La lotería es tan caprichosa (gana el que no lo merece, barrunta el sentir popular) que se la invoca con supersticiones y con jaculatorias. Algunos le hacen la cruz al décimo, luego lo besan con fervor. La mayoría prefiere un número que acabe en 9 o en 7, aunque el 7 -ha revelado un diario- no sale en el gordo desde que se instauró la democracia. Democracia versus 7: ¡oh, qué inquietante arcano! Los madrileños, especialmente, tienen sus caprichos. Los dos patitos -el 22- es asimismo cifra de su predilección; o malaleche -el 13-; o Anelka -el 0-.

En cuanto a terminaciones, por una vez y sin que sirva de precedente, este año hay gran novedad: a unos les da por el 99 -por corresponder al año de fin de siglo-, mientras otros piden el 000, alusivo al año 2000. En la administración más famosa de la capital me ofrecieron un número de éstos como trato de favor, pues -aseguraba la empleada- se había agotado en Madrid. Rogué que me lo diera sin ceros porque me gusta jugar de incógnito.

Es precisamente en Madrid donde más se juega. De una parte está la proverbial inclinación de los madrileños a la magia del azar; de otra, el censo de habitantes, y se suma el aluvión de forasteros que cuando viajan a la capital traen el encargo de comprar lotería. Dicen las estadísticas que jugamos once mil pesetas por barba. Y en justa correspondencia, es precisamente en Madrid donde más veces ha tocado el gordo.

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Cuestión de influencias: en Madrid está el colegio de San Ildefonso, cuyos alumnos son los que cantan los números del bombo. No hacen nunca trampa, evidentemente; pero las loteras que venden los últimos décimos por la calle solían ir a su encuentro para que les dieran suerte y aseguran que resultaban harto complacidas. "Tócamelo, resalao", les solían pedir. Esto era hace años, cuando los niños del colegio de San Ildefonso iban andando al salón de loterías. Ahora van en coche y ya no se lo pueden tocar.

Conviene al compás de espera aderezarlo de paciencia. Poco es, a fin de cuentas: unas horas, y seremos millonarios. Y si no cae esa suerte por un aquél, ya se sabe: a solazarse con esta salud de hierro y este cuerpo de Tarzán que nos ha dado Dios.

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