Secretos del corazón de Luis XVII
Los médicos que ayer recibieron el corazón de Luis XVII, o, mejor dicho, el supuesto corazón del rey que no fue -murió de tuberculosis a los 10 años-,tienen como misión demostrar que ese órgano reverenciado en la basílica de Saint Denis, en los alrededores de París, tumba de los reyes de Francia, no es una falsa reliquia. Luis XVII, hijo del rey Luis XVI y de María Antonieta -ambos guillotinados en 1793 en plena Revolución Francesa- murió en prisión en 1795.Un análisis de su ADN servirá para dictaminar si hay o no correspondencia entre el corazoncito conservado en una urna -el duque de Beauffremont la entregó ayer, cubierta por un velo con la flor de lis- y el código genético de la familia. Y también para saber si lo de la tuberculosis es exacto, o si el delfín de Francia murió de otra cosa.
La decisión de embarcarse en una peripecia de detectives genéticos ha sido tomada por la rama legitimista en contra de los orleanistas, es decir, con el visto bueno de los descendientes, en línea directa, de Luis XIV, y con la reticencia o la desaprobación manifiesta de los descendientes del duque de Orleans, hermano de Luis XIV, que estuvieron aglutinados en torno a la figura de Henri d"Orleans, conde de París, hasta que éste murió este año.
Las cámaras estaban ahí para captar el momento en que el legitimista duque de Beauffremont depositaba la urna en un coche funerario. A partir de ahí quienes tienen que resolver -o crear- los problemas son los profesores Cassiman, de la Universidad de Lovaina, y Brinckmann, de la Universidad de Munster. "Lo primero es examinar el corazón para saber si tiene las características morfológicas de una persona de 10 años".
"Con el tejido extraído podremos elaborar el carné de identidad genética del supuesto Luis XVII. Y habrá que compararlo con el de su madre, María Antonieta". Ésta, bastante antes de ser decapitada, tuvo la precaución de dejarle un mechón de su cabello a su madre, Marie-Thérèse de Austria, y ésta lo conservó en un medallón. Los médicos se han permitido un matiz poco monárquico: "Claro, todo depende de la calidad de la materia que nos proporcione el corazón".
La investigación puede modificar los derechos de sucesión de la corona francesa. Si se demuestra que el tejido es del verdadero Luis XVII tendrán la razón los legitismistas, representados por el duque de Beauffremont, proclamados parientes legítimos de Luis XVI. Sin embargo, si el resultado señala que no es el tejido del verdadero hijo de María Antonieta, se demostrará que la teoría que sostienen los orleanistas, abanderados por Henri d"Orleans (hijo), puede ser cierta: que el delfín no murió en la cárcel y que con el paso de los años proliferaron decenas de falsos descendientes suyos.
El duque de Beauffremont no ha dudado en recordar que los orleanistas, en realidad, descienden también de Philippe Egalité, duque de Montpensier y caballero que, para medrar en el escalafón y asegurarse la supervivencia, votó a favor de que Luis XVI pasase por la guillotina. El oportunismo -o las recientes convicciones revolucionarias- sólo le permitieron vivir dos años más pues luego él también tuvo que poner el cuello bajo la cuchilla.
Si la ciencia resuelve el misterio, también pondrá fin a un novelesco entramado de falsos sucesores que deja pálido al de la gran duquesa Anastasia y la corte de los zares. Luis XVII, una vez separado de sus padres, quedó bajo la tutela de un zapatero remendón, Antoine Simon. Pero soplaban malos vientos, y el hombre también perdió -literalmente- la cabeza.
Pasó a otra custodia hasta el día de su muerte, pero la leyenda sugiere que pudo escapar a esa vigilancia, que el cadáver que se enterró no era el suyo y que el delfín volvería para reinstaurar la monarquía, y con ella la ley y el orden en Francia. Una vez decapitados los padres y parientes cercanos, muerta su hermana de tuberculosis, y alejados del país los monárquicos prudentes, los delfines proliferaron y su contabilidad llega hasta los 43.
Puede que alguno de ellos fuese el auténtico, pero el que mejor logró hacerlo creer a medio mundo, Charles Guillaume Naundorff, fue descubierto precisamente por el doctor Cassiman, que comparó su ADN -el farsante también tenía sus huesos enterrados en Saint Denis- con el de María Antonieta. El dictamen fue inapelable: Naundorff era sólo un relojero sin una gota de sangre azul.
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