_
_
_
_
Reportaje:PLAZA MENOR - AVENIDA DE AMÉRICA

Despegue hacia el caos

Pasos elevados y subterráneos, transportes públicos y privados, nudo y laberinto de todos los tráficos, la avenida de América en sus inicios es además desde hace algún tiempo campo de batalla municipal en el que brigadas acorazadas de la construcción llevan a cabo un plan destinado a desenredar la madeja, la compleja red de comunicaciones que se ha ido tejiendo en la frontera noreste de la ciudad, punto de partida de la autovía de Aragón y Cataluña y paso habitual en el camino del aeropuerto.El arranque de la avenida de América sería por sus dimensiones una plaza, pero hasta hace poco era un archipiélago de islotes donde los peatones desprevenidos o poco ágiles se apelotonaban como náufragos en un mar de tiburones esperando el guiño benévolo del semáforo.

Estos días que se prolongan en años de incesantes y parsimoniosas obras, la plaza virtual de la avenida de América es guarida del caos, receptáculo de todos los ruidos, campo minado entre alambradas y trincheras en el que empieza a dibujarse la silueta de un búnker donde algún día se acuartelarán los autobuses urbanos e interurbanos, el metro y los trenes de cercanías. Un proyecto sin duda necesario para aliviar el espeso flujo del tráfico.

Un proyecto que los residentes y transeúntes contemplan entre la esperanza y el escepticismo, con el recuerdo de algunas iniciativas similares como la perpetrada en el intercambiador de la plaza de Castilla, a la sombra de las ominosas torres KIO. En la avenida de América, la parte ominosa la ponen desde hace años las galerías subterráneas del metro, kilómetros y kilómetros de bajada a los infiernos, con la ayuda de vertiginosas escaleras mecánicas, que para eso hemos pagado el billete. Julio Verne y, por qué no, Edgar Allan Poe y el mismísimo H.P. Lovecraft nos acompañarán en este viaje al centro de la Tierra, donde los claustrofóbicos serán sometidos a los más lacerantes tormentos.

El viajero que atraviesa por primera vez este escenario, en una hora poco frecuentada y sin advertencia de lo que le espera, percibirá, al menos una vez en el trayecto, un soplo helado en su nuca, un estremecimiento de pánico que, según sus gustos, podrá identificar con una película de terror posnuclear con mutantes a la vuelta de cada esquina o con un filme de asesinos en serie, el psicópata de turno empeñado en vengar las ofensas que le infligieron a su madre cuando era taquillera de los ferrocarriles metropolitanos.

El cierre, por obras, de las áreas comerciales que aliviaban el trayecto contribuye a reforzar el tono inquietante de la escenografía. Un solitario quiosco de periódicos superviviente brilla al fondo de un pasillo como la estrella de los Magos. A ras de calle, la boca del metro bulle de animación con un corrillo multirracial y jovial de vendedores de tabaco, cedés y quincalla, mercadillo mínimo y portátil que se disolverá con presteza en cuanto el fino y entrenado olfato de sus vendedores detecte la presencia de un depredador vestido de guardia municipal.

En superficie, los transeúntes superan a los residentes, que ya tienen bastante con residir en zona de guerra, procuran poner pies en polvorosa en cuanto salen de sus domicilios y suelen refugiarse en las acogedoras tabernas y familiares comercios de las calles de La Guindalera.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Al fondo de la explanada devastada, otro edificio con aires de búnker, horizontal y contundente, ostenta el emblema del sindicato UGT en un bosque de luminosos comerciales que coronan los inmuebles circundantes. A su alrededor se levantan varias manzanas de casas construidas bajo los auspicios del sindicato vertical y único, invención transgénica del franquismo y el falangismo, que aquí también exhibió sus carencias en materia arquitectónica, bloques con nichos por balcones y desalmados híbridos con pretensiones de funcionalidad.

En la acera de enfrente crecieron en los años sesenta bloques más altivos y representativos de la prosperidad y el desarrollo que transformaba los suburbios en zonas residenciales. La proa de la plaza, orientada a la confluencia de María de Molina, la pone un rascacielos, de los pequeños, que aprovecha su estratégica situación sobre la cima para engrandecerse y dejarse ver. Así lo vieron los publicitarios de la compañía Iberia que colocaron su estandarte de neón en la terraza, sin sospechar que un día su nombre podría sonar como una amenaza más en el horizonte de los viajeros en tránsito hacia el aeropuerto, atrapados en el atasco, un recordatorio de que su calvario no ha hecho más que empezar.

Este cruce de caminos sería un lugar inhóspito y despersonalizado si no existiera Hontanares como parada, fonda y memoria de que pese al mare mágnum que nos rodea seguimos estando en un barrio que tiene su casta. En esta estratégica esquina, la cafetería ha ido evolucionando y adaptándose a las modas y caprichos de la clientela sin descuidar las ofertas clásicas y atendiendo a todos los horarios, desayunos, aperitivos, comidas, meriendas, tapas o cenas, del churro a la baguette, pasando por las patatas bravas y los menús del día.

Satisfacer a la variopinta y apresurada clientela de paso y conservar su carácter de bar de la esquina de toda la vida para la parroquia estable corre a cuenta del personal de un establecimiento que rinde culto a la historia del barrio en una galería de fotografías enmarcadas que cubren diferentes etapas de su reciente historia, algunas de ellas con ingeniosos comentarios alusivos y textos aclaratorios.

La cafetería no es un remanso de paz, pero ofrece una pausa que es de agradecer antes de retornar al turbulento asfalto y arrostrar las inclemencias y discordancias de la jungla cotidiana o decidirse a navegar por los avernos metropolitanos. Una elección difícil.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_