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La muy crítica crítica

Javier Marías

En varias ocasiones, más en entrevistas que por escrito, me he referido al lamentable o crítico estado de la crítica literaria en España, aunque los adjetivos deberían hacerse extensivos a la cinematográfica y puede que a otras que leo poco. He solido recibir por ello reproches e imprecaciones de críticos, de subcríticos y de colegas escritores, apoyados siempre en la argumentación más taimada y a la vez ramplona que darse pueda, a saber: ¿Cómo se atreve a criticar a la crítica un autor que en general ha sido muy bien tratado por ella? Se delataban así mis amonestadores, que sólo parecen concebir que un escritor hable de lo que atañe a todos según le vaya a él en la feria. Precisamente porque la crítica ha sido más bien generosa con mis libros me he permitido calificar de lamentable y crítico su actual estado. De haberles sido más bien adversa, me habría abstenido, no fuera a tacharse mi opinión entonces de agraviada y vengativa. Lo cierto es que así sigo pensando de la crítica o de los críticos -el matiz es irrelevante-, con cuantas excepciones se quieran; y por eso me aventuro ahora a exponer unas "reglas del juego" que afectarían tanto a los escritores o artistas como a sus jueces públicos. No pretendo, desde luego, que nadie las respete ni las tome siquiera en cuenta, ni otorgarles más valor del que pudieran merecer las que expusiera cualquier otro, es decir, más valor que el subjetivo. Son tan sólo las que creo que deberían observarse; algunas tan elementales que sería fácil acusarme de descubrir mediterráneos. Si hay que hablar de ellas y enumerarlas -eso es lo grave-, es porque rara vez se cumplen. Lo más probable es que yo mismo haya incumplido algunas, pero eso no sería óbice para propugnarlas. Como siempre en estos casos, esas reglas se formulan más como prohibiciones o disuasiones que como obligaciones, esto es: por la vía negativa.1. Un novelista no debería hacer nunca crítica de novela, ni un poeta de poesía, sobre todo de las de sus compatriotas. Juzgar públicamente la labor de otros cuando también es la propia presupone que si uno es capaz de señalar los defectos y talentos ajenos, posee la llave para no incurrir en los primeros y saber que cuanto da a la imprenta encierra de los segundos. Es por tanto un acto de soberbia, dejando la inelegancia aparte. Que en la mayoría de países se dé esta práctica -que en los Estados Unidos escriban críticas Updike o Barth o Sontag; en Francia Dominique Fernández o Angelo Rinaldi- no la hace justificable, sino que muestra tan sólo que lo indebido ocurre en todas partes.

2. Por si no bastara este argumento, cabe añadir que esa costumbre propicia dos tentaciones por igual indeseables: la alabanza o favor mutuos; la represalia, el ojo por ojo, la venganza. 3. Si quien es sólo crítico pase un día, como sin cesar sucede, a ser poeta o novelista publicado, debe abandonar al instante el ejercicio de la crítica y no regresar a él más que si renuncia a sus novelas o poesías, y no temporalmente -sería alternar ventajas-, sino para siempre.

4. Si un crítico publica libros, del género que sean, en una editorial determinada, a partir de ese momento debe abstenerse de reseñar obras que su editorial publique. Con ello no sólo evitará parecer lo que parecen tantos -agentes de promoción de algunas casas-, sino que se ahorrará problemas con su editor si, honrado, se atreviera a denostar un producto suyo.

5. Los críticos no deberían tratar a los autores, menos aún a los editores. Menos probabilidades de que los primeros "compren" a sus jueces -o así parezca-, ya que la inversión sería muy alta por proteger unos cuantos libros, los que escriben. La inversión de los segundos sería más plausible y más rentable, pues protegerían centenares de títulos, los que editan. Lo mismo sería aplicable, en cine, a directores y productores.

6. Los críticos han de ser sinceros. Ésta es sin duda la mayor obviedad de todas, también la más incumplida. Han de tener bien presente que fingir gusto por lo despreciado, o reprobación hacia lo estimado, es extremadamente difícil, hay que ser un verdadero artista para lograrlo. Dicho de otro modo, han de saber que el elogio insincero se percibe insincero, como la condena esforzada se percibe forzada. El placer o el fastidio que procuran una película o un libro -a lo largo de un mínimo de dos horas- son demasiado agudos para que no se trasluzcan a través de las traicioneras palabras. Hay críticas sembradas de elogios que el lector sabe rutinarios y huecos, "dictados", y las hay llenas de denuestos que el lector nota impostados o inducidos, "sobrevenidos" y aun ordenados. Esas críticas no son sólo corruptas, sino sobre todo inútiles. Un crítico puede o no estar preparado, acertar o equivocarse, ser un lince o un mendrugo. Pero necesita decir lo que piensa, porque si esto falla -y falla tan a menudo que resulta un escándalo-, su crítica no interesa, ni tan siquiera engaña, y nace muerta.

7. Los motivos posibles para esa insinceridad o corrupción no son pocos. Un crítico debe ocuparse de la obra, no del autor de la obra. Los de nuestro país no osan reconocer casi nunca que es horrible, o floja, la nueva novela o película de quien las hizo buenas o goza de prestigiosa bula y de vasallaje, si son muy desfachatados, hablarán de una nueva obra maestra. Si no tanto, escamotearán su negativo o tibio juicio rememorando pasadas proezas y atravesando de puntillas el recentísimo adefesio. Asimismo callarán las virtudes de quien esté mal visto o merezca ser "castigado". Y el crítico debe siempre exponer su verdad, tan educada y respetuosamente como le convenga.

8. Práctica muy habitual en España es defenestrar a un autor para complacer o halagar o rendir pleitesía a otro, enemigo del primero. El crítico sabe que si elogia al escritor A, a quien el autor B tiene tirria o juzga pésimo, B no sólo va a burlarse de él o a reprochárselo, sino quizá a echárselo en cara como si lo hubiera ofendido personalmente. Es éste un país desleal en el que mucha gente exige lealtades descabelladas. Y un crítico no debería jamás ceder a semejantes exigencias, ni al ataque ni a la loa por asimilación ni "contagio".

9. Si un crítico ha tenido un encontronazo o polémica con un escritor, sólo le cabe abstenerse en el futuro de reseñar sus libros. Porque si los pone mal, parecerá venganza. Y si bien, que quiere reconciliarse o hacerse perdonar o congraciarse. Si además de la apariencia se diera el hecho, ese crítico sería un corrupto que aprovecharía su poder efímero para ajustar cuentas personales. 10. Un crítico no debe aceptar indicaciones ni imposiciones del medio para el que escribe. Si un autor publica artículos en un periódico, es probable que los de la competencia maltraten sus libros por sistema, o les hagan caso omiso. De la misma manera, es común que los de los columnistas propios sean invariable y monográficamente ensalzados. Esto ocurre sin rubor ni pausa, más en unos diarios que en otros, o en unos con mayor descaro.

11. Un escritor no debe responder jamás públicamente al crítico de su obra. En privado, sólo si se da la circunstancia de que lo cono

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Viene de la página anterior ce de antemano y lo hace a título personal (dar escuetamente las gracias es otra cosa). Al publicar su novela o su poesía o su ensayo, el autor los expone por su voluntad a la opinión ajena y, por inepta o injusta que le parezca la de un crítico, ha de callar públicamente (en su casa puede hacerle vudú si quiere). Cualquiera, no sólo el reseñista, está en su derecho a opinar lo que se le antoje sobre lo que le fue ofrecido. El artista puede enfadarse, y se enfadará de hecho, pero en su estudio o en la tertulia. Porque no está facultado para discutir con objetividad y ante testigos sobre lo que ha creado.

12. El escritor no debe mencionar por su nombre a ningún crítico, ni para alabarlo ni para maldecirlo. Si hace lo primero, dará la impresión de que le está agradeciendo un favor pasado o trabajándose uno futuro. Si lo segundo, parecerá que se está resarciendo de algún varapalo.

13. Sólo hay dos excepciones a esta regla. Si el crítico, en vez de analizar la obra, se ha dedicado a la disección del autor y a soltar sobre él falsedades, éste tendrá tanto derecho a responderle y desmentirle como si el calumniador no fuera un crítico o supuesto crítico. Esta excepción podría darse con frecuencia en España, donde se leen numerosas invectivas, ad hominem, que ni merecen el nombre de críticas.

14. La segunda excepción es legítima cuando un crítico acusa erróneamente a un autor de cometer un error concreto. Por ejemplo, un tal Senabre culpó una vez a mi escritura de un despropósito suyo de lectura, creyendo que un hijo hipotético e inexistente del narrador era el mismo niño que un hermano muerto de éste, una falta de atención imperdonable que descalifica al crítico por partida doble, por leer mal y por acusar en falso; y así es permitido rebatirle su injusticia. No lo sería nunca, en cambio, discutir o desautorizar su juicio de valor, por negativo que fuera.

15. Un crítico no debe rebajarse a señalar en detalle supuestas incorrecciones o faltas del autor, como si en vez de ejercer su alto oficio estuviera corrigiendo exámenes de párvulos con lápiz rojo. En primer lugar, porque quienes lo hacen yerran con demasiada frecuencia. En segundo, porque en literatura es difícil saber qué es una incorrección y qué una transgresión, una opción estética deliberada (para algunos de esos vigías no existirían la hipérbole ni la metáfora, no habría erotesis ni aposiópesis ni catacresis ni hipálage, no habría literatura). Y en tercero, porque, perdiéndose en esas minucias, producen una impresión de absoluta impotencia, como si no tuvieran ni una idea con qué llenar la página (uno de ellos dedicó catorce líneas una vez, catorce, a reprocharme un desliz léxico).

16. Si los escritores no son gremiales ni solidarios, los críticos sí lo son, lo cual acentúa la diferencia entre unos y otros que los segundos a menudo quieren negar, considerándose tan "creadores" como los primeros. Los críticos, así pues, no deberían reaccionar corporativamente si un escritor los enjuicia de manera negativa en su conjunto. Sería alarmante que muchos se dieran por aludidos, como ha ocurrido otras veces, cuando uno se está refiriendo tan sólo a bastantes. Insisto en que estas "reglas" son subjetivas y elementales. Pero quien lea suplementos y revistas literarias o cinematográficas, quien vea programas librescos y frecuente la crítica universitaria, quien asista a cursos de verano y a presentaciones de libros y fallos de premios y a festivales y estrenos de teatro y cine, será capaz de responderse si alguna de ellas se cumple.

17. Olvidaba una última que se expresa como duda: un escritor, probablemente, no debe exponer "reglas del juego" entre críticos y criticados. Si esto fuera cierto, deberían arrojar de inmediato este artículo a la papelera.

Javier Marías es escritor.

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