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Una cierta Holanda ARCADI ESPADA

La rubia Marjolijn fue educada en La Haya por padres que habían sobrevivido a una guerra. Después de una guerra pueden criarse individuos que lleven el miedo o la alegría en la frente. Tal vez influya en la crianza el que las guerras sean o no civiles. El caso es que la niña fue llevada poco a poco al mundo con el convencimiento de que es preciso tratar a la vida con una cierta indiferencia hedonista. Así que a los veinte años atravesó Europa y llegó a Playa de Aro. "Y empecé a trabajar en Cala Gogó". Cala Gogó era, como el Banco de Madrid o el diario Tele-Exprés, la creación de un hombre considerable, Jaime Castell, acaso el miembro más brillante de la droite divine catalana, una gente que hacía lo mismo que sus colegas de la izquierda, pero sin tanto pesar íntimo. A Marjolijn, que venía de los provos holandeses (tribu urbana, cuna del 68), aquel mundo le empezó a parecer francamente muy exótico. "Por ejemplo: yo no conocía el sentimiento de clase, ni en mí ni en los otros. Y el mundo de Castell era muy elitista. Ya eran algo mayores, bailaban con cierta ceremoniosidad en la discoteca y paseaban a la nieta de Franco en su Rolls". Marjolijn empezó muy pronto a tener éxito. La pandilla la apreciaba especialmente a la hora del autoestop: "Pon tú el dedo, rubia". Un 27 de julio conoció al señor Armand Carabén, el 28 de diciembre se casaba con él y la urgencia dura ya treinta años. Ciertamente, aquel verano acumuló sensaciones sucesivas e inolvidables. De los provos a Castell y de éste al mundo suave de forma y de fondo del prometedor Carabén. "Suave, si así le parece. Pero para una chica de los provos holandeses fue un poco duro el día que entré en aquella casa del Eixample y vi a la madre, la tieta y la criadas, todas ellas intentando hacer feliz al nen". Se repuso. Lo cierto es que el mundo de su marido iba a procurarle satisfacción y felicidad. En especial, por las personas que empezó a tratar: Jordi Nadal, Manuel Ibáñez Escofet, Manuel Ortínez y Josep Pla. A Pla le gustaba hablar francés con ella, especialmente para poder decirle je vous en prie, madame. Le dio además un consejo que ella siguió al pie de la letra: "Lleve a sus hijos a una escuela catalana. Déjese de lycées e historias. Con los lycées lo único que se consigue es que los negritos crean que Baudelaire es el mejor poeta de su país". Entrados los setenta, el futbolista Cruyff llegó a Barcelona y su marido ocupó un lugar muy importante en todo aquello, cuando parecía que Franco iba a acabarse cualquier domingo de Liga. Hasta consiguieron que Pla fuera al fútbol la misma tarde monumental en que el holandés marcó de tacón volante. Luego Pla escribió un artículo en Destino en que llamó a Cruyff "gran vedette més unitiva que separativa". "La época de Cruyff y los holandeses fue muy especial. Se acababa el franquismo y el fútbol tenía un sentido que no he vuelto a verle jamás. Modestamente, creo que fuimos importantes para que la colonia holandesa se sintiera bien aquí y aquella época cuajara. Pero el fútbol...". Siempre acaba mal. "Ja, ja; siempre se pierde, es verdad. En fin, me interesó mientras duró. Pero llegó un momento en que afectó demasiado a la vida de Armand y a la mía. No puedes basar tu destino en que la pelota entre o no en la portería. Sobre todo, cuando no la llevas tú. Armand, que antes de todo aquello era corresponsal de The Economist, se pasó muchos años sin escribir un solo artículo. No podía ser". Cruyff y Franco pasaron, y pasó también, muy prematuramente, Josep Pallach, que era el único de todos ellos capaz de resistir la intemperie del poder. La señora Van der Meer habla de aquella muerte y del naufragio político que provocó con una explicable melancolía personal. Pero también cree que dejó alguna huella colectiva. "A mí me parece que la sociedad catalana está demasiado politizada. Pero politizada en un sentido negativo: demasiadas veces la gente dice "éste no es de los nuestros", y deja de hacer cosas, o de llevar a cabo ideas y proyectos, porque, simplemente, eso supondría dialogar, o pactar o colaborar con "los otros". Ha vivido y vive bien entre los catalanes y se quedará aquí para siempre. Pero tiene algunas sugerencias. "Cataluña es un país de grandes chafarderos. Pero la chafardería es muy simpática. En cambio la envidia, muy generalizada también, es destructiva. El trato que aquí se da a las personas no siempre es el correcto. Todo el mundo es capaz de apreciar los defectos y los errores de los demás. Pero los anglosajones, por ejemplo, tienden a quedarse con lo bueno, con lo positivo de los demás, y a relativizar lo negativo. Me parece que en Cataluña sucede justamente lo contrario". Ahora vuelve poco a La Haya. Cuando vivían sus padres, se trataba de un viaje frecuente, necesario y grato. Sin embargo, la ciudad donde nació le parece cada vez menos una ciudad suya. La memoria necesita diques o los recuerdos se convierten en instancias fantasmales, caóticas. Los diques de su memoria holandesa ya no existen y la mirada moral con que recorre su antiguo país está más llena de agudeza que de complicidad. "Es realmente curioso, pero cuando viajo a Holanda tengo una sensación parecida a la que tenía aquí al principio: veo una sociedad un poco encasquillada, a causa, seguramente, de los efectos de la cultura nórdica de la subvención". El círculo cerrado de la señora Van der Meer acaso pruebe que uno es su patria.

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