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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fin de curso

Un peculiar curso político, 3º de PP, ha terminado con el inicio de las vacaciones de verano. Empezó con la tregua de ETA en septiembre pasado; se cierra con los nacionalistas del PNV y de EA habiendo perdido importantes cuotas de poder en el País Vasco. Se abrió con un PSOE en tensión interna y con un candidato a la presidencia del Gobierno y concluye con los socialistas cambiando de caballo y recuperando parte de poder local y autonómico. Cuando se inició, el análisis político concedía al PP grandes posibilidades de alcanzar la mayoría absoluta en las elecciones generales; acaba con una situación electoralmente abierta de cara al próximo curso, ya obligatoriamente electoral, pues la cita con las urmas no puede retrasarse hasta más allá de junio del 2000. Y precisamente por el apoyo que ha prestado CiU a los próximos presupuestos generales, Aznar no tiene pretexto para adelantar las elecciones al próximo otoño-invierno. Es probable que tampoco lo desee, en su búsqueda de lograr la legislatura más larga de la democracia, cumpliendo a la vez su pacto con Pujol de alejar las generales de las elecciones catalanas, que se han de celebrar en octubre o noviembre. Si en éstas el candidato socialista desalojara -lo que no es fácil- a Pujol del palacio de la Generalitat, el cambio afectaría no sólo a la política catalana, sino a la de España. Pues es difícil concebir que CiU, fuera de la Generalitat, mantuviera el respaldo a un Gobierno del PP en Madrid. Independientemente de lo que ocurra en Cataluña, el PP ha salido tocado de las elecciones municipales, autonómicas y europeas del pasado 13 de junio. Las ha ganado, aunque por unas distancias que van de los cuatro puntos en el Parlamento Europeo a los 30.000 votos en las municipales. Las expectativas del PP eran mayores que el resultado conseguido, como en las generales de 1996. Pero, en contraste con lo ocurrido hace tres años, cuando Aznar, con su minoría mayoritaria supo llegar a un pacto con Pujol, el PNV y los nacionalistas canarios, la gestión de los resultados del 13-J por parte del PP y de sus máximos dirigentes ha dejado mucho que desear. El PP ha demostrado en esta ocasión una preocupante incapacidad para pactar, perdiendo el control de ayuntamientos y del gobierno de tres comunidades autónomas: Baleares, Asturias y Aragón. La excepción ha sido el País Vasco, en cuyas aguas el PP ha sabido navegar con cautela, sin caer en imposibles esquemas de pagar un precio político porque ETA deje de matar. Ganar tiempo es una forma de ir consolidando la entrada de ETA en la política, abandonando la pistola, aunque otras formas de violencia, callejera o incendiaria, sigan estando presentes. En todo caso, tras el 13 de junio, el proyecto nacionalista está perdiendo fuelle. El PNV ha visto reducirse su cuota de ejercicio de poder real al perder la Diputación de Álava, ahora encabezada por el PP gracias a los socialistas. En estos meses, con el asunto de las subvenciones al lino y el caso Piqué, el Gobierno ha confirmado que no está dispuesto a dejarse controlar por el Parlamento. Este tipo de actitud, que los votantes perciben con suma claridad, es el que, entre otros factores, impide que el PP consiga despegar electoralmente, a pesar de la percepción muy favorable de la situación económica, que juega a su favor, como jugaba la crisis interna por la que atravesó el PSOE. El curso pasado se inició con graves tensiones y desajustes entre el candidato a la presidencia del Gobierno, José Borrell, elegido en primarias, y su secretario general, Joaquín Almunia. Borrell acabó dimitiendo ante la presión de unos escándalos en su entorno, y Almunia se convirtió, en la práctica, en la única cabeza de cartel alternativa. Pero si ha demostrado capacidad de encaje, Almunia aún debe probar sus posibilidades y aclarar -no dispone de mucho tiempo- qué es lo que el PSOE propone como opciones de futuro. En este curso, la España democrática ha participado por vez primera en una guerra, la de Kosovo, junto a sus aliados de la OTAN, cuando a su frente se encontraba un español, Javier Solana. En la del Golfo, que marcó una divisoria de aguas para la participación de España en guerras, este país no entró directamente en acciones de combate, pero en Kosovo, aviones españoles han llevado a cabo misiones de bombardeo. Quizás porque estuvo demasiado pendiente de una opinión pública reticente ante esta guerra; quizás porque España no estuvo en las decisiones iniciales que tomó el llamado Grupo de Contacto para la antigua Yugoslavia, y también quizás porque, en el fondo, Aznar no creyó plenamente en la acción de la OTAN, el presidente del Gobierno perdió una gran ocasión de ejercer su labor de pedagogía política y de aumentar, de paso, el peso de España en el mundo.

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