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LA CRÓNICA La semana de los emboscados ENRIQUE VILA-MATAS

Un lunes por la mañana, Federico Esperanto, un músico de 35 años atormentado por el estigma de su apellido, intuye que la semana que está por enfrentar va a ser "una de esas semanas". Y no se equivoca. La semana es muy singular y se las trae. "Vaya semanita", que suele decirse. Es toda una señora semana la que vive Esperanto, y si queremos saber por qué basta con asomarse al libro del joven escritor argentino Rodrigo Fresán, basta con asomarse a Esperanto, novela que publicó Tusquets en agosto de 1995 y que pasó entre nosotros desapercibida, opacada por mediocres novelas de un país, España, cada vez más espantosamente sedentario y pagado de sí mismo. Vengo yo también de vivir una señora semana, una semana nómada en la que, si Pedro Salinas vivía en los pronombres, yo he vivido en el plural de los singulares. Empezó todo como en Esperanto, un lunes por la mañana. Me levanté recordando a Gombrowicz de la mano de Imma Monsó en una crónica de este diario. No todos los días se asoma el polaco a la prensa para decirnos qué piensa y siente el hombre, el hombre singular. Del hombre singular me acordé el martes cuando encontré en el Diario de Gombrowicz unas palabras que en su momento escandalizaron y que ahora vemos cargadas de visión de futuro: "No quiero decir que aquel otro pensamiento, que la humanidad como tal, no sean importantes. Pero hay que restituir el equilibrio. La más moderna corriente del pensamiento será aquella que descubra de nuevo al hombre singular". El miércoles me encontré con un artista singular, el poeta mexicano de origen español Tomás Segovia. Nacido en Valencia en 1927, tenía 12 años cuando, al final de la guerra, marchó al exilio. El autor de El cuaderno del nómada no regresó a España hasta la muerte del dictador. Vive una existencia discreta en su país de origen. Opacado por el brillo de muchos falsos poetas de ahora, podría apropiarse, si quisiera, de unas palabras del exiliado Gombrowicz: "¿Es que la grisalla sofocará todo el esplendor de la existencia? Estoy seguro de que nunca seré comprendido por los ingenieros". El jueves, al despedirme de Tomás Segovia, tuve una intuición y le pregunté a este poeta casi secreto si había sido dramático el exilio. "Todo lo contrario", dijo, "fue una gran suerte, me abrí a lo plural, al mundo". Y yo me quedé entonces pensando en todas las élites artísticas que fueron expulsadas de sus países, lo que les permitió pensar, sentir, escribir desde fuera, tomar distancias, romper todas las ataduras. A Rodrigo Fresán me lo encontré el viernes. Se ha exiliado voluntariamente y vive medio emboscado en Barcelona, donde escribe desde fuera y rompe en silencio todas las ataduras, mientras -no sabe que lo sé- la traducción francesa de Esperanto es el único libro en lengua española que recomienda la revista Les Inrockuptibles. Hablamos casi exclusivamente de Tabucchi, ese hombre singular que cree que los escritores deben ser plurales y hablar del mundo porque pertenecen a él más que a cualquier país concreto. Al día siguiente, en un restaurante de Madrid, me dijo Tabucchi que él creía que las mismas motivaciones y las mismas pasiones que animan a un joyero de Amsterdam son las que animan a un pescador de la India: "Y la literatura, finalmente, trata de eso, del hombre singular, de la vida, de la muerte, del amor, de los celos, de la envidia, de categorías que pertenecen a todos. Gombrowicz, el rey de los emboscados, lo sabía". El domingo, de regreso en Barcelona, fui a ver a Vicente Rojo, el pintor mexicano de origen español. Este sobrino del general Rojo de la República nació en Barcelona y tenía 11 años cuando se exilió. Su pintura desde fuera conoce estos días -García Márquez acaba de decir sobre él que siempre pintó como de puntillas para no tropezar con el pudor- los placeres de una vida discreta en la sala Artur Ramón, de la calle de la Palla. Allí Rojo -medio emboscado como todos los nómadas de esta crónica- muestra su impresionante singularidad.

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