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GENTE

MALAVENTURAS DE MANUEL VICENT

Juan Jesús Aznárez

El escritor Manuel Vicent, después de departir con ilustres colegas y personalidades de la cultura hispanoamericanas, padeció dos sucesos turbadores durante su visita a México para presentar Son de mar, Premio Internacional Alfaguara 1999. Paseaba el autor por el barrio de San Ángel, pocas horas antes de abordar el avión de regreso a España, cuando topó con una gitana que le ofreció la buenaventura. Serenísimo mientras la palma de su mano quedaba bajo escrutinio zíngaro, Vicent escuchó que, a pesar de haberse entregado al prójimo durante toda su vida, éste le había sido ingrato. Luego la gitana le advirtió de que gentes enemigas, envidiosas mayormente, quieren destruirle a toda costa. Apremiada por quienes asistían al oráculo, las identificó como de nacionalidad española, pero se negó a mayores precisiones de no mediar un desembolso económico cuya cuantía Vicent prefirió no escuchar pues el mal ya estaba dicho. El escritor prosiguió su paseo por la plaza de San Jacinto cavilando a ratos sobre la malaventura. Un día antes, durante el asueto nocturno posterior a la firma de libros, entrevistas y conferencias de prensa, actos que también efectuó en Costa Rica, Guatemala y Venezuela, visitó la plaza de Garibaldi, donde ofrecen sus servicios decenas de bandas de mariachis. Fue conducido por un grupo de amigos hacia el interior de la típica cantina Tenampa, y allí, entre los guitarrones, los males de amores resueltos a tiros y los retratos en sepia de Jorge Negrete o Pedro Infante, conoció a un inquietante personaje de la noche. El hombre que habría de proporcionar al autor un momento inolvidable llevaba consigo una pequeña caja que al abrirse descubre un espejo en el que algunos se miran la cara cuando la desfiguran al recibir las mismas descargas eléctricas recibidas por Manuel Vicent. El artilugio se llama "caja de los toques eléctricos", y de su plataforma central penden dos cables que transmiten los calambrazos producidos por una dínamo. Los cables terminan en dos empuñaduras de la que se agarran quienes ansían gozar del potro. Esta picana portátil tortura al cliente a la carta, de manera progresiva, pero los machos de verdad quedan atrapados en la empuñadura por la fuerza del voltaje y del tequila, primer paso hacia el suicidio por electrocución. Las convulsiones y gritos de Manuel Vicent fueron los razonables. Solamente arrojó los bornes al aire cuando el control del pequeño arcón marcaba una resistencia muy digna, mayor de la demostrada por varios de quienes, en el grupo, se entregaron alegremente al martirio.-

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