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Orines críticos

"El papel del escritor es un papel bastante vano; es el de un hombre que se cree en grado de dar lecciones al público. ¿Y el papel del crítico? Es más vano aún; es el de un hombre que se cree en grado de dar lecciones a quien se cree en grado de darlas al público". La cita es de Diderot, y convendrán conmigo que no deja de ser curioso que el máximo autor de la Enciclopedia -el diccionario crítico y aleccionador por antonomasia- tuviese esa opinión tan contundente del papel de los críticos. Por su parte, Eliot expresaba un juicio no muy diferente: "El crítico profesional puede ser -como sin duda lo era Sainte-Beuve- un escritor de creación fracasado; y en el caso de Sainte-Beuve vale la pena leer sus poemas, si se es capaz de soportarlos, porque ayudará a comprender la razón de que escribiera mejor sobre autores pretéritos que sobre sus contemporáneos". Y Enrique Larreta aún llevaba más lejos su comentario: "Ciertos críticos: perros que orinan en la reja del monumento". Ya ven la mala opinión que acostumbran a tener los escritores de quien ejerce el dificilísimo papel de juez literario. De hecho, Rimbaud y Verlaine llamaban a Sainte-Beuve, Saint-Bave y Saint-Bévue. Por no decir lo que pensaba Marcel Proust que le dedicó su Contra Sainte-Beuve. Y, sin embargo, sus retratos literarios y sus Causeries du lundi, están llenos de ideas, de gusto, de discernimiento, y si bien sus versos pueden ser flojos (no los he leído), su prosa rezuma estilo y maestría. Pero, en cualquier caso, y como advertía Diderot, el crítico imparte lecciones, autoriza y desautoriza a su antojo, establece categorias y familias, y por ello a menudo resulta odioso: "Chateaubriand es el padre del romanticismo, Jean-Jacques el abuelo, Bernardin de Saint-Pierre el tío, y un tío llegado de las Indias expresamente para eso" pontificaba Sainte-Beuve, en uno de sus Portraits litéraires. Pero no creo en absoluto que el crítico sea un escritor fracasado. Más bien cuando tropiezo con algunas opiniones contundentes (como las de Nabokov, Joyce o como las del mismo Sainte-Beuve), y por lo tanto auténticamente críticas, las leo de un tirón, indignándome en unas ocasiones y celebrando en otras un gusto común. Como me ha ocurrido con el libro de Félix de Azúa Lecturas compulsivas, que me ha estimulado y divertido, indignado y aburrido. Especialmente me ha gustado la tercera parte, su Feria de poetas, con un bellísimo Arthur Rimbaud, con un feliz Novalis, con un inesperado Hölderlin divertido. Y me ha aburrido su Benetiana, cara norte, helada y de granito macizo. Pero sobre todo no puedo coincidir con frases como "el cansancio que produce la lectura continuada de cuentos de Borges", "la vida que llevó Flaubert, una de las más sórdidas, monótonas, grotescas que jamás se hayan escrito", "cuando un certamen de pintura aparece como pintura extremeña o valenciana, de inmediato sabemos que lo que debemos juzgar es lo extremeño o lo valenciano del pintor, no su pintura. La unión de ambos descalificativos, por ejemplo "pintura joven sevillana", significa la parálisis total del juicio artístico". Y especialmente disiento -y me indigno- con su Stendhal: "Tomé el volumen de la biblioteca y lo manoseé como si se tratara de un melón, buscando el grado de madurez. Estaba en su punto". Digresión que me recordó aquel pasaje stendhaliano donde compara la música de Haydn con los melones franceses "que son todos mediocres, mientras que los italianos son casi todos execrables, excepto de alguno, que entonces, es divino". Pero Félix de Azúa, para mi asombro, habla en serio, y confunde a Stendhal con un productor de melones franceses y trata a Fabrice, al principal protagonista de la novela, de "majadero"! Sería inútil recordarle que Lampedusa escribía que la Chartreuse es el más puro milagro del sentimiento y del estilo, o la opinión de Italo Calvino: "Aun hoy, si retomo La cartuja, como todas las veces que la he releído en épocas distintas, vuelve a arrebatarme el ímpetu de su música, ese allegro con brio vuelve a conquistarme". Sería en vano porque Félix de Azúa, por algún motivo (sin duda compulsivo), sigue creyendo que tiene un melón en las manos: "La presentación de los personajes, en los primeros capítulos del libro es una prefiguración del spaghetti-western de alta calidad" escribe definitivo. Por eso, después de irritarme, recuerdo la advertencia de la introducción: "Como el título confiesa, no son sino opiniones expuestas con impudor, ajenas a toda pretensión de objetividad y huérfanas del menor atisbo de demostración positiva". Y me tranquilizo mientras grito bien alto, sin pudor alguno, el exabrupto de Larreta: ¡Orinemos en la reja del monumento!

Martí Domínguez es escritor.

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