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Reportaje:

Un refugio entre butacones

el centro de acogida de Tetuán recibe todas las noches en una sala repleta de sillas a decenas de personas sin hogar reacias a los albergues

Cada noche unas 40 personas sin hogar se guarecen del frío y las agresiones callejeras en una sala llena de butacones. Se trata del centro de acogida de Cáritas en Almortas, 24 (Tetuán), que todos los días, de 10.30 a 7.00 horas, ofrece la posibilidad de ducharse, lavar la ropa, tomar un café con magdalenas y, si se quiere, recibir apoyo social a ciudadanos sin techo que no quieren o no pueden acudir a los albergues con camas.Entre los usuarios de este servicio abierto desde 1994 hay algunos que sólo acuden a él para asearse porque malviven en una casucha o para lavar la ropa porque están alojados en una pensión.

Pero existe también un grupo de indigentes que noche tras noche dormita en este centro conocido entre la gente de la calle con el sobrenombre de La Silla. Se trata de personas que no quieren someterse a los horarios o a los programas de atención social de los albergues y que rechazan también refugios como el de Mayorales o el Don de María (abiertos sólo en invierno), en los que, al carecer de esas exigencias, el ambiente es más conflictivo. Prefieren dormitar en esta sala donde en ningún momento se apaga la luz, ya que se puede entrar y salir de ella a cualquier hora de la noche. Los únicos requisitos que se exigen son respetar a los demás y no consumir drogas en el centro.

Juan, un catalán de 40 años afincado en Madrid durante media vida, acude a La Silla cada cierto tiempo. Sus problemas con el alcohol le llevaron a cortar con familia y amigos y desde hace años recorre los albergues de la ciudad o duerme al raso. "La calle da miedo; en los albergues mejor preparados sólo te permiten dormir unos días, salvo que entres en alguno de sus programas de formación, algo que a mí por ahora no me interesa porque prefiero buscar trabajos de temporero, y en los refugios, que no exijen nada, sólo hay suciedad y peleas, así que me vengo aquí", explica. "Yo sólo busco un sitio para estar tranquilo, y en este centro de Tetuán, salvo algunas veces que se monta bronca porque llega alguien borracho, lo consigo", añade. Juan es muy escéptico sobre su futuro, pero está decidido a buscarse un piso compartido con otras personas en una situación parecida a la suya.

Relata su día a día con un humor amargo. "A las seis de la mañana salgo de aquí para colarme en el primer metro aprovechando que no están aún los guardas, y luego tengo la agenda cubierta haciendo cola de un comedor a otro para desayunar, almorzar y cenar", asegura. La lectura de periódicos, que analiza con detalle, es otra de las actividades diarias.

Pepe C., de 51 años, no es usuario habitual de La Silla. "He venido porque me echaron de un albergue tras un intento de suicidio por sobredosis de heroína, y tampoco quiero ir a Mayorales, porque ahí pasa de todo, ni dormir en un cajero automático como llevo haciendo varios días", explica este hombre de maneras educadas que trabajó como comercial. Pronto empezará a cobrar una pensión de invalidez por sus problemas psiquiátricos y con ella espera poderse pagar un piso compartido. "Mis problemas comenzaron con el alcohol, aunque llevo cinco años sin probar una gota; mi mujer me echó de casa y ahora vivo angustiado porque apenas veo a mi hijo, de 20 años", añade. "Me ha tocado la china, aunque en parte también me lo he buscado yo", concluye.

Para acceder a La Silla sólo hay que abrir la puerta. No hay que dar el nombre ni presentar documentación alguna.Si alguien quiere ducharse, descansar un rato o lavar la ropa entra sin más. Sólo hace falta sacar un número para ocupar una de las 40 butacas durante toda la noche ya que las plazas son limitadas.

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El equipo de profesionales que atiende el local, formado por un trabajador social, dos educadores y cinco voluntarios, intenta acercarse a los usuarios para conocer sus necesidades y ver si pueden ayudarles. Pero a nadie se le obliga a contar su vida. "La gente llega aquí muy rota, harta de cursos y de explicar sus problemas a profesionales, así que lo que intentamos es darles calor humano porque algunos llevan todo el día deambulando sin hablar con nadie y sintiendo rechazo a su alrededor", afirma Mar Crespo, directora del centro.

Crespo explica que su objetivo es que la gente salga de la situación en que se encuentra y no se convierta en un indigente crónico. "Intentamos derivar a las personas que vienen aquí a los programas laborales y sociales de los albergues o a los de Cáritas", asegura.

Sólo en 1998 por este local, que fue antaño un colegio, pasaron 7.000 personas, la mitad de las cuales pasaron en él la noche entera. "No ponemos camas porque ya las hay en los albergues; nuestra función es dar una alternativa a quienes no desean o no pueden acudir a ellos", explica. Pese a esa finalidad temporal y a la incomodidad de pasar una noche en una butaca, un 10% de los usuarios del centro acude a él durante uno o dos años. Sin embargo, la media de estancia es de tres a seis meses.

Las únicas camas del recinto se encuentran en una habitación separada que se destina a albergar a familias con niños que, por ejemplo, han sufrido algún desahucio o maltrato.

"Hay gente que viene una vez y ya no regresa; por ejemplo, ancianos que se escapan de residencias y la policía nos los trae de madrugada para que estén aquí hasta el día siguiente, o enfermos sin recursos que reciben un alta hospitalaria a una hora intempestiva", apostilla Crespo.

A lo largo de la noche los educadores organizan debates y sesiones de cine para fomentar la comunicación entre los presentes. La mayoría de los usuarios son hombres con una edad media de 42 años, y en muchos casos con problemas de alcoholismo y enfermedades mentales. Buena parte cobra el ingreso madrileño de integración (IMI), unas 39.000 pesetas mensuales.

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