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Experimento 2000

JULIO SEOANE Los primeros expertos de ordenadores cometieron el error de utilizar los dos últimos dígitos del año para determinar la fecha. Un fallo que no se debe tanto a la necesidad de ahorrar memoria como al egocentrismo humano, a dar por supuesto que estaban en mil novecientos algo y que no se les ocurría pensar más allá de sus narices. Son los riesgos de una mala planificación, pero hablemos de las consecuencias. Para empezar se pronostican grandes calamidades y casi el fin del mundo por la desaparición de dos dígitos; algo mínimo con efectos catastróficos, el ideal de la magia y totalmente contrario a la ética del trabajo. Grandes cambios con un mínimo esfuerzo. Además reaparecen las máquinas como ingenios diabólicos que nos destruyen, otro arquetipo cultural que parecía haber desaparecido con los tiempos modernos de Chaplin. Sin embargo, por encima de todo, está la manipulación del tiempo como meta hasta ahora inalcanzable de nuestra cultura. En este caso un tiempo que transforma la electrónica en cronología, volver a 1900 a comienzos del 2000, justo como Cenicienta vuelve a su estado primitivo a las doce de la noche. Sin olvidarnos tampoco del complejo actual de Peter Pan, ese deseo cada vez más desesperado de no querer crecer, de seguir siendo jóvenes, seguir en casa, detener el tiempo o hasta repetirlo mediante el sortilegio de dos bytes electrónicos. Cuando comience el próximo año no habrá casi nada que no se atribuya al efecto 2000, desde la avería de un viejo ascensor, la subida de los precios o los resultados electorales. Pero lo más divertido será felicitar el año por teléfono a los amigos, mientras suenan las doce campanadas del 2000, y encontrarse de pronto en 1900 con una factura por cien años de conferencia telefónica y seguramente sin tarifa plana. ¿Qué le gustaría hacer a usted a finales de año sabiendo que, fuera lo que fuera, duraría un siglo? Se preparan grandes fiestas en distintos lugares del mundo para atraer al turismo del fin de siglo, ser testigos del nacimiento del 2000 en París, Nueva York o delante de una pirámide de Egipto. Personalmente espero estar en la ventana de casa, en Valencia, con la esperanza de que en el minuto exacto de los dígitos perdidos pueda ver una ciudad en blanco y negro, o al menos en color salmón de viejo periódico, tranquila, pausada y sin ruidos, recién estrenados los primeros planes de ensanche, el mercado Central, el de Colón y la estación del Norte. Y con la firme promesa de que minutos después devolveré los dos dígitos al computador y mandaré así al cuerno 1914, 1936, 1940 y un largo etcétera de fechas que prefiero tener en el recuerdo y no agazapadas a la espera. Está claro que las supuestas consecuencias de este error digital, el llamado efecto 2000, se parecen cada día más a un experimento social y menos a un problema tecnológico. La existencia de grupos de investigación, instituciones, sectas, comisiones senatoriales y libros dedicados a las posibles consecuencias de estos dos números perdidos, parece algo exagerado o es un intento de manipular buena parte de nuestros símbolos culturales.

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