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Tribuna
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Oportunidades ADOLF BELTRAN

ADOLF BELTRAN Jueves. Barrio de La Coma, en Paterna. Los bomberos rescatan a dos hombres y dos niños de una vivienda en la que ha prendido el fuego de una vela con la que se iluminaban. Iberdrola les había cortado el suministro eléctrico por no pagar. Sábado. En un rincón de El Carme, en Valencia, la navajas suceden a los gritos y los golpes a las amenazas en una pelea entre traficantes. Algunos vecinos avisan a la policía mientras tratan de impedir que el asunto pase a mayores. Los agentes se toman su tiempo y, cuando llegan, hace rato que se ha disuelto el tumulto. Domingo. A los pies del Mestalla, bajo la descomunal estructura de hormigón de sus graderíos, hierve el rastro. En los escalones del Nuevo Ayuntamiento, muy cerca del hormigueo permanente de pieles oscuras, una mujer magrebí, con la cabeza cubierta, regatea el precio de unos zapatos usados. Lunes. Inmigrantes sin papeles, gentes del sur principalmente, esperan en la consulta de Médicos del Mundo a que les atiendan. Una mujer explica cómo un hospital público le pasó factura por unos días de ingreso cuando se le complicó el embarazo. Martes. Cerca de la Estació del Nord, en Valencia, una mujer de algún país del este de Europa ofrece a los clientes de un bar una revista con la que trata de ganarse unas pesetas. Su hijo, de cuatro o cinco años, se acerca a la barra. No extiende la mano; señala con el dedo los entrepanes que, en ese momento, sirve el camarero. Alguien pide para él un bocadillo. El chico, tocado con una gorra de lana, sale corriendo detrás de su madre cuando le dan el entrepán caliente. Jueves. La policía escenifica una espectacular redada en el barrio valenciano de Velluters. Cacheos e identificaciones se suceden en la noche con un mísero resultado. La operación se produce días después de que el local de la asociación de vecinos haya sido incendiado. Viernes. Mujeres y niños de Casalarga se hacen notar en el pleno del Ayuntamiento de Alicante. Protestan para que, de una vez, les ofrezcan pisos dignos porque el bloque en el que viven, propiedad de Cáritas, es una pura ruina. Son escenas de la España de las oportunidades, una sociedad de Europa donde el viejo problema de la desigualdad es camuflado con nueva retórica por parte de políticos ajenos al sentido común que da sentido a aquella constatación de Galbraith: "No hay ningún país económicamente avanzado -y es un hecho que lamentablemente se pasa por alto- donde el sistema de mercado produzca casas que puedan permitirse los pobres".

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