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Polizones

VICENT FRANCH El habitual espectáculo de las pateras atiborradas de gente de mirada patética, y el de las luctuosas consecuencias de su navegar ciego opera como un blindaje cínico contra el horror que se refleja ritualmente en cada informativo de la televisión. Plazas y jardines de nuestros pueblos, espacios compartidos por mayores y magrebíes como imagen doméstica ya sin connotaciones inquietantes para la elemental hipocresía de la gente bienpensante, nos contaminan hasta el punto de otorgar al blindaje selectivo de las fronteras del Estado una a modo de fatalidad sin solución. La buena sociedad mira hacia el drama del aluvión humano sobre nuestras costas con desinterés, y parapetada en leyes injustas pero vigentes, en tolerancias selectivas pero no generalizables. Cuando el pasado fin de semana se produjo el espectacular despliegue de la policía para rodear y apresar a los supuestos polizones del barco marroquí, de viaje hacia el pan y la libertad, o sólo hacia el pan, que es una forma básica de libertad, nada de lo que actuaba a modo de tonificante de la perplejidad podía mantener oculto el verdadero rostro de lo que ocurre: la literal caza del hombre por los tinglados del puerto para devolverlo cazado a la jaula lejana donde sufre la condena del hambre, la marginación, el miedo, y, quizás, la represión política, procede del estricto cumplimiento de una legislación hecha a la medida de un país autosatisfecho de su posición justa, prudente y sin estridencias xenófobas, que ha olvidado muy pronto su historia reciente de emigración. Porque, efectivamente, la memoria histórica debería guardar el recuerdo de la diáspora valenciana en la crisis de 1917, en el obligado exilio de la postguerra y, sobre todo, en esa otra diáspora de los años sesenta hacia Francia, Alemania y Suiza a la búsqueda de un porvenir que aquí se les negaba. País de emigrantes hasta hace bien poco, los valencianos presenciamos la caza -educada y técnicamente correcta si se quiere, no vayamos a cargar las tintas sobre quienes por su cometido profesional lo hacen exquisitamente- de los más atrevidos de entre los desesperados; mientras, sólo unas pocas organizaciones, entre las que debemos destacar a la Cruz Roja y al sindicato CCOO que no siempre están de acuerdo en las respectivas competencias, se presentan en el lugar de los hechos a rescatar del manto de la ley, con habilidades y argucias de todo tipo dignificadas por el servicio al humanismo que prestan, a los que pueden, como si de un Schindler corporativo se tratase. Exigir que se abra pliego para saber si alguno de los polizones puede acogerse al asilo político, o dilucidar con garantías quienes de entre ellos se hallan en situación de riesgo si vuelven a sus países de origen, examinarlos médicamente por si no están en condiciones de viajar de vuelta hacia la calamidad, son los caminos que esgrimen con fuerza un puñado de organizaciones civiles y humanitarias cuyo punto de mira es exclusivamente la dignidad humana. Pero la sociedad, los que mayoritariamente no pasamos de ser espectadores de esa resistencia pulcra y legal a la invasión que huye de la ciénaga humana apenas si mostramos un rictus de perplejidad del que me avergüenzo. Vicent.Franch@uv.es

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