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Reportaje:PLAZA MENOR - ASAMBLEA DE MADRID

El triángulo de Palomeras

La nueva sede de la Asamblea de Madrid tiene forma triangular como la Comunidad a la que representa. El edificio constituye un triángulo equilátero que alberga en su interior un gran cubo de cristal. Los arquitectos Ramón Valls y Juan Blasco, responsables del proyecto, han jugado con las metáforas políticas y geométricas, la transparencia como ideal de la vida parlamentaria y la cuadratura del triángulo madrileño, que cuadra y centra el mapa autonómico. Ahora sólo falta que los parlamentarios y funcionarios que lo ocupen, influenciados por las buenas vibraciones arquitectónicas, se pongan a ello, se cuadren y se centren en la gestión de los complejos asuntos comunitarios.El nuevo edificio preside el barrio de Palomeras, al sur de la avenida de la Albufera, en el cogollo de Vallecas, delimitado por la línea del ferrocarril y el trazado de la M-40. Una palomera es un erial, terreno improductivo de poca extensión en el que suelen anidar las palomas y otras criaturas perdidas como los inmigrantes que, en la década de los años cuarenta, poblaron los campos de soledad, los mustios collados de los suburbios de la capital, y levantaron en ellos sus precarios nidos, chabolas construidas con sus propias manos en las que no faltaba el patio trasero a modo de corral campesino trasplantado al yermo más hostil. En los años cuarenta, aquellos páramos entreverados con residuales campos de laboreo iban dejando paso a una construcción irregular, paupérrima y asilvestrada.

Los suburbios: esta palabra adquiría aquellos años connotaciones de pobreza y marginación, eran lugares de catequesis dominical con reparto de bufandas caritativas para atraer clientela misionera. En los suburbios anidaba también el ateísmo, se larvaba el marxismo y el anarquismo, cundían el virus de la delincuencia y el bacilo de la tuberculosis. En algunos informes policiales de la mezquina posguerra, moralizaban los capitostes del nuevo régimen sobre la inmoralidad que diezmaba a aquellos desgraciados que pagaban oscuras culpas familiares con la hambruna y la miseria, dejados de la mano del Dios de las Batallas, que había dejado claras sus preferencias en la reciente y cainita contienda.

En este recién estrenado barrio de las nuevas Palomeras quedan pocos vestigios del ominoso pasado, algunas casamatas atrincheradas al desgaire junto a modernos bloques y amplias avenidas, parques y jardines. En abigarrada confusión de nombres, el callejero exhibe una pintoresca promiscuidad: Pablo Neruda se encuentra con el Payaso Fofó y a su alrededor se concentran Romeo y Julieta, Antonio Garisa, Paco Martínez Soria, Miguel Hernández o José Luis Ozores, en alegre reparto de homenajes póstumos. El ladrillo prevalece frente al hormigón en las nuevas edificaciones mientras crecen los chopos en los parques recientes, los plátanos de sombra en las aceras y las coníferas despliegan su verdor en los parterres. En la plaza de la Asamblea de Madrid hay una fuente circular con surtidor rodeada de pequeñas esculturas de bronce. La torre del edificio parlamentario domina el conjunto y muestra un reloj analógico con aspiraciones emblemáticas porque está destinado a marcar el tiempo parlamentario. En la acera de enfrente, el monolito reclamo de un flamante centro comercial le da la réplica y articula el movimiento del entorno.

El novísimo centro comercial empieza a bullir con los clientes del hipermercado que ocupa su planta baja según el esquema clásico de estos complejos. En la planta superior, los atildados locales de las franquicias, moda y complementos, dietética y cosmética, comida rápida en todas sus formas y formatos, de la hamburguesa clásica a la especiada variedad de tacos, burritos y enchiladas de la cantina mexicana pasando por la carta clásica de una cafetería que ofrece como alternativa un bronco menú del día: callos con garbanzos, para hacer boca, y como plato de sustancia, cochinillo asado. En la segunda planta se anuncia un complejo cinematográfico con ocho salas dotadas de los últimos adelantos tecnológicos. A las puertas del hipermercado, aprovechando que todavía sobran aparcamientos, se ha instalado un espontáneo mercado lineal de automóviles de ocasión, hasta una docena de vehículos que portan en las ventanillas o sobre el parabrisas carteles anunciando su precio de ganga y sus prestaciones. Dentro y fuera, en el centro comercial y en la despejada e irregular plaza, todo está nuevo y limpio, tierra virgen donde el chucho minúsculo que pasea una dama menuda y enlutada se siente un pionero marcando su territorio en las farolas recientes. Aún quedan por los contornos de la plaza bloques desconchados y mugrientos, viejas colonias proletarias, construidas deprisa y corriendo en los años de la caridad suburbial, de las obras sociales y pías de sindicatos y patronatos, de especulaciones, intermediarios y gestores que incrementaron los niveles del caos. Como resumen, los autores de una guía de Madrid, publicada estos días en fascículos por Espasa Calpe, dicen: "El resultado era una mezcla desordenada de intervención pública y privada que provocaba un paisaje lamentable". Para zanjar por lo sano, un Plan General de 1973 recalificó los terrenos rústicos en urbanos y dio pie al Ayuntamiento para la compra de los terrenos libres y la expropiación de áreas de infraviviendas.

Sobre los agrietados muros de algunos bloques de subviviendas que sustituyeron a las infraviviendas sin alcanzar nunca la categoría de viviendas dignas, se ven inscripciones que reivindican alojamientos en condiciones, casas baratas pero habitables en este barrio que despega: "Somos obreros, no banqueros", puede leerse en una de ellas.

Sobre los Caminos Alto y Bajo de Palomeras que comunicaban la capital con la Villa de Vallecas, la historia y el paisaje han pasado muy deprisa borrando casi por completo la memoria de una época reciente pero que hoy parece muy remota.

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