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Reportaje:

Urbanismo con un suave perfil socialdemócrata

Joan Antoni Solans es arquitecto y, en un tiempo pasado, diseñó casas y edificios. Así fue hasta que pasó a trabajar en las administraciones públicas, en el Ayuntamiento de Barcelona, primero, y actualmente en la Dirección General de Urbanismo de la Generalitat. Desde ahí imagina un urbanismo en el que las edificaciones faciliten si no la felicidad, al menos el bienestar de los ciudadanos, un bienestar amenazado por las actividades casi salvajes de la construcción en los años sesenta y setenta. Solans aceptó pasear junto a EL PAÍS por algunos de los puntos emblemáticos de la nueva Cataluña, aquélla que trata desesperadamente de zurcir los rotos del desarrollismo. Eligió tres poblaciones: Martorell, Mollet del Vallès y Montmeló. Martorell, explica el director general de Urbanismo, es una extraña y fría ciudad, orientada al norte. Un punto geográfico que permite el cruce de accesos entre el norte y el sur. Todo lo tiene por duplicado: dos ríos (el Anoia y el Llobregat); dos autopistas (la A-7 y la autovía); dos líneas de tren (la de Renfe y la de los Ferrocarrils de la Generalitat). Y a ello hay que añadir una carretera, la Nacional II, que cruza la población partiéndola en dos zonas casi aisladas. Martorell: lugar de paso Martorell es cruce y lugar de paso desde la época de los romanos, como poco. Como prueba de la historia ahí sigue erguido el viejo puente del Diable, flanqueado en el casco urbano por una vieja fábrica en desuso y un cuartel protegido pero que, claramente, amenaza ruina. La vieja Martoris tenía en 1960 una población de 7.926 habitantes y una extensión de 12,9 kilómetros cuadrados. 15 años más tarde se habían convertido en 14.667. El casco urbano tradicional, aprisionado por la montaña, el río, la carretera y la autopista, se expandió por el llano en dirección a lo que, hoy, es la factoría de Seat. No hubo planificación, ni organización, ni nada que se le pareciera; la ciudad crecía, simplemente, empujada por la demanda y el rápido beneficio de las constructoras. Y el crecimiento ni siquiera se hacía con criterios de contigüidad porque los terrenos más alejados eran más baratos que los más cercanos al centro. La situación, tal como la describe Solans, para Martorell, pero también para otras poblaciones del entorno de Barcelona, es la siguiente: "No se hace ciudad, se alargan las calles y se pavimentan los caminos, pero no se urbaniza ni se ordena la ciudad por sectores unitarios". Los constructores reciben licencias sin tener que hacer cesiones de espacios libres y los costes de urbanización no se cargan sobre los promotores, sino sobre el ciudadano. El resultado es un sistema de crecimiento sin "concepto de estructura urbana ni de una nueva estructura de escala del nuevo organismo. El viejo núcleo se deforma; lo nuevo nace como marginal: periférico; bloquea el territorio y dificulta, más tarde, la búsqueda de polarizaciones y ejes de crecimiento". Y lo peor: "No había modelo que permitiera favorecer un determinado tipo de crecimiento e impedir otro". Esto en la ciudad, pero aparecen también lo que Solans no duda en calificar de "un cáncer", las urbanizaciones dentro del bosque mediterráneo. "Son el símbolo de las horas extras, de la necesidad de huir de la ciudad invisible, del retorno al recuerdo de la tierra que se tenía, a los orígenes". Pero, en definitiva, son un tumor que corroe el bosque y lo cercena, lo destroza. Se venden las parcelas con y sin licencia, a veces sin posibilidad alguna de construir. Pero se construye e incluso se autoconstruye: la familia acarrea ladrillos y cemento, los amontona mejor o peor, al lado de la construcción de otro que tiene los mismos afanes de huida. En ocasiones, esta nueva construcción se halla tan cerca del viejo núcleo urbano que acaba dificultando su crecimiento racional. "Primero se pierden los pocos espacios libres y marginales, después se densifican los tejidos, finalmente se introducen alzadas abusivas y edificios singulares". Frente a ello, Solans defiende un "sistema de ciudades congruente con la estructura territorial y los sistemas naturales", unas ciudades "fuertes, bien trazadas y con buenas infraestructuras", relacionadas con transporte público. el esquema incluye un "sistema metropolitano central", con el llano barcelonés como eje central, flanqueado por el delta del Llobregat, el cañón que forma este mismo río y la "Vía Augusta", que enlaza Rubí, Sant Cugat del Vallès, Cerdanyola y Ripollet. Junto a este sistema principal se sitúa un conjunto de "sistemas urbanos de segundo orden", en referencia al sistema central. Estos subsistemas giran, cada uno de ellos, en torno a una ciudad o una agregación de villas: Mataró, Granollers, Sabadell, Terrassa, Martorell, Vilafranca y Vilanova. El tercer grupo de núcleos lo forman Mollet, Caldes de Montbui, La Garriga, Vilassar y Premià, el delta del Tordera, Cardedeu y Llinars, Sant Celoni y Sant Sadurní.

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