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Fe y razón

Manuel Vicent

Siempre he admirado el silencio de tantos devotos campesinos que al escuchar en el templo la parábola del grano de mostaza han callado para no causar problemas. Dice el evangelio que el reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, pequeño entre todas las semillas, pero que al crecer se hace árbol, de forma que las aves del cielo bajan y se posan en sus ramas. Los campesinos saben por conocimiento directo que la mostaza no es un árbol sino una planta anual no más alta que una tomatera, cuyas semillas se aprovechan para hacer una harina muy apreciada, que se usa en condimentos y medicina. Juan Pablo II acaba de publicar una encíclica sobre la fe y la razón. Cuando en mi cerebro estos dos campos entran en colisión pienso siempre en esa infinidad de campesinos que ha oído la parábola del grano de mostaza por la mañana en la iglesia sin escandalizarse y a continuación ha ido a la huerta a sembrar esa semilla con la conciencia tranquila creyendo que nada tenía que ver una cosa con otra. Me gusta este Papa porque, entre otras hazañas, ha rescatado la fe en el cielo y en el infierno dándoles la forma que tenía en nuestra infancia. Juan XXIII introdujo cierta confusión en la Iglesia al descabalgar el latín, admitir misas con guitarras y rebajar la teología a un nivel humano. Así llegamos a pensar por la razón que el infierno eran los otros. Por ejemplo, yo creía que no había peor condena eterna que un viaje trasatlántico en avión con un vecino de butaca que tuviera halitosis y no parara de hablar o que el cielo estaba aquí abajo y consistía en degustar al sol de enero una docena de erizos en cualquier puerto de pescadores y no en permanecer infinitamente colgado de una nube comiendo mazapán y oyendo un concierto de violín junto a Martín de Porres, por poner un santo muy simpático. Me gusta el papa Wojtyla porque ha vuelto a marcar las fronteras de la Iglesia reduciendo su territorio espiritual a los límites de Trento para que ningún católico pueda llamarse a engaño: arderás eternamente si miras a tu pareja con la más mínima concupiscencia. Por lo demás, está retornando a los templos la gran liturgia con los brocados de oro, el misterioso latín envuelto en grandes acordes de órgano y volutas de incienso para romper el cerebro de los fieles y transportarlos a otro mundo. Quien se debata entre la fe y la razón que le ponga a la duda un poco de mostaza.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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