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El otoño del patriarcaPEP SUBIRÓS

Los pujólogos están de enhorabuena. En los últimos tiempos, el gran timonel multiplica mensajes y gestos de difícil interpretación, brindando a los especialistas la oportunidad de renovar parcialmente el repertorio de su no siempre grata tarea de exégesis política: derecho a la autodeterminación, sí, pero lealtad constitucional, también; España como nación, no, pero celebración de la hispanidad, sí; ¿adelanto de las elecciones al Parlament? Sí, seguramente, pero quizá, ya se verá... Hace unos meses, un amigo vaticinaba que enfrentado -y desacostumbrado- a una contienda electoral de desenlace incierto, Pujol iba a desempolvar, para tratar de vencer, toda su artillería, que es mucha. Aunque no haya ninguna crisis real a la vista, Pujol se la inventará para convertir las elecciones en un plebiscito personal y nacional, venía a decir mi amigo. Y es que, en verdad, Pujol es un político de crisis, de tempestad, de crispación, un hombre avezado a definirse no por afirmación de un proyecto propio, sino por oposición a las afrentas, supuestas o reales, del adversario. Paradójicamente, es en una situación de normalidad y tranquilidad democrática cuando la nave de Pujol muestra sus grietas, cuando se revela que más allá de la defensa de los símbolos y de la permanente reivindicación de mayores cotas de autonomía, la gestión de los sucesivos gobiernos de la Generalitat en los últimos 18 años constituye en casi todos los frentes -desde la política territorial a la forestal, desde la de infraestructuras a la educativa y cultural- un monumento a la improvisación, al zigzagueo, al sectarismo y al descontrol presupuestario. De ahí que si no hay tempestades hay que inventarlas, especialmente en época preelectoral. Hay que argumentar que si no se gobierna mejor es porque no nos dejan. Consúltense las hemerotecas: ¿ha habido algún debate político importante en el que quienes sostenían posiciones distintas a las suyas no hayan sido descalificados como enemigos de Cataluña? ¿Ha habido algunas elecciones autonómicas en las que no se haya jugado, aparentemente, el destino -la supervivencia, incluso- de la nación catalana? Pues bien, el pronóstico de mi amigo se está revelando cierto, aunque esta vez más parece que Pujol esté repartiendo palos de ciego que aplicando una estrategia claramente diseñada. ¿Cómo explicar que por más que la escena política y social catalana esté totalmente encalmada, sin atisbos de tormenta, Pujol vaya dando espectaculares golpes de timón, escorándose tan pronto hacia el babor de la autodeterminación y la soberanía como hacia el estribor de la lealtad constitucional y la celebración de la hispanidad? ¿Cómo explicar las vacilaciones, las turbulentas y crípticas idas y venidas sobre el calendario electoral? ¿Existe algún problema de gobernabilidad, en Cataluña, que haga aconsejable una convocatoria anticipada de elecciones? Desde luego que no y, sin embargo, desde hace tiempo Pujol ha venido dando por supuesto que las convocará cuando le convenga, sin otro argumento que su desagrado personal por la proximidad de las elecciones catalanas y las españolas si llegara a completarse, como debiera ser el caso, el mandato legislativo. El problema -uno de los muchos problemas- de Pujol es que esta vez las tempestades no las inventa él, sino que se las están inventando, y le han cogido con el pie cambiado. En el mismo momento en que necesitaba cerrar filas y acallar voces discordantes para poder enfrentarse a un candidato que puede vencerle, sus propios aliados de Unió han empezado a plantear exigencias inadmisibles. En el mismo momento en que el idilio con el PP atravesaba por una de sus fases más dulces, los nacionalistas vascos, atentos ante todo a sus propias conveniencias electorales, han lanzado un órdago que ha pillado desprevenido a todo el mundo, empezando por el propio Pujol, a quien han obligado a reactivar el discurso nacionalista en términos de abierta confrontación no sólo con el PP, sino con la lógica política de la Unión Europea y de todas las democracias occidentales. De modo que Pujol tiene ahora mismo tres frentes abiertos: el del enfrentamiento con el PP en torno a la identidad nacional, la autodeterminación y, en términos más prácticos, las competencias y dotaciones presupuestarias para el próximo año; los permanentes e irreversibles conflictos en el interior de Convergència i Unió por el reparto del pastel político en Cataluña y, a medio plazo, por la herencia de Pujol; y, por supuesto, last but not least, el enfrentamiento con un candidato, Maragall, que junto a un impecable currículo democrático y catalanista viene avalado por una experiencia de gestión política con la que Pujol jamás podrá competir: ¡cómo podría haberse transformado Cataluña en estos últimos 18 años si hubiese tenido un gobierno de la calidad del de Barcelona! Nada extraño, pues, que, sintiéndose acosado por todas partes, Pujol vaya dando bandazos y disparando a mansalva, sin saber muy bien a quién. Pero, más allá de factores coyunturales, ¿y si lo que ocurriera fuera, sencillamente, que la situación de excepcionalidad sobre la que ha cabalgado Pujol está evaporándose a marchas forzadas? ¿Y si lo que ocurriera fuera que el gran timonel ha perdido definitivamente el rumbo? Cuando se acerca el final, muchos de los mejores políticos se equivocan. A menos que la ley les obligue a ello, casi ninguno sabe retirarse a tiempo, ni siquiera maestros del género como Felipe González o Helmut Kohl. Como González, como Kohl, Pujol también se equivoca, no faltaría más. Como González, como Kohl, Pujol también se está encaminando hacia un final patético. Pujol todavía está a tiempo de retirarse dignamente. Algunos seguiríamos pensando que el balance de sus 18 años de gobierno arroja un saldo claramente negativo para el país y sus gentes, pero son muchos quienes creen que Pujol ha cumplido satisfactoriamente una importante misión histórica en un periodo en el que, dicen, los gestos y la retórica eran tan o más importantes que las personas y las cosas. En todo caso, una retirada a tiempo obligaría a matizar algunas de las críticas hoy más indiscutibles: por ejemplo, su bulimia de poder; su desconfianza hacia todo colaborador que se atreva a mantener una cierta libertad de criterio; su falta de respeto, a menudo traducida en insultos y calumnias, hacia opositores y disidentes políticos; su permanente confusión entre sus intereses políticos partidistas y personales y los intereses del país; su falta de escrúpulos a la hora de ofrecer o recibir apoyos que le permitan mantenerse en el poder... Nada parece indicar -empezando por las propias declaraciones de Pujol- que esta retirada voluntaria vaya a producirse. Si así es, y como en tantos otros casos, cuando le llegue la retirada forzosa, las consecuencias serán mucho más duras para él, para su partido y para el país. El desbarajuste del PSOE tras la tardía e incompleta retirada de Felipe González no va a ser nada comparado con la crisis en que quedarán sumidos los restos del naufragio de Convergència y de CiU cuando Pujol desaparezca de escena. Si queda algo.

Pep Subirós es escritor y filósofo.

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