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Raviolis

Manuel Vicent

Sea cual sea la tragedia que a uno le aflija, llega un momento en que hay que tomar un café y un bocadillo de jamón, o incluso un plato de raviolis, cosa que puede suceder en la cafetería de cualquier tanatorio. El sabor de las lágrimas y el gusto del jamón se confunden en el paladar. El aroma del café y el dolor crean en la base del cerebro una pequeña nube placentera que es el principio de la amnesia. Si yo fuera profesor de psicología llevaría a mis alumnos a la cafetería del tanatorio para impartir allí algunas lecciones. Puesto que ese establecimiento no cierra en toda la noche algunos intelectuales calaveras, nunca mejor dicho, en los felices años ochenta acudían allí de madrugada a beber la última copa de marrasquino. Del mismo modo que los poetas románticos saltaban las tapias del cementerio para recitar poemas sobre las tumbas a la luz de la luna. Yo iría a la cafetería del tanatorio a dar a mis alumnos una clase sobre el placer de los sentidos. Había allí el otro día una mujer madura que lloraba a lágrima viva mientras devoraba con ahínco un plato de raviolis. Las personas que estaban de pie junto a la barra, aun teniendo los mismos motivos para una tristeza parecida, no dejaban de admirar la calidad de su llanto. Alguien le preguntó a la mujer por qué gemía de esa manera sin dejar de comer. ¿Acaso su tragedia era especial? La mujer contestó que lloraba de remordimiento por el placer que le causaban los raviolis estando como estaba su marido tendido a pocos pasos de ella dentro de un féretro. Resulta que los raviolis también eran el plato preferido del difunto. En la cafetería del tanatorio mostraría a mis alumnos la unidad que existe entre la culpa, la desolación y el deleite en el fondo de los sentidos, expresada en un mismo rostro. Mientras comía los raviolis la mujer madura contó que los últimos años con aquel hombre habían sido un infierno y lo odiaba, pero tanto odio no podía ser más que amor porque ahora lloraba pensando que su marido nunca gozaría del inmenso placer de ese plato de pasta.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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