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Al fin, solos

VERANO 98CUADERNO DE AGOSTO

Los que vivimos en la Costa todo el año suspiramos aliviados cuando se acerca el fin de agosto. En cuanto llega septiembre, desaparece esa multitud que nos ha invadido durante semanas. Una multitud llena de niños rubios que se llaman Borja, de gente con bermudas y un cocodrilo en la tetilla que es capaz de hablar por el teléfono móvil con la boca llena de chanquetes y de matar a un prójimo cualquiera por una plaza de aparcamiento. Uno, que aún conserva resabios urbanos, mira ya con curiosidad de lugareño a los que hasta hace poco fueron sus vecinos en la ciudad y cae en la inevitable tentación de hacer sociología recreativa. "El turismo viene cada vez peor", dicen en mi pueblo y se quejan de que hacen más negocio las pizzerías que los restaurantes de tronío. Año tras año se palpa el deterioro. Antes el turista medio era de esos que consideran que lo de Lladró es arte. Ahora abundan los que creen que el padre Apeles es un líder de opinión. También los paparazzi se quejan: "Este año es la ruina". Se han pasado el mes de agosto tratando de localizar a la reina de la Porcelanosa. Otros han gastado veinte días de guardias para fotografiar a una cortesana que estuvo a punto de provocar una crisis bancaria a finales de los 80, cuando una cámara indiscreta le fotografió las entretelas. Los activos paparazzi de mi pueblo no han tenido más remedio que emigrar de Marbella hacia las costas de Cádiz. Cuando no hay nada mejor para echarse al objetivo que a la ex-novia del padre Apeles, es comprensible, e incluso sano, que se escapen a Bolonia, Caños o Zahara a buscar a Pastora Vega, Aitana Sánchez-Gijón, Penélope Cruz o el mismísimo Gran Wyoming y, de paso, tentar suerte por si captan los chapoteos de una pareja de folklóricas. Sin que haya llegado otra tormenta de verano que la que se ha producido, de lejos, en las bolsas de todo el mundo, éste ha sido un raro estío. Entre sombrillas, se ha hablado de urbanismo, zonas verdes y volúmenes de edificabilidad con la misma soltura con la que los argentinos discutían de estrategia militar durante la guerra de las Malvinas. Éste ha sido un histórico verano en el que el alcalde de Marbella ha sido rebautizado. De ser La Cosa, según lo llamaba Maruja Torres hace tres veranos en estas mismas páginas, ha pasado a ser Moby Gil, gracias al mote felizmente acuñado por Carmen Rigalt en las páginas de El Mundo. No ha pasado el alcalde un buen verano. Se le ve inquieto. El mejor índice de su estado de ánimo es el número de comunicados que evacua cada semana. Este verano no ha parado de dictarlos prácticamente ni un sólo día. Eso sí, nada que ver con los añorados bandos de Enrique Tierno Galván, aquel hombre que hablaba, y sabía, latín. Los comunicados del alcalde de mi pueblo ponen a prueba la profesionalidad de los locutores de la televisión municipal, condenados a leerlos íntegros a pesar de su imposible sintaxis. Ya se sabe que la sintaxis no es sino una herramienta para ordenar conceptos y hay conceptos que son imposibles de organizar sin ellos mismos no se ponen antes de acuerdo. La ortografía, eso sí, suele ser correcta, pero eso no es mérito del alcalde, sino de su secretaria. Los comunicados suelen ser abruptos, abundan en ellos los latiguillos propios de la guerra fría -"oscuros intereses", "fines ocultos"...-, pero a veces hay inesperados brotes de amable ternura. Este mismo verano ha elogiado la "belleza griega" del jefe de la redacción del diario Sur en Marbella y hasta se ha interesado por el estado de salud del autor de estas líneas. (Muy bien, gracias). Dentro de un año, le terminaremos echando de menos. Se admiten apuestas.

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